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05/05/2017 | Opinión - La metáfora francesa

Pilar Rahola

Si la Europa del siglo XX murió en Auschwitz, la del XXI agoniza a las puertas de Turquía, en las playas de los niños muertos, en las rutas fallidas de los refugiados. Es una Europa sin alma, vendida a los intereses cortoplacistas, que deja a la ciudadanía sin referentes éticos. Y, ante el vacío de Europa, los ciudadanos retornan al relato interno. Es la defensa ante el desconcierto, el miedo ante la incerteza, el búnquer ante la amenaza. Eso es Le Pen.

 

Leo con interés (como siempre) el artículo que publicó Antón Costas y que resumo en esta idea: “Sólo con un patriotismo europeo basado en un nuevo contrato social que ofrezca seguridad económica será posible revivir el europeísmo”. El artículo parte de una tesis que comparto: gane quien gane en Francia, la crisis de Europa es imparable y, por tanto, urge replantear cuestiones de fondo. Sin embargo, difiero en un matiz: no es una crisis nacida al albur exclusivo de los problemas económicos, y su derivada social, sino que también se trata de una crisis profunda de valores e identidad. Europa naufraga por sus propias miserias.

Y la metáfora de esa crisis es la propia crisis francesa, que ha llevado a la Republique a la situación insólita de tener una candidata de la extrema derecha cerca del Elíseo. Una candidata que, a pesar de las encuestas y las uniones políticas a su contra, está más cerca de hacer un Trump de lo que cabría imaginar. Pero si Le Pen es una amenaza para recoser las heridas europeas, no parece que Macron sea el gran estadista francés que ayudará a reconducir la situación. Al contrario, parece un candidato recauchado, ambiguo en todas sus posiciones, e incapaz de liderar un gran relato republicano, más allá de una edulcorada promesa de gestión pública. Ni siquiera sabemos qué piensa realmente del tema europeo, porque si Le Pen es claramente antieuropea (aunque le ha puesto sordina al discurso en los últimos tiempos), Macron juega a la nebulosa en ese terreno de arenas movedizas. La cuestión es que, si gana Le Pen, Europa tiene un problema enorme. Pero nada hace pensar que deje de tenerlo si gana Macron. Al contrario, Francia lleva tiempo coqueteando, con un discurso a lo británico, que convierte a Europa en el problema de todos sus males. Ella, que en su tiempo fue la más convencida de que Europa era la solución. Y en ese discurso se encuentran los dos polos ideológicos. Lo cual nos lleva a una paradoja delicada: con la baja británica, si cae Francia, sólo Alemania aguantará el palo europeo, lo que es insostenible a medio plazo.

La cuestión es saber cómo hemos llegado a esta situación, y, si bien compro los argumentos de Costas, añado la convicción de que Europa sufre un naufragio de valores que la ha dejado sin sentido profundo. Si la Europa del siglo XX murió en Auschwitz, la del XXI agoniza a las puertas de Turquía, en las playas de los niños muertos, en las rutas fallidas de los refugiados. Es una Europa sin alma, vendida a los intereses cortoplacistas, que deja a la ciudadanía sin referentes éticos. Y, ante el vacío de Europa, los ciudadanos retornan al relato interno. Es la defensa ante el desconcierto, el miedo ante la incerteza, el búnquer ante la amenaza. Eso es Le Pen. El problema es que Macron no es lo mismo, ni su contrario, y lo peor de la incertidumbre es combatirla con ambigüedad vacua. No tiene buena pinta la cosa...

La Vanguardia (España)

 



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