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22/03/2017 | Historia- La misión secreta en la que las fuerzas especiales del SAS aniquilaron a un comando del IRA en Gibraltar

Manuel P. Villatoro

El 6 de marzo de 1988 una unidad especial británica acabó con la vida de tres presuntos terroristas en el Peñón. La acción -que recordamos tras el fallecimiento el pasado martes de antiguo guerrillero Martin McGuinness- provocó una increíble escalada de violencia conocida como «Batalla de los funerales»

 

Una auténtico baño de sangre que enfrentó -desde 1986- a los irlandeses que querían emanciparse del Reino Unido y a los que buscaban permanecer del lado inglés. La guerra civil que vivió la región hasta 1998 provocó más de 3.500 víctimas y cientos de damnificados en ambos bandos. Durante ese tiempo, tanto el Ejército Republicano Irlandés (IRA) primero, como su escisión más violenta después (el IRA Provisional), se enfrentaron de manos del Sinn Féin (su brazo político) al gobierno «british».

La ola de violencia que se generó en ese tiempo provocó multitud de ejemplos de barbarie. Y uno de ellos, precisamente, fue la denominada «Batalla de los funerales». La sangrienta ola de atentados perpetrados en los 14 días siguientes al terrible 6 de marzo de 1988.

¿Qué sucedió en aquella aciaga fecha que provocó decenas de muertos? ¿Qué agitó de tal forma a las masas? El hecho no fue otro que una operación secreta en la que el SAS (el Servicio Aéreo Especial, los letales comandos británicos), aniquiló en Gibraltar a tres presuntos terroristas del IRA que -según se declaró oficialmente- trataban de atentar contra la residencia del Gobernador británico del territorio. Sin embargo, esta misión «top secret» que apenas duró unos minutos (y que protagonizaron cuatro agentes del susodicho grupo de operaciones especiales) generó unas gigantescas controversias que recogieron los principales medios de todo el globo. Y es que, se dijo que los militares que participaron en la misión acabaron con la vida de sus objetivos a sangre fría, y a pesar de que iban desarmados.

Hoy queremos recordar esta misión secreta del SAS británico (así como sus repercusiones) aprovechando que el pasado martes falleció el histórico líder del IRA Martin McGuinness. El mismo hombre que -tal y como explica Luis Ventoso en ABC- pasó de ser detenido con armas y explosivos que pensaba utilizar contra del Reino Unido, a luchar por la paz y pasear felizmente junto a la Reina Isabel II. El mismo hombre que supo dejar de lado la violencia y apostar por la pluma para solventar sus diferencias políticas con sus contrarios.

Cazados

Hallar el origen de esta misión requiere retroceder en el tiempo hasta septiembre 1987. Siempre según la versión oficial que se ofreció -la cual explica pormenorizadamente Juan José Téllez en su obra «Yanitos: viaje al corazón de Gibraltar (1713-2013)»- ese fue el año en el que la policía española informó al gobierno inglés de que andaba siguiendo la pista a dos activistas del IRA Provisional que se encontraban entre sus fronteras. Al parecer, y según confirmó después de los hechos el periodista Juan José Echevarría, fue entonces cuando el MI5 (el servicio de seguridad británico) estrechó el cerco sobre ellos y dejó caer sobre ellos un operativo capaz de desvelar hasta cuándo diantres acudían al retrete.

De esta guisa, los ingleses se enteraron de que el presunto comando del IRA había pasado en varias ocasiones por la residencia del Gobernador británico en la región, el mismo edificio en el que se celebraba el tradicional cambio de guardia. Las piezas del puzzle no tardaron en unirse, y se aventuró la idea de que -como señala Téllez en su obra- el objetivo era atentar contra la vivienda «durante el cambio de guardia que solía ser contemplado por numerosos turistas y que, por aquella época, protagonizaban los soldados del Primer Batallón Royal Anglian» el regimiento residente por aquel entonces en el Peñón y que acababa de llegar de un anterior destino en Irlanda del Norte.

