Francia ha sido golpeada de nuevo por un ataque terrorista. Esta vez en el centro de París y a pocos días de la primera ronda de las elecciones presidenciales. Al margen de las graves consecuencias inmediatas, como la pérdida de vidas o los daños materiales producidos por el propio ataque, lo realmente preocupante es la posible reacción colectiva a estos incidentes.
Solo a través de
la manipulación del comportamiento colectivo pueden los terroristas infligir
verdadero daño en nuestras sociedades. Si el ataque del jueves, o cualquier
otro incidente análogo, facilitara la victoria de Marine Le Pen en las
elecciones francesas, el daño producido a Francia y a la Unión Europea sería
infinitamente superior al
que IS, Al Qaeda o la totalidad
de organizaciones terroristas podrían infligir de forma directa sobre
Occidente.
Empecemos en todo caso por el principio. El
telón de fondo es el siguiente: vivimos hoy en las sociedades más pacíficas y
seguras de la Historia. El trabajo de Steven Pinker de la Universidad de
Harvard demuestra que nunca había sido la violencia física tan improbable en los colectivos humanos. Esto es
cierto a nivel global y en términos de muertos en conflicto armado
inter-estatal, como a nivel nacional y en términos de criminalidad común. El
fenómeno terrorista no ha cambiado la tendencia general. Sabemos, por ejemplo,
que en EEUU es mucho más probable morir por las
lesiones producidas en una caída grave en la bañera que en un atentado
terrorista.
Sabemos también que los grupos terroristas
rara vez logran sus objetivos políticos; ya sean estos reformas legislativas
concretas o transformaciones más profundas del status quo político.
Las cifras del Profesor Max Abrahms de la Universidad Northeastern son
contundentes: de 28 grupos terroristas analizados en su ensayo "Why
Terrorism Does Not Work" tan solo el 7% logra alguno de sus objetivos políticos.
De hecho, los que menos éxito tienen son aquellos que optan por atentar contra
civiles en vez de contra las fuerzas de seguridad. El público general percibe
esa táctica como amoral y criminal, y no como la actuación de un movimiento
revolucionario merecedor de apoyo. Por lo tanto, el terrorismo y, en particular
el terrorismo islámico, no logrará una victoria convencional directa, sino tan
solo de forma indirecta a través de la reacción a sus actos. No busca convencer
sino debilitar a través de la sobrerreacción de las víctimas.
Por lo tanto, si sabemos que vivimos en
sociedades eminentemente seguras y que la táctica terrorista es eficaz en tanto en cuanto produce miedo,
es evidente que nuestro único enemigo somos nosotros mismos. Debemos
desarrollar estrategias específicas para contener los efectos de ataques
terroristas al igual que lo hacemos en relación a otras muchas amenazas. Esa
estrategia pasa por acotar la descripción de terrorismo de forma estricta para
no caer en el error de entender toda manifestación de inseguridad como un hecho
terrorista, informar al público de la escala real del problema, calibrar
correctamente la reacción de las fuerzas de seguridad así como acordar con los
medios de comunicación estrategias de comunicación que permitan revelar los
hechos sin producir pánico. En esencia la clave será el acotar la onda
expansiva de estos acontecimientos que es donde realmente radica el potencial
de daño.
La peor reacción posible es la que hemos observado por
parte de la Administración Trump en EEUU. Donald Trump ha elevado el nivel de alerta sobre el
terrorismo islámico posicionándolo en el centro de su estrategia de seguridad
nacional y aprobando medidas legislativas, como por ejemplo la orden ejecutiva
que prohíbe la concesión de visados de entrada en EEUU a siete países de
mayoría musulmana, que afectan a millones de personas de forma innecesaria. En
Francia la reacción más perjudicial sería un aumento de apoyo a Marine Le Pen y al Frente Nacional. Una victoria de Le Pen pondría en peligro la
pertenencia de Francia al Euro, a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica. De producirse
semejante reacción el terrorismo islámico habría logrado que los europeos nos
infligiésemos uno de las mayores daños posibles en un momento de gran debilidad
e incertidumbre.