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09/03/2017 | «Todas las noches me mentalizaba para no caer en el síndrome de Estocolmo con las FARC»

F. J. Calero

El jefe del equipo negociador del Gobierno de Colombia con la guerrilla analiza en ABC los primeros meses de andadura del país tras la firma del nuevo acuerdo, que da fin a más de cincuenta años de guerra contra el narcoterrorismo.

 

Humberto de la Calle (Manzanares, Colombia, 1946) lideró las negociaciones del Gobierno colombiano de Juan Manuel Santos con las FARC tras medio siglo de guerra en el que la banda narcoterrorista llegó a contar a principios de los dos mil con 20.000 hombres en armas contra el Estado. Tras la derrota en el plebiscito, que puso en jaque el trabajo del Gobierno con la guerrilla, especialmente el liderado por De la Calle, quien llegó a ofrecer su dimisión, el pasado 1 de diciembre el Congreso colombiano aprobó por mayoría absoluta un nuevo acuerdo sin necesidad de otro referéndum. Esta semana De la Calle ha visitado España para reunirse en la Cámara de Comercio con los representantes de 15 empresas españolas y hacer balance del proceso de ejecución de los acuerdos junto a los desafíos del país en el plano económico, al mismo tiempo que ha compartido sus dudas y temores ante la aún incierta posición de Donald Trump en el conclicto colombiano. Más tarde, visitó al ministro español de Exteriores, Alfonso Dastis, en un contexto en el que España representa el 8% de toda la Inversión Extranjera Directa (IED) en Colombia y empresas como BBVA, Ferrovial, CAF y AENA han mostrado su interés por la nueva situación de esta potencia latinoamericana.

Humberto de la Calle, que fue vicepresidente colombiano entre 1996 y 1998, ha asegurado que las consecuencias del proceso de paz ya se sienten en el sector turístico, tras haber alcanzado cinco millones de visitantes extranjeros, con subidas en el flujo turístico registrado en Cartagena de Indias, el Caribe y zonas como la Sierra de la Macarena, una de las regiones andinas del país donde las FARC desarrollaban su actividad armada. El Gobierno colombiano insiste en que con el cumplimiento de lo acordado y el desarme de las FARC previsto para el 1 de junio, día en el que deberán haber entregado todas sus armas a la ONU, se apagará poco a poco la intensa polarización que ha dividido profundamente al país, como epílogo de un conflicto con cifras estremecedoras: 8 millones de víctimas, entre ellas 5,7 millones de desplazamiento forzado, y 220.000 muertos.

El Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite) ha denunciado que España disculpe la «impunidad» de las FARC en el acuerdo de paz de Colombia. ¿Entiende que se encuentren paralelismos con el caso de la banda terrorista ETA en España?

No me atrevo a opinar sobre situaciones internas en España. Yo soy un visitante y no cometeré ese error. Reconozco el grado de polarización en Colombia. Es comprensible. Yo siempre me he negado a decir que quienes no están de acuerdo con nosotros son enemigos de la patria. Esta es una descalificación injustificada, hay personas a las que le molestan los acuerdos, particularmente por estos dos temas críticos: el deseo de muchos colombianos de que vayan a una cárcel ordinaria y la negativa de la participación política de los máximos responsables. Esos dos puntos son esenciales, no me canso de explicar que en un esquema de justicia transicional, que tiene el derecho de las víctimas como prioridad, las sanciones reparadoras representan la mejor sanción porque satisfacen el interés de la víctimas. Es el mejor mensaje y no tanto el punitivo de las cárceles ordinarias. Más allá, pienso que hay una gran distancia entre ETA y la situación de Colombia. En mi país el conflicto ha tenido un mayor número de combatientes, ha significado enormes daños para la nación colombiana, ya que estamos bordeando las ocho millones de víctimas y un buen número corresponde al desplazamiento interno.

¿Cree que ha habido demasiada «lucha de egos» en el proceso?

Se ha elevado demasiado la agresividad y el tono de la discusión política en Colombia, y esto ha sido nocivo. Deberíamos tener un poco de sosiego y de discusión más racional, a veces se acude simplemente a las emociones y es un camino equivocado. La aplicación de los acuerdos debería contribuir a bajar la temperatura.

