Los atentados de los últimos años han alimentado el discurso de los más radicales. Grafitis que rezan “Mezquita no”, “Muerte a los árabes” o “Asesinos” se repiten por igual en distintos países europeos.Ciertos expertos acusan a la izquierda de un laicismo que escondería rechazo. 3.533 es la cifra de agresiones a solicitantes de asilo y a albergues ocurridas en Alemania durante el 2016.
La
extrema derecha en Europa ha adoptado una nueva agenda que pasa por sostener,
casi en exclusiva, postulados islamófobos. Estos grupos o partidos perciben la
presencia de musulmanes como una amenaza que supondrá la paulatina islamización
del continente, algo que dicen estar dispuestos a impedir incluso por la
violencia, como ataques a mezquitas.
El último
informe de Europol sobre el panorama terrorista en la Unión Europea señala que
“los actos criminales xenófobos y racistas se han incrementado en número y en
nivel de violencia” en el 2016.
Los
estados y las instituciones que estudian estos fenómenos suelen agrupar los
actos de islamofobia –Alemania, como una excepción, sí ha creado un archivo
específico para estos casos– dentro de un cajón temático mayor: el de los
delitos de odio. Por ello existen muy pocas estadísticas en las se presenten
segregados los actos penales islamófobos del resto de los conocidos como
delitos de odio.
Sin
embargo, sí es posible establecer ciertas tendencias que en los últimos años –y
muy especialmente desde la llegada en mayor número de refugiados en el 2015– se
han acentuado, como confirma la agencia policial europea.
La
ausencia de registros pormenorizados de este tipo de ataques en la mayoría de
estados de la UE revela que la amenaza de actos como el atropello de fieles al
salir de una mezquita en Londres el pasado 19 de junio, donde una persona murió
y diez resultaron heridas, no ha sido del todo ponderada por los gobiernos. Esa
carencia alcanza otra dimensión si lo que se mide son actos o actitudes de
aparente baja intensidad contra musulmanes, como las protestas contra la instalación
de una mezquita en un determinado barrio o localidad.
La
extrema derecha busca tanto en la oleada de inmigrantes y refugiados llegados
estos últimos años a Europa –especialmente a Alemania– como, entre otros, en
los atentados de signo yihadista ocurridos en París, Niza, Bruselas o Berlín
pretextos para justificar su discurso radical y, en algunos casos, sus actos
violentos. El informe de Europol también cita como uno de los argumentos más
empleados por la extrema derecha para justificar su rechazo a los musulmanes
los abusos sexuales sufridos por numerosas mujeres en Colonia durante la
Nochevieja del 2015.
Ciertos
ataques con artefactos explosivos de mayor o menor complejidad a mezquitas u
otros lugares en los que se concentran musulmanes –restaurantes halal, por
ejemplo– demuestran que podría empezar a darse cierto grado de organización
dentro de algún grupo de extrema derecha. Sin embargo, según estas fuentes, los
actos xenófobos están protagonizados principalmente por individuos aislados o
por grupos que no tienen una estructura fija. Son agrupaciones que carecen de
un líder carismático que consiga darles más entidad y atraer a más adeptos.
Además, tienen muchos problemas internos.
Con la
caída del muro de Berlín en 1989 el comunismo dejó de ser el enemigo por
antonomasia de Occidente y pasó a serlo el islamismo, como explicaba el
fundador y director del Nouvel Observateur, Jean Daniel, en un artículo
publicado por El País en 1992.
Una vez
abierta la veda la confusión de términos y las realidades que designan ha sido
una constante, como en las pintadas en las que confunden árabe con musulmán.
Según estudios sobre la islamofobia, la población en general tiene la
percepción de que hay más extranjeros de los que en realidad hay. Y de que hay
más musulmanes de los que hay.
El
problema, sin embargo, no es exclusivo de la extrema derecha, que, representada
por Marine Le Pen, el 7 de mayo compitió con Emmanuel Macron por la presidencia
de Francia, advierte el islamólogo e investigador del Instituto de
investigación y de estudios sobre el mundo árabe y musulmán (Iremam en sus
siglas en francés), de Aix-en-Provence, François Burgat. En el caso de Francia,
“el mal es, de hecho, mucho más profundo”, asegura Burgat. “Diferentes raíces
alimentan una misma postura xenófoba en la cual todos los elementos del tejido
político participan más o menos conscientemente”, añade.
La
islamofobia tiene también efectos bastante comparables, aunque los motivos que
la originen sean diversos. “La extrema derecha –dice Burgat– protege la
primacía de las raíces cristianas de Europa; se resiste a aceptar que el
cristianismo ya no es su única religión. Esto esconde el sentimiento del fin de
la dominación por la vía colonial del mundo musulmán que nunca ha sido
digerido”.
En la
izquierda, por su parte, la islamofobia, según el investigador, se camufla en
postulados de aire moderno, como un feminismo radical y proteger el espacio
público de cualquier resurgimiento de lo religioso. La excusa es “la defensa
del laicismo”, explica Burgat, quien advierte de que hay un trasfondo casi
racista de un enfoque en el que una de las tres grandes religiones resulta más
perseguida que las otras.