Informadas de la posibilidad, y temerosas de sufrir un atentado, las autoridades de Gibraltar terminaron solicitando ayuda a las islas. Y desde allí enviaron a un grupo del Servicio Aéreo Especial (SAS, atendiendo a sus siglas en inglés) para poner fin a aquel comando. Pero lo hicieron de forma totalmente oculta y sin dar aviso previo a la policía de la zona.

En principio, las órdenes del SAS eran colaborar -cuando lo considerasen oportuno- con las autoridades locales para atrapar al comando del IRA. Este estaba formado por tres presuntos terroristas. Dos de ellos -Seán Savage y Daniel McCann- eran seguidos por las autoridades desde 1987, cuando fueron vistos viajando a lo largo y ancho de la Costa del Sol. El tercer miembro era una mujer (Maraid Farrel) que se había unido poco después. Los miembros de este trío fue reconocidos por las autoridades inglesas como veteranos colaboradores del grupo terrorista.

El fatídico día

A partir de este punto, las versiones sobre el hecho se cuentan por decenas. La oficial (ofrecida por las autoridades inglesas) afirma que, el 6 de abril, Savage cruzó la frontera entre España Gibraltar en un vehículo que, posteriormente, dejó aparcado cerca del lugar en el que se solía celebrar el cambio de guardia. Este hecho, ya de por sí turbio, terminó de volverse sospechoso cuando McCann Farrel alquilaron un vehículo cada uno y, por separado, se reunieron con su compañero en la ciudad.

Así explicó ABC los hechos en una noticia de 1988: «El vehículo sospechoso que había llegado de España se hallaba en un lugar próximo a la plaza donde unidades de la guarnición militar celebraban desfiles periódicamente para resaltar el dominio británico sobre el territorio de la provincia de Cádiz».

Siempre según la versión oficial, un miembro del SAS fue enviado a examinar el vehículo y declaró que debía ser tomado como un posible coche bomba. Las autoridades inglesas se pusieron en marcha y dieron luz verde a su unidad de élite para que entrara en acción. Según informó José Antonio Carrizosa en 1988, se autorizó a los comandos a abrir fuego contra los miembros del IRA si consideraban que su vida era puesta en riesgo. Finalmente, pasadas aproximadamente las tres y media de la tarde, se ordenó a cuatro agentes del Servicio Aéreo Especial atrapar a los presuntos terroristas, quienes dirigían sus pasos hacia la frontera.

Lo que sucedió entonces fue objeto de una investigación a fondo. Y es que, mientras el SAS se acercaba a los miembros del IRA, ocurrió el desastre debido a la triste fortuna.

«Según parece, sonó una sirena de policía y todos se pusieron nerviosos», explica Téllez. En palabras de los agentes ingleses, en ese instante McCann se dio la vuelta y clavó los ojos en uno de los soldados. «Según sus declaraciones posteriores, [el soldado] creyó que el extraño movimiento que hizo a continuación pretendía activar el detonador», añade el experto. Su reacción fue instantánea: disparó al presunto terrorista por la espalda para acabar con él. A continuación, dirigió su arma contra Farrel al considerar que iba a buscar un detonador en su bolso Su compañero del SAS apretó también el gatillo para asegurarse de que estaban muertos.

«Mientras, Savage había oído los disparos y se dio a la fuga, le dieron el alto y se detuvo. Pero […] como vieron que llevaba su mano hacia el bolsillo abrieron fuego a discreción, causándole la muerte», añade Téllez. Aquel fue el final del comando del IRA. Poco después, los miembros del SAS se identificaron antes las autoridades de Gibraltar y -poco después de las cuatro- dejaron el caso en sus manos. Su trabajo había acabado.

De cara a la opinión pública, el Ministro de Asuntos Exteriores explicó que los miembros del SAS habían acabado con las vidas de sus enemigos al sentirse amenazados y para salvar su vida. Caso cerrado... ¿O no?