¿Qué riesgo hay de que los guerrilleros disidentes se dediquen al narcotráfico?

El riesgo existe. Es evidente. Las fuentes de inteligencia coinciden en que el número de disidentes no pasa del 1% del total de combatientes. Se centra en el frente primero y en algunas zonas del sur de Colombia, y es probable que los disidentes quieran seguir vinculados al narcotráfico. Se han firmado pactos de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos entre las comunidades con presencia del Estado y de las FARC que cubren 38.000 hectáreas, mientras que el área total sembrada en coca hasta ahora es de 150.000. Las cifras pactadas indican que la política voluntaria está funcionando. Es posible que el interés de los disidentes sea ese pero no altera el resultado positivo de lo acordado.

¿Y qué van hacer para exterminar los 150.000 hectáreas tras haber aumentado un 39% el último año?

La meta que se ha fijado el Gobierno para este año es de 100.000 hectáreas, 50.000 por la vía de la sustitución y el resto mediante erradicación forzosa primando la manual, con la Policía y el Ejército: no hay ambiente para regresar a la aspersión aérea con glifosato (conocido como un herbicida 'cancerígeno'). Si conseguimos esta meta ambiciosa, habríamos regresado a cifras, de las mejores en el pasado. Estaríamos en presencia de 50.000 hectáreas de remanente. Lo que va a ocurrir es que no habrá consideración con los cultivos cercanos a miembros de las FARC, se aplicará sin distinción. Los terrenos de la sustitución se ingresarán en la economía legal.

El presidente Santos aseguró que en el nuevo acuerdo se incorporaron los principios de igualdad y no discriminación, de libertad de culto y se reconoció a la familia y a los líderes religiosos como víctimas del conflicto. En este día de la mujer, ¿cómo cree que va a ser la integración de las mujeres y niñas de las FARC en la vida civil? ¿Y a las mujeres víctimas de la guerrilla narcoterrorista?

Está relacionado con un tema extraordinariamente importante reconocido por la comunidad internacional. Se utilizó un enfoque de género en todo lo pactado que fue aplaudido por Naciones Unidas. La victimización ha golpeado de forma diferente a distintos tipos humanos por razones geográficas y étnicas. La mujer ha sido más victimizada en Colombia como hija, como madre y como esposa. Las secuelas del conflicto han sido mucho más gravosas. Estuve en un sitio de gran actividad guerrillera durante muchos años con varias líderes campesinas que me decían: «Tengo hijos de distintas relaciones, mis parejas han muerto, tengo desaparecidos. Estoy en una situación particularmente grave con cinco, seis o siete hijos». Y en muchos casos por violación. Incluso me decían que todos los victimarios les habían violado.

Brindar atención especial a las mujeres es un enfoque de género, justiciable y razonable que nadie debería poner en duda. La mujer transmitirá valores de reconciliación, que está más en hombros de la mujer que en los hombres. Esa circunstancia fue deformada a través de la propaganda negra, que creó la leyenda de que el enfoque de género era un atentado a la familia y que pretendíamos disolver la familia promoviendo matrimonios de personas del mismo sexo. Eso nunca se mencionó en La Habana. Lo que estamos viendo en Colombia es justamente la mayor posibilidad de reconciliación entre las mujeres. Una anécdota. Desde el momento que tomamos las primeras medidas de desescalamiento del conflicto hemos visto que en este momento en las filas de las FARC hay 300 madres gestantes, que es un fenómeno extraordinario puesto que la política interna de las FARC era bastante restrictiva para la concepción. La sola noticia del cese de la actividad militar ha generado ese volcamiento del sentimiento maternal e incluso en las fotos aparecen las guerrilleras cuyos niños han nacido portando el fusil caminando hacia las zonas de normalización y en el otro brazo un niño, un bebé.

Hay excepciones naturalmente. Hay mujeres que defienden a las víctimas con toda entereza y también rechazando de manera profunda y negándose al perdón, pero la generalidad de lo que he visto en mil foros a los que he asistido con víctimas es un espíritu más abierto a la reconciliación.

