Todo lo anterior viene al cuento porque a pesar de que el fascismo mundial quedó sepultado en ruinas, ya que Alemania fue destruida en términos absolutos y Japón fue devastado con bombas atómicas arrojadas en Hiroshima y en Nagasaki y se perdieron 60 millones de vidas humanas, ahora, en pleno siglo XXI, resurgen de nueva cuenta las tentaciones diabólicas populistas entre algunas de las grandes potencias que asistieron el siglo pasado a la peor hecatombe conocida en la historia de la humanidad.
La xenofobia británica, expresada a través del Brexit, logró el descarrilamiento de la locomotora inglesa del convoy promisorio de la Unión Europea. Los políticos del Reino Unido que impulsaron la salida de Inglaterra de la Unión Europea, una de las grandes conquistas políticas de la posguerra, difícilmente podrían ocultar su penacho fascista. El Reino Unido habrá de pagar muy caro el precio del populismo suicida. De la misma manera que aparecieron simultáneamente, en la primera mitad del siglo XX, países fascistas como Alemania, España e Italia, ahora surge también en Francia la tentación fascista de Marine Le Pen, quien de llegar al Palacio del Elíseo excluiría a su país de la UE, para asestar un golpe mortal a esta ejemplar organización política y económica. Algo huele a podrido en Francia porque la ultraderecha, es decir, la xenofobia nacionalista, podría llegar al poder con terribles consecuencias para Europa. El mundo entero se ha convertido en una vecindad. Ahí está Donald Trump, un presidente de extracción fascista, otro xenófobo obnubilado, que amenaza con deportar a 11 millones de ilegales que radican en Estados Unidos, sin detenerse a considerar que deportarlos, si es que esto fuera posible, equivaldría a darse un tiro en el paladar, porque precisamente estos extranjeros ilegales que perciben ingresos muy bajos por su condición migratoria, son quienes lamentablemente hacen el trabajo sucio que los norteamericanos se niegan a llevar a cabo. ¿Cómo sustituirlos?
Un motivo de reconciliación política consiste en el triunfo electoral, en Holanda, de Mark Rutte, quien derrotó en las urnas al populista Geert Wilders. Es claro que su éxito no fue rotundo, porque si bien logró 33 escaños en el Parlamento, necesitaba 76 para formar Gobierno, para lo cual se verá obligado a estructurar una coalición gobernante para cerrarle el paso al fascismo xenófobo de Geert Wilders, racista y antieuropeísta, supuesto líder vencedor, según las encuestas... Pero, ¿quién cree ahora en las encuestas cuando la señora Hillary Clinton las encabezaba o cuando también estas anunciaban el fracaso del Brexit o en esta ocasión, cuando afirmaban el arribo del fascismo en Holanda? Todas las encuestas se equivocaron, como espero se equivoquen cuando predicen con su bola de cristal opacada, la llegada de Marine Le Pen al Gobierno de Francia.
Espero a gritos, con los brazos abiertos y poseído de mi mejor entusiasmo y fundadas esperanzas, que los nacientes fascismos sean derrotados en las urnas y no por medio de las armas como aconteció en 1945. Francia tiene ahora la palabra.