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27/03/2017 | El Futuro de Europa - De Monnet al Brexit

Felipe Sahagún

Integrar Europa para poner fin a 80 años de guerras y nacionalismos fratricidas en el continente e impulsar su recuperación económica tiene muchos padres y varias partidas de nacimiento.

 

Los fundadores de la hoy llamada Unión Europea de 28 -en espíritu ya de 27 si el Reino Unido activa en tres días el Artículo 50 del Tratado de Lisboa- fueron un empresario y alto funcionario agnóstico de la Liga de Naciones difícil de catalogar políticamente -el francés Jean Monnet-, un socialista -el belga Paul-Henri Spaak- y tres democristianos: el francés Robert Schuman, el alemán Konrad Adenauer y el italiano Alcide De Gasperi.

El certificado de nacimiento del proyecto tiene sus raíces en la comisión que gestionó el Plan Marshall del 48 al 51, arranca del Congreso de La Haya en 1948 y toma cuerpo con la Declaración Schuman el 9 de mayo de 1950, que da paso a la primera de las tres comunidades, la del Carbón y del Acero, en vigor desde el 23 de julio de 1952.

El tren a punto estuvo de descarrilar el 30 de agosto de 1954, cuando la Asamblea Nacional francesa rechazó la Comunidad Europea de Defensa por 319 votos contra 264, pero se salvó sustituyendo las ambiciones de unión política por otras dos comunidades: la Económica Europea y la de la Energía Atómica.

Con los Tratados de Roma, además de la gestión conjunta de la energía nuclear y de un mercado común basado en la supresión de tarifas y otras barreras, y en la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales, se ponía en pie -escribía al día siguiente Arnaldo Cortesi en el New York Times- "una maquinaria que, con el tiempo, dará vida a un gobierno central europeo".

Esa maquinaria incluía un Tribunal de Justicia, una Asamblea de 142 representantes de los parlamentos nacionales, un Consejo con el poder de decisión y una Comisión que se encargaría de la aplicación de los Tratados. "En otras palabras, los dos Tratados reanudan la tarea de construcción de una Europa unida donde se interrumpió con la derrota del proyecto de la Comunidad Europea de Defensa", añadía el corresponsal del New York Times.

Las potencias europeas acababan de ser humilladas en Suez, sus principales colonias huían en estampida, la URSS acababa de formar el Pacto de Varsovia, Nikita Krushchev se estrenaba como sucesor de Stalin denunciando sus crímenes, empezaba a militarizarse el espacio y, cinco meses antes, los tanques soviéticos habían aplastado la insurrección de Budapest.

En sus palabras de bienvenida a la ceremonia de la firma, el alcalde de Roma, Umberto Tupini, describió los tratados como la base para "un siglo de unión en paz, libertad y prosperidad".

"Sentimos no poder participar en una Europa unida como una Alemania unida, pero mantenemos la esperanza", replicó el canciller alemán, Adenauer.

"Estoy seguro de que se resolverán las causas que impiden hoy a Gran Bretaña asociarse al mercado común", dijo el ministro francés de Exteriores, Christian Pineau. "Nuestra unión y nuestra fuerza infundirán respeto en cualquiera que se sienta tentado a enturbiar nuestra paz".

"Estos tratados darán a Europa progreso y prosperidad", aseguró el ministro holandés de Exteriores, Joseph Luns. El ministro belga, Paul-Henri Spaak, sentado al final de la mesa, fue el primero en firmar. Un puñado de comunistas lanzaba gritos de protesta en el exterior.

La ceremonia concluyó con el reparto por Tupini de medallas de oro conmemorativas a cada delegado y el repique de dos viejas campanas de la Torre Capitolina.

Así nacieron las tres Comunidades, que se fusionaron en una en 1967, pasando a llamarse Unión Europea en 1993, con la entrada en vigor del tratado de Maastrich.

Los seis firmantes consiguieron autosuficiencia agrícola y su comercio se multiplicó por seis en diez años. La unión aduanera se alcanzó el 1 de julio del 68, se aceleró la convergencia, se redujeron las desigualdades y, desde Inglaterra a Turquía, el resto de la Europa no ocupada por los soviéticos solicitó asociarse o integrarse.

Desaparecidos los odios históricos franco-alemanes y la amenaza soviética que motivaron su nacimiento, la Europa dividida y débil de los seis, con 160 millones de habitantes y financiada con el 0,03% de su PIB, ha pasado a ser (hasta que sea oficial el Brexit) una Europa de 28, con más de 500 millones y financiada con, aproximadamente, un 1% de su PIB, que el año pasado superó los 15 billones de euros.

De crisis en crisis, en un pulso permanente entre supranacionalidad e intergubernamentalidad, ampliando y profundizando en respuesta a las circunstancias, la UE, a pesar de su actual crisis existencial, ha facilitado el periodo de más paz y progreso vivido en Europa en siglos y se ha convertido en uno de los actores más influyentes -sin duda el más democrático y liberal- del nuevo sistema multipolar en formación.

El mercado común se tardó en construir casi medio siglo y aún no está terminado, la unión monetaria se demostró inadecuada para hacer frente a crisis como la de 2008, la defensa exterior depende aún de los EE.UU., las ampliaciones han multiplicado los desequilibrios y las tensiones internas, apenas se ha avanzado en el ámbito de la seguridad, no hay una política común de inmigración, resurge la amenaza de Rusia y siguen sin verse las políticas sociales necesarias para reducir el descontento de los más golpeados por la globalización y, sobre todo, por la revolución tecnológica.

"Para que las democracias de la UE recuperen su vigor, la integración política y la económica deben sincronizarse", señala el profesor de Harvard Dani Rodrik. "O la integración política acompaña a la económica o la económica tendrá que ralentizarse y, mientras no se haga, seguirá siendo disfuncional".

Como es difícil que 28 Estados tan desiguales, tanto en recursos como en valores, acepten el mismo grado de integración, no hay otra salida que flexibilizar la organización para que todos se sientan cómodos.

En vez de responder con claridad al desafío, el mal llamado Libro Blanco presentado el 1 de marzo por el presidente de la Comisión, Jean-Claude Junckers, abre la puerta a cinco futuros posibles, entre los que incluye reducir el proyecto a un mercado único o seguir avanzando a diferentes velocidades hacia el sueño de los fundadores de unos verdaderos Estados Unidos de Europa.

El Mundo (España)

 



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