En el encuentro con los empresarios españoles, usted ha resaltado las profundas diferencias dentro de la guerrilla. Los dos mundos que van desde la cúpula de La Habana al de los guerrilleros rasos, nacidos prácticamente en la banda terrorista y de los que muchos quieren un oficio con el que salir adelante.

El secretariado -como suele llamarse la cúpula- tiene más acentuada la formación ideológica, originalmente marxista-leninista. Las FARC nacieron hace 52 años como expresión de lucha agraria y de la incidencia de la entonces Unión Soviética. Muchos miembros ingresaron por la juventud comunista y fueron educados en la URSS, como los dirigentes que están en La Habana. Pero hacia abajo hay seres humanos, algunos de ellos simples campesinos que prácticamente nacieron en la guerrilla y que demandan intereses más concretos. Me llena de entusiasmo la anécdota de que el director del organismo de formación de técnicos en Colombia me dijo que llegó preparado para cursos de filosofía política y encontró que el combatiente raso lo que quiere es resolver su vida con un oficio, como usted dice. Pero no hay que equivocarse, las FARC se autodenominan ejército, que tienen líneas de mando verticales muy claras, y cuando hay matices y diferencias internas uno nota que hay mando y control sobre esos guerrilleros rasos.

«Siento que conozco mejor a los colombianos»

Por un lado, tenía a los altos mandos guerrilleros en La Habana como Iván Márquez y Timochenko, marxistas-leninistas como ha dicho antes, y por otro, a una fuerte oposición política cada vez más intensa en sus críticas. ¿Cómo hizo para no volverse loco en un lustro de negociaciones?

En efecto, han sido casi cinco años de una presión muy intensa y la descripción que hace es correcta. En La Habana teníamos en frente a la guerrilla y en la sociedad colombiana a una fuerte oposición política. Nos reunimos cada vez que íbamos a Bogotá con los mandos militares, con la Iglesia y con los gremios. Y, tras el resultado del plebiscito, con los voceros del no: yo gasté personalmente con ellos 138 horas. Una situación muy compleja. No sé de dónde sale la energía para afrontar esto sin enloquecerme y sin caer en el síndrome de Estocolmo. Todas las noches me mentalizaba con que enfrente tenía a unos antagonistas, de las FARC, con los que no tenía simpatía de ningún tipo ni compartía nada en el nivel político ni principios, nada en común con ellos. Tenía que reafirmar eso para no perder el camino y no caer en el síndrome de Estocolmo. También debo decir que tras esta experiencia siento que conozco mejor a los colombianos.

¿En qué sentido?

Somos una sociedad que se ha urbanizado muy rápidamente. Once millones de colombianos ingresaron en la clase media en la última década y ha invisibilizado esa Colombia periférica y en las ciudades nos olvidamos de los campesinos, cultivadores de coca, que viven casi en las fronteras y uno de los propósitos de este acuerdo es la integración de los colombianos. Luego, y no sé por qué, no siendo una persona muy paciente en mi vida personal encontré una dosis de paciencia inverosímil. Era un manejo muy volátil de la mesa, había veces en que uno creía que iba a terminar y se iba arreglar, y esas ilusiones como pompas de jabón se desbarataban de un momento a otro. Parte del impulso interior es que mis primeros recuerdos de vida ya ocurren en medio de la violencia y es lo que le ha pasados a tantas generaciones de colombianos, lo que mueve a uno es la ilusión de doblar esta página histórica.

¿Cómo le ha cambiado la vida este tiempo tanto en lo psicológico como en lo afectivo?

Primero, en elementos de carácter cotidiano. Cinco años en La Habana implican un alejamiento de la familia. Hicimos 180 vuelos de ida y regreso, que me impedía en muchos momentos estar con mis hijos y nietos, y eso produce un sentimiento de desarraigo. En La Habana fui recibido con generosidad pero es una tierra ajena, y además la permanente presencia con las FARC tiene también un desgaste psicológico. En lo espiritual, por ejemplo, tengo el recuerdo de las visitas de las víctimas de los paramilitares y de las FARC, obviamente. Eran escenas desgarradoras, había que salir al diván del psiquiatra con cada víctima. Eso le hace a uno más sensible ante las personas que sufren en Colombia, que hay una gran cantidad de sufrimiento. Yo respeto a las personas que están en contra de lo que hicimos, aunque sí critico cierta miopía selectiva, un tic por el que cuando se habla de delito solo se piensa en las FARC, olvidando que algunos militares desviaron su camino. Creo que si no afrontamos esas realidades completas no hay paz en Colombia. De fondo, insisto que los delitos más graves no son amnistiables y se someten a sanciones restrictivas de la libertad.

