Notoriamente este argumento es extremadamente endeble pues si de oligarquías se trata habría también que empezar a combatir la oligarquía paceña, hoy por hoy concentrada en los contrabandistas oficialmente autorizados (se dice que la Huyustus mueve seis millones de dólares cada fin de semana).

En realidad lo que molesta al Gobierno es la naturaleza moderna de la sociedad cruceña en contraposición a una visión ´originaria´ casi mítica que da por sentado que la viabilidad de una Bolivia justa, sólo pasa por la cosmovisión aymara. Pretender construir una nación tan diversa sobre semejante base sólo deriva en un fundamentalismo peligroso en tanto da por supuesto que sólo hay una manera de hacer país: la manera kolla-aymara. Por su lado, Santa Cruz hace mucho que abandonó el siglo XIV. A diferencia del segmento andino de rasgos aymaras, ideológicamente anclado en el pasado, los cruceños, sin archivar el legado de su tradición, aceptan las reglas de la modernidad porque saben que todas las rutas conducen al siglo XXI; mientras ellos miran adelante, la noción (hoy hecha Gobierno) kolla-aymara se empecina en revivir de forma práctica las glorias precolombinas.

Es una ventaja comparativa poder vivir la modernidad sin entrar en conflicto con la tradición porque esto hace a las comunidades enclaves de articulación, y ése es el otro elemento que molesta los fundamentalistas kolla-aymaras, el hecho irreversible de la naturaleza articuladora del oriente. En la historia boliviana, Potosí cumplió ese papel con las premuras del caso (el nacimiento de la República), luego lo hizo La Paz con el advenimiento de la oligarquía del estaño, hoy lo hace (con toda la legitimidad que le otorga su propio esfuerzo) Santa Cruz, y esto no debiera molestar a nadie.

El Gobierno debería asumir una posición por encima de los prejuicios humanos y ponerse a tono con los tiempos. Sólo bastaría mirar el Medio Oriente y sus fundamentalismos talibanes para comprender que ése es el camino equivocado en tanto hasta la fecha, sólo produjo millones de muertos en las vastas luchas intestinas que pretenden imponer al conjunto su propia visión del mundo; empero, abandonar una posición segmentada y excluyente (de hecho oficialmente para el Gobierno actual los kollas-mestizos de la clase media no existen. Nos borraron del Censo Nacional) comporta un acto de desprendimiento que le permita ver una nación más allá de lo aymara y su particular cosmovisión; al fin y al cabo, este país es tan diverso que la modernidad bien podría ser —como en Santa Cruz— el engranaje del orgullo nacional, algo como lo que pasó con los japoneses que a pesar de vender más Qimonos que minifaldas, son el símbolo del progreso. Finalmente, lo mejor que le puede pasar a Bolivia es que los nueve departamentos desarrollen como Santa Cruz, así, diferencias culturales incluidas, alcanzaríamos el bienestar para todos, objetivo final de todos nuestros desvelos. Felicidades Santa Cruz, en este nuevo aniversario.

*Renzo Abruzzese
es sociólogo.
renzoabruzzese@hotmail.com