Si la Europa del siglo XX murió en Auschwitz, la del XXI agoniza a las puertas de Turquía, en las playas de los niños muertos, en las rutas fallidas de los refugiados. Es una Europa sin alma, vendida a los intereses cortoplacistas, que deja a la ciudadanía sin referentes éticos. Y, ante el vacío de Europa, los ciudadanos retornan al relato interno. Es la defensa ante el desconcierto, el miedo ante la incerteza, el búnquer ante la amenaza. Eso es Le Pen.
Leo con
interés (como siempre) el artículo que publicó Antón Costas y que resumo en
esta idea: “Sólo con un patriotismo europeo basado en un nuevo contrato social
que ofrezca seguridad económica será posible revivir el europeísmo”. El
artículo parte de una tesis que comparto: gane quien gane en Francia, la crisis
de Europa es imparable y, por tanto, urge replantear cuestiones de fondo. Sin
embargo, difiero en un matiz: no es una crisis nacida al albur exclusivo de los
problemas económicos, y su derivada social, sino que también se trata de una
crisis profunda de valores e identidad. Europa naufraga por sus propias
miserias.
Y la
metáfora de esa crisis es la propia crisis francesa, que ha llevado a la
Republique a la situación insólita de tener una candidata de la extrema derecha
cerca del Elíseo. Una candidata que, a pesar de las encuestas y las uniones
políticas a su contra, está más cerca de hacer un Trump de lo que cabría
imaginar. Pero si Le Pen es una amenaza para recoser las heridas europeas, no
parece que Macron sea el gran estadista francés que ayudará a reconducir la
situación. Al contrario, parece un candidato recauchado, ambiguo en todas sus
posiciones, e incapaz de liderar un gran relato republicano, más allá de una
edulcorada promesa de gestión pública. Ni siquiera sabemos qué piensa realmente
del tema europeo, porque si Le Pen es claramente antieuropea (aunque le ha
puesto sordina al discurso en los últimos tiempos), Macron juega a la nebulosa
en ese terreno de arenas movedizas. La cuestión es que, si gana Le Pen, Europa
tiene un problema enorme. Pero nada hace pensar que deje de tenerlo si gana
Macron. Al contrario, Francia lleva tiempo coqueteando, con un discurso a lo
británico, que convierte a Europa en el problema de todos sus males. Ella, que
en su tiempo fue la más convencida de que Europa era la solución. Y en ese
discurso se encuentran los dos polos ideológicos. Lo cual nos lleva a una
paradoja delicada: con la baja británica, si cae Francia, sólo Alemania
aguantará el palo europeo, lo que es insostenible a medio plazo.
La
cuestión es saber cómo hemos llegado a esta situación, y, si bien compro los
argumentos de Costas, añado la convicción de que Europa sufre un naufragio de
valores que la ha dejado sin sentido profundo. Si la Europa del siglo XX murió
en Auschwitz, la del XXI agoniza a las puertas de Turquía, en las playas de los
niños muertos, en las rutas fallidas de los refugiados. Es una Europa sin alma,
vendida a los intereses cortoplacistas, que deja a la ciudadanía sin referentes
éticos. Y, ante el vacío de Europa, los ciudadanos retornan al relato interno.
Es la defensa ante el desconcierto, el miedo ante la incerteza, el búnquer ante
la amenaza. Eso es Le Pen. El problema es que Macron no es lo mismo, ni su
contrario, y lo peor de la incertidumbre es combatirla con ambigüedad vacua. No
tiene buena pinta la cosa...