También he notado cierto desprecio. Un día, el presidente de un grupo financiero me dijo: «Y usted para qué se metió en ese embeleco de la paz». Lo que yo veo allí es una enorme falta de empatía por colombianos que están sufriendo muchísimo. Respeto a los que no están de acuerdo, pero llamaría la atención a que una cosa es estar en las zonas de conflicto y otras en las zonas urbanas de los grandes capitales, y eso se refleja en los resultados del propio plebiscito. En la zona andina urbanizada ganó el no y en toda la periferia el sí. Colombia quedó encerrada por un círculo formado por los territorios más distantes. Los colombianos tenemos que entender eso; no olvidar esa circunstancia.

¿Qué va a pasar con los falsos positivos que denuncian los organismos defensores de los DD.HH.?

Los falsos positivos van a ser asumidos por las jurisdicción especial para la paz. Habrá sanciones para los responsables y serán los jueces los que examinen en cada caso concreto el grado de cercanía y lejanía con el conflicto. Habrá casos absolutamente aberrantes que no tienen ninguna relación con el conflicto y que volverían a la justicia ordinaria, y aquellos en los que hay relación directa o indirecta tendrán las sanciones propias de la jurisdicción especial. No habrá impunidad.

En este tiempo, ¿ha podido dormir por las noches? ¿No tiene cargos de conciencia?

Hombre, tengo que confesarle que he estado en situaciones muy críticas varias veces, desde las amenazas de los extraditables de la mafia cuando estaba en la Corte Suprema o el paso por la vicepresidencia que fue muy conflictivo, pero nunca he dejado de dormir bien (ríe). Tengo esa ventaja. Y con lo que se acordó en La Habana no tengo ningún cargo de conciencia. Todo está bajo la legalidad y a los críticos les digo que lean el acuerdo, que no se limiten a la información de las redes sociales, muchas veces mentirosa. De hecho, siempre digo que si alguien me demuestra que nos desviamos del Estado de Derecho yo pediré perdón.

La prensa colombiana ya le ve como posible presidenciable en 2018. ¿Ver peligrar el acuerdo le haría decidirse?

Lo primero es que el acuerdo sí está en peligro y es explícito. Los del Centro Democrático dijeron que había que rectificar y hacer cambios sobre lo esencial. Me parece que eso sería un enorme revés y una verdadera calamidad. Sobre mi papel lo que digo es que debemos aunar fuerzas para la defensa y aplicación de los acuerdos, y yo por ahora estoy examinando la situación, pero lo que tengo claro es que continuaré en la línea de defender lo acordado, una huella indeleble en mi vida.

Usted ha reconocido que tras el referéndum se mejoró el acuerdo, ¿debería haber dimitido entonces el presidente Santos?

No. En su momento, muy pocas personas pidieron la dimisión de Santos porque realmente hubiéramos entrado en un vacío y una crisis extraordinaria. La dimisión de un presidente en los sistemas parlamentarios y en Europa es más sencillo y comprensible, pero en los sistemas presidencialistas con un mandato propio, una duración concreta y definida la dimisión de un presidente es un hecho realmente crítico. Además, la reacción inmediata del presidente Santos fue reconocer la derrota y abrir el espacio de la renegociación. Al día siguiente fui a La Habana y las FARC reconocieron su propia derrota también y dijeron «vamos a examinar las inquietudes que vienen del no». Hicimos un ejercicio exhaustivo. Hubo cambios y hay que aceptarlo. Enviar a la cárcel ordinaria a los responsables lo que hace es destruir la verdadera opción de un acuerdo y la participación política es profundamente impopular y lo entiendo, que muchos no soporten verlo en el Parlamento, pero me parece que la esencia de un proceso así es suprimir el uso de las armas en la política, y fomentar la presencia política de las FARC en el escenario nacional.

Con perspectiva, ¿qué errores no deben cometerse en las negociaciones con la guerrilla del ELN?

