Macron presenta credenciales a "defensor" de Europa en su primera Cumbre.
Pocas
cosas gustan más en Bruselas que una buena puesta en escena. Y nada tienta más
a un presidente de la República francesa que protagonizarla. El Consejo Europeo
que terminó el viernes, el último del curso y el primero de Emmanuel
Macron, estuvo marcado por tres hechos: el inicio de la negociación del
'Brexit', la presentación de credenciales del galo como gran "protector de
Europa" y el relanzamiento del eje franco-alemán como motor
comunitario.
La
segunda fue la jornada en la que los 27 le dieron el primer y rotundo
"no" oficial a Theresa May. La primera ministra llegó a Bruselas con
una oferta "seria, justa y que dará confianza y certidumbre" debajo
del brazo. Una propuesta "vaga" según el primer ministro
belga, Charles Michel, para reconocer el derecho de residencia a quienes
ya lleven cinco años en su país, y "tratar de dar los mismos beneficios en
Educación, Sanidad y pensiones" a los europeos.
Tocó
hueso. "Es un paso, pero insuficiente" dijo
inmediatamente Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea.
"Mi primera impresión es que la oferta está por debajo de nuestras
expectativas y que corre el riesgo de empeorar la situación de los
ciudadanos", se sumó enseguida Donald Tusk, presidente del Consejo.
"Es un buen inicio, pero no un progreso decisivo", matizó Berlín.
Cada
paso de los últimos días ha estado medido al detalle. La sala de las ruedas de
prensa, las banderas, la campaña para "soñar" con la revocación del
'Brexit'. El optimismo desmesurado que todos se empeñaban en vender,
incluso el normalmente sobrio Mario Draghi. También formaba parte del
teatro el dejar que la 'premier' interviniera en la reunión sin permitir que
nadie hiciera comentarios.
Los 27
manejan ahora los tiempos y ven una debilidad increíble en sus hasta ahora
socios isleños. Por eso ensalzan y aprovechan el simbolismo en
la presentación en sociedad de un núcleo duro franco-alemán frente a los
'enemigos' de la Unión, del comercio o de los refugiados. Una oposición a
los rivales de fuera, como May o Trump. Y de dentro, como el
grupo de Visegrado, muy ofendido por las acusaciones de París y sus formas.
Los
críticos llevan años diciendo que el Viejo Continente está descabezado, sin
líderes a la altura, y Merkel y Macron prometieron ayer llenar ese
vacío subiéndose a los hombros de la herencia de Miterrand, Delors y Kohl, al
que rendirán homenaje la próxima semana en Estrasburgo. El presidente y la
canciller han encontrado una sintonía muy rápido. Se entienden bien, se
comunican mejor y comprenden la necesidad que tiene la Unión de cambios
profundos. "Cuando hablamos con una sola voz Europa se mueve hacia
adelante. A veces no basta, pero es condicione necesaria. Estamos de acuerdo en
el 95% de las cosas y trabajamos en el resto", presumió el responsable del
Hexágono, más que cómodo con su papel. "Es más que un símbolo, es una
ética y una voluntad de trabajar juntos. Cuando lo hacemos se logran grandes
cosas", coincidió Merkel.
La
narrativa es muy ambiciosa, sobre todo teniendo en cuenta que no hay un plan
concreto. Esta vez los Gobiernos han decidido construir primero el relato
y luego darle forma. Ilusionar mostrando una senda imprecisa. Por ejemplo,
insistiendo en la idea de una "hoja de ruta para la próxima década de la
que darán más detalles en el G-20 del mes que viene, y dejando la puerta
abierta de par en par a un cambio en los Tratados, uno de los grandes tabús
históricos para Berlín.
"Queremos
cambiar la UE para que sea resistente ante los desafíos de la
globalización y para que pueda hacer frente a los riesgos internos y externos",
explicaron. "Hay que proteger Europa, trabajar juntos en una hoja de ruta.
Y si hay que tocar los Tratados lo haremos", dijo el francés.
"Modificarlos no es un fin en sí mismo, pero si los cambios son
necesarios, ¿por qué no?", concedió la canciller, a tres meses de sus
elecciones.
La
agenda gala ha debido convencer a la mujer más poderosa de Europa, mucho más
receptiva que antes a un Tesoro europeo, a reformar la estructura de la
Eurozona o a seguir presionando a Polonia, Hungría y República Checa. Merkel
conoce como nadie Europa y los mecanismos del poder y durante dos legislaturas
ha ido colocando, poco a poco, sus piezas en el tablero, esperando el momento
para activarlas o para hace run gambito.
El
relanzamiento del eje franco-alemán es algo recurrente en Bruselas. Denostado
cuando coge fuerza y añorado cuando las relaciones entre ambas partes se
enfrían. Los jefes de Estado y de Gobierno entendiendo perfectamente la
escenificación y las coreografías. Macron llega con ganas y con fuerza. Se
presenta como el "protector" de los ciudadanos ante el
terrorismo, de los trabajadores ante "la desregulación de la
globalización" y de las empresas europeas ante el dumping. Y Merkel,
por ahora, le deja hacer. Comprende que la persuasión y el trabajo desde dentro
pueden ser mucho más eficaces que la confrontación. Y que, aunque él sea la
nuestra estrella de rock en la ciudad y acapare las fotos, ella sigue teniendo
las mejores cartas.
El
momento es propicio para ambos. Una lidera plácidamente en las encuestas y el
otro acaba de arrasar en los comicios>. A partir de octubre se abre una
ventana de oportunidad espectacular para las reformas imprescindibles que
necesitan la UE y la Eurozona. Y por eso quieren, necesitan, imponer un nuevo
discurso. Asumir las críticas para que lo negativo no quede en manos de los
detractores. El gran misterio es qué papel tendrán en el nuevo escenario
España e Italia, presencia clave en Versalles hace unos meses y
sorprendentemente silenciosas y con papel secundario en este Consejo. Esperando
a ver en qué se traduce toda la retórica grandilocuente y algo despótica de las
locomotoras europeas antes de tomar posición.