Los «fallos»

Por si esta misión secreta no hubiera salido ya bastante mal de por sí, la sombra de la duda no tardó en cernirse sobre el SAS. Y es que, los comandos fueron acusados de perpetrar una «guerra sucia» contra el IRA y haber atacado a estos tres miembros sin razón. Esta versión se extendió en pocas horas. ¿La razón? Que pronto salió a la luz que los terroristas no portaban armas encima en el momento del ataque de la unidad especial, y que el coche que había sido abandonado no tenía ni un gramo de explosivos en su interior. «La sospecha de la primera hora se convirtió poco a poco en realidad. Unos testigos tras otros afirmaron que los militares abrieron fuego sin previo aviso», explicó entonces el periodista y escritor Manu Leguineche.

Desde Dublin se apoyó esta teoría, como explicaba el diario ABC en 9 de marzo de 1988 en palabras del periodista Alfonso Barra: «Según algunos dirigentes de Dublin, la versión del auto-bomba es un invento deliberado de Londres». Los políticos de la región, así como los familiares de los fallecidos, no tardaron en señalar que el SAS podría haber detenido al comando, y que eso hubiera sido mucho más útil para la investigación.

La investigación posterior sobre el hecho no aclaró nada, más allá de señalar (según el Jurado de Gibraltar) que había sido un «homicidio justificado» (lo que absolvía a los militares). Este veredicto terminó con la paciencia de algunos implicados como el hermano de Farrel, quien declaró que el juicio había sido «una farsa» y que los soldados «habían actuado como una banda de asesinos».

Para avalar su teoría, los miembros del SAS se basaron en la declaración de sus agentes y un coche que, tan solo un día después del suceso, fue hallado en Marbella por las autoridades españolas. Un vehículo que, en palabras de los «british» era realmente el que iba a destinar el comando del IRA para atacar Gibraltar.

Así explicó este suceso el diario ABC poco después del hallazgo: «El automóvil, un “Ford Fiesta” matrícula MA-2732-AJ, que contenía cinco paquetes del explosivo “sentex”, habitualmente utilizado por el Ejército Republicano Irlandés, con un peso total de 64 kilos, según fuentes de la Secretaría de Estado para la Seguridad». El vehículo era similar al que había sido colocado en la zona del posible ataque y debía ser sustituido por el blanco, en palabras de las autoridades.

Al final, y ante el descontento por el veredicto, las familias presentaron el caso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Este declaró que las autoridades debían haber detenido a los sospechosos en la frontera, aunque también destacó que la operación había sido tan desastrosa que el uso de la fuerza había sido casi inevitable. «El fallo del tribunal de Estrasburgo -ajustadamente aprobado en una votación de 10 a 9- estableció que los tres nacionalistas irlandeses habían sido "muertos fuera de la ley", y condeno a Londres al pago de los costos del juicio a los familiares de las víctimas, por valor de 60.000 dólares», explica la agencia IPS en un dossier sobre el suceso.

Tristes repercusiones

Independientemente de los juicios posteriores, a nivel inmediato la operación del SAS provocó una escalada brutal de violencia que comenzó durante la inhumación de los terroristas. Así lo señala Nuria Arbizu en su libro «Cultura y conflicto en Irlanda del Norte»: «En su entierro en Belfast, un miembro de la UDA (la Asociación de Defensa del Ulster) disparó a los asistentes y arrojó varias granadas matando a tres personas».

Aquel fue solo el comienzo de la denominada «Batalla de los funerales». Y es que, en el cortejo fúnebre de una de aquellas nuevas víctimas volvió a ocurrir el desastre. «Un vehículo con dos miembros del ejército británico avanzó en dirección opuesta a la marcha. Algunos participantes, pensando que se trataba de un nuevo ataque “lealista”, rodearon el vehículo, lincharon a sus ocupantes y se los llevaron de la escena para matarlos», añade la experta.

ABC (España)

 



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