Algunas de las expectativas que tuvimos con el inicio del diálogo con las FARC fracasaron y eso no debería repetirse. Siempre concebimos conversaciones relativamente cortas, en la medida de lo posible, durante la fase secreta se apuntó a una agenda concretísima para el fin del conflicto y nos hicimos ilusiones para unas conversaciones breves. El presidente incluso se imaginó unas conversaciones de meses, no de años. Lo ideal con el ELN es abreviar porque creo que la prolongación genera mucho desgaste, también para la guerrilla. En segundo lugar, hubo un compromiso de confidencialidad que no fue cumplido por las FARC, que aprovecharon la cobertura de los medios de Cuba y pudieron hacer sus arengas todas las mañanas. Eso es perturbador porque distrae de lo esencial. Aunque no se trata tampoco de dar consejo porque las características del ELN son bien distintas de las FARC. El exministro Juan Camilo Restrepo está al frente de la delegación y fue muy útil también al comienzo de las conversaciones con las FARC.

¿Es un peligro para Colombia que las FARC puedan copar el espectro de la izquierda política colombiana?

En la izquierda hay distintas líneas de pensamiento: de la influencia soviética, del maoísmo, de la revolución cubana... Hay una dispersión que se ha mantenido. Es imprevisible que cuando las FARC aparezcan con su lenguaje radical sin las armas puedan hacer alianzas, aunque podría suceder. Los peligros de la sociedad colombiana vienen más bien del populismo de derecha, por el deseo de regresar al autoritarismo, a la ausencia del diálogo y al cierre de la sociedad colombiana. Hay personajes públicos que propugnan una posición poco tolerante de las ideas ajenas con el deseo de imponer normas legales, burlar la intimidad de las personas en su propio comportamiento y en su libre desarrollo de la personalidad. La forma de responder a estos desafíos es salvaguardando las esencias de la filosofía liberal y al mismo tiempo siendo consciente, desde el capitalismo, que este tiene una estructura muy inequitativa en Colombia, lo que digo no es castrochavismo ni Cuba, sino un baldón que Colombia sea una de las naciones más inequitativas de Latinoamérica, incluso cerca de Haití. Es irritante.

Acostumbrada Colombia a la convivencia entre una democracia inestable con situaciones de conflictos de alta intensidad, ¿el pueblo colombiano y políticos como usted serán capaces de vivir en esta nueva «normalidad»?

Tenemos que recordar en relación con el narcotráfico la capacidad de resistencia de Colombia frente a los grandes carteles de la droga, cuando Pablo Escobar y el resto pusieron en riesgo la institucionalidad colombiana la reacción fue muy valiente con jueces que siguieron condenando a los mafiosos, policías… Escobar ejecutó el plan pistola, pagaba por el asesinato de policías, mató a 400 policías en poco tiempo. La prensa fue admirable, en los momentos de mayor riesgo tras la muerte de Guillermo Cano (director de El Espectador) todos los medios publicaron editoriales de condena con gran valentía. Ahora hay narcotráfico también auspiciada por la demanda y el consumo pero no tiene las características de riesgo institucional que tuvo en el pasado. La guerrilla ha sido endémica y ha cohabitado con un ejercicio de democracia que puede tener defectos pero ha sido sólida. Realmente en Colombia tenemos una muy breve experiencia de golpes de estado, y ha habido un ejercicio democrático y permanente que hemos preservado los colombianos. En estos 50 años de conflicto precisamente los días más pacíficos en Colombia eran los de las elecciones, se suspendía la actividad militar para preservar el sufragio. Yo creo que falta en el terreno de la reconciliación y hay todavía mucho odio. Creo que la comisión de la verdad va a generar un estrés duro en la sociedad colombiana, vamos a afrontar muchas verdades pero esas verdades deben contribuir a la reconciliación. El problema no es de una verdad sino la coexistencia de verdades que provienen de experiencias distintas. Una cosa es ser víctima de las FARC y otras de los paramilitares. El propósito del conflicto no es conocer el conflicto, que lo conocemos, sino reconocerlo para la búsqueda de la reconciliación. Aunque lleve tiempo, lo lograremos.


ABC (España)

 



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