Este
domingo la UE tenía poco que ganar y muchísimo que perder.
Durante semanas, Bruselas ha tratado de fingir normalidad y en buena medida lo
ha conseguido. Sin pánico ni exageraciones. Sin discursos dramáticos ni
sensación de emergencia. Haciendo equilibrismo con los números y convenciéndose
a sí misma de que lo impensable era y es imposible y que por eso mismo todo iba
y va a salir bien. Pero tras el desastre del referéndum británico y la sorpresa de la elección de Donald Trump, sólo ahora respiran con cierto alivio.
Los
análisis de la primera ronda de las elecciones galas abren muchos debates en
clave nacional y continental: la 'pasokización' del Partido Socialista, el
brutal giro a la derecha de la ciudadanía francesa, la descomposición y la
falta de pegada de los partidos tradicionales. Vectores que se repiten de una u
otra manera dentro de la Unión. Pero en Bruselas, en verdad, sólo hay una
lectura: Marine Le Pen no será presidenta. Y con eso basta. Las instituciones europeas son extraordinariamente
ideológicas, muy políticas y asombrosamente pragmáticas. También,
cortoplacistas. Siempre ponen parches y se conforman con males menores con
criterios tan cambiantes y ligeros que sorprenden. Esta vez no es diferente,
pero el órdago es total así que, piensan, no se pueden hacer demasiadas
exigencias. Es todo o nada.
Sin
grises ni medias tintas. La candidata supone, en el escenario base, el final de
la UE tal y como la hemos conocido. En el peor caso, el fin de 60 años de
Unión. El proyecto europeo puede resistir el 'Brexit', pero no un
'Frexit'. Y en eso, sea cierto o no, hay consenso ahora mismo en el
'establishment'.
El
otro candidato, Macron, es una apuesta firme por la UE y los valores
evanescentes que representa. Sin rupturas, sin choques, sin amenazas. Seguramente el (potencial) presidente más europeísta que nunca
haya tenido el 'Hexágono' y el "único verdadero" entre los favoritos,
según Juncker o Tusk. Desde 1988 siempre ha habido un Le Pen en las
presidenciales. Pero siempre, llegado el momento, la movilización republicana
los ha frenado. Tras el respaldo inmediato de Fillon y Hamon, de Valls y
Hollande, de Barnier y Cazeneuve, Bruselas da por hecho que ocurrirá igual.
En
los pasillos de la capital comunitaria estas pasadas semanas el discurso era
muy claro. Mientras que Macron pasara a la segunda ronda, había poco que temer.
Contra Le Pen o Mélenchon ganaría sin duda. Contra Fillon, quizás no, pero
tampoco sería un drama. La interpretación de la primera
ronda es agridulce. Por un lado, que Le Pen haya pasado supone un
fracaso absoluto. Por el otro, 'únicamente' el 20% de los votantes apuesta por
su narrativa y no más del doble, según las estimaciones, lo hará dentro de dos
semanas. Al mismo tiempo, y a diferencia de lo ocurrido en Holanda, Macron no
ha articulado su programa y su discurso al son del Frente Nacional. Al
contrario.
No
hubo triunfo total del populismo en Holanda. Le Pen no ha sido la más votada. La economía se va
recuperando. En Alemania, la AfD se ha dividido internamente y la victoria en
otoño estará entre Angela Merkel o Martin Schulz, ex presidente del Parlamento
Europeo y con sobradas credenciales. El 'Brexit' y Trump, además, están
generando dinámicas olvidadas entre los 27.
Este 2017
es año clave para el futuro de Europa.
Está siendo y va a ser duro, dejará secuelas y la erosión en los principios
liberales y democráticos es constante y una amenaza infravalorada. Pero los primeros órdagos se han ido superando y el optimismo
aflora con cierta timidez. Los próximos 15 días van a ser un debate
continuo sobre Europa, sus principios y sus debilidades. Sobre Moscú o
Bruselas. La UE está herida, pero los rumores sobre su muerte y la alegría de
sus enemigos es probable que hayan sido exagerados.