España está en guerra. ¿Ha esgrimido ya su imbatible arma de destrucción masiva conocida como minuto de silencio acompañada de música cursilona que impide hasta rezar? Mucho nos tememos.
Si
ningún responsable político de Europa occidental está dispuesto a hacer nada
relevante contra la Yihad, aparentemente en la figura del ISIS (¿qué fue de
aquella sandez del Daesh?) al menos podría tener la cortesía de abstenerse de
tuitear nada y derramar lágrimas de cocodrilo y vacuos llamados a la
solidaridad y demás zarandajas. La situación de Barcelona en concreto y de
España en general une al caos lo grotesco. Disfunciones competenciales y
lingüísticas entre la policía de la comunidad autónoma, el ministerio del
Interior y en general de autoridades regionales y nacionales, declaraciones
manidas e inanes para los terroristas, informaciones contradictorias sobre el
número de sospechosos, de muertos a manos de la policía (¿cuál policía?),
detenidos, huidos, vehículos intervinientes, etc. Es una clara y demoledora
metáfora de la situación actual de España que no es nada prometedora ante un
enemigo tan decidido como la Yihad.
Es
fundamental entender, y sería esencial que las autoridades lo expresaran con
claridad inequívoca, que el enemigo es el Islamismo: a saber la versión
violenta inspirada en el siglo VII de la expansión del Islam por el mundo, en
concreto por la Europa occidental que está colonizando con el colaboracionismo
de la mayoría de los Estados que la componen. Corrección: con el
colaboracionismo, quién sabe si subvencionado por alguna tiranía
desmesuradamente rica medio oriental, de las llamadas elites de Europa
Occidental. Este reconocimiento es condición sine qua non para
evitar más muertes. Dicho de otro modo, todo intento de rebajar el tono o de
esconder las verdaderas razones de la violencia hace el juego de los
terroristas y los ayuda indirectamente. Que cada palo aguante su vela.
Es
notorio que la CIA, es decir, Donald Trump - obviamente odiado porque intenta
hacer algo y prefiere no hacer que se hace, arte que estamos
perfeccionando hasta la náusea - había avisado a las autoridades españolas de
un peligro concreto de atentado contra las Ramblas en Barcelona. La ausencia de
medidas de seguridad incrementadas al máximo responde a dos reflejos del
acomplejado elitismo que nos está matando: no crear alarma social y fingir que
la cosa no va con nosotros porque como somos tolerantes y amamos a los moros no
nos matarán. Esta actitud es grotesca.
Esta
gente, cuya ideología religiosa se cuece en los desiertos de Siria e Irak, de
Arabia Saudí y del Qatar, desea matar a su vecino islámico por la longitud de
su barba. Pensar por un segundo que una rubia occidental con minifalda deja de
ser objetivo por ser feminista, lesbiana, rechazar la cristiandad y aborrecer
el estado de derecho y la separación de poderes es una memez que merece
atención psiquiátrica.
Y sin
embargo, precisamente esa convicción, por llamarla de algún modo, es la
prevalente en medios y cancillerías occidentales. Es un síntoma de la idiotez a
la que hemos llegado y que nos impide combatir correctamente esta guerra.
Porque de
guerra se trata- contra civiles indefensos y abandonados por sus elites -,
declarada por activa pasiva y perifrástica desde hace veinte años al menos
contra el mundo occidental al que se quiere sumir en una ola de violencia
demencial. Su misión es en nuestro caso recuperar para el Islam territorios
considerados suyos: si una vez fue islámica España, debería permanecerlo
siempre.
España,
dedicada en los últimos ocho años a la única tarea de recuperarse
económicamente obedeciendo jesuíticamente, perinde ac cadaver, a
la contabilidad alemana que nos orienta, está muy mal preparada para hacer
frente a este mal. Lo está ideológica y culturalmente y lo está política y
administrativamente.
Ideológicamente:
Tómese lo siguiente como ejemplo. Este tipo de atentados con vehículos, como
casi toda la violencia usada contra Europa y USA en los últimos veinte años,
fue ensayada por el Islam radical contra Israel. Cuando lo fue la simpatía fue
nula, e Israel tuvo que hacer frente, una vez más, a esa amenaza sola. Hoy,
cuando se trata de atentados con cuchillos en el Templo o en cualquier otra
zona de Jerusalén y Cisjordania vuelven a surgir las mismas disculpas y excusas
de los terroristas y las mismas condenas contra quienes se defienden.
Subyace
aquí la falta de entendimiento de la unidad occidental existente entre el
pueblo del Antiguo Testamento y el del Nuevo, cuyo fundador y todos los
personajes del Belén menos los romanos y los reyes magos, son judíos.
Pero estas consideraciones que son las fundamentales en una situación como esta
de guerra que incluye elementos ideológicos y culturales como esenciales,
están ausentes del elitismo todo-igualitarista de nuestros
tiempos, incapaz de entender que lo que forja a naciones y personas son sus
culturas y no la última memez propagandística impresa en periódicos que ya
nadie lee.
Cuando
hace años ya se calificó esta situación como la de IV Guerra Mundial, la
analogía pasaba por considerar la III la Guerra Fría con la que las similitudes
se extendían sobre todo al elemento ideológico y de defensa de unos valores
sobre otros. Entonces acaso prevalecía el elemento económico sobre el
religioso. Los soviéticos eran comunistas y por tanto se fueron empobreciendo
hasta la derrota final ; también eran ateos y por tanto se fueron
desesperando hasta la derrota final. Ahora prevalece el elemento religioso-cultural-ideológico
sobre el económico. El Islam cree más en sí mismo, que la Cristiandad, término
que usa el sabio Bernard Lewis para referirse al Occidente Europeo sobre la
base del libro de Novalis y del hecho de que efectivamente lo que ha forjado
Occidente es precisamente el conjunto de valores, cultura, arte, creencias, etc
conocido como Cristiandad. Así que la única arma efectiva es al menos empatar
en este ámbito. Mucha suerte a las elites regenerando la creencia en nuestra
identidad después de haber gastado años y millones del contribuyente en
destruirla en nombre de no se sabe qué internacionalismo abstracto, que
supuestamente garantizaba una mal entendida paz perfecta kantiana. Sin haber
leído a Kant, que era muy pesado. Todo lo más algún articulillo de Fukuyama
sobre el fin de la Historia.
En
último término la marea de inmigración legal e ilegal (¿es cierto que este
residente oficial en España detenido residía de hecho en Francia?) de islámicos
dedicados en un número creciente a invadir Europa y tomarla para su religión
debe ser controlada. La seguridad debe incrementarse y aplicarse criterios
ideológicos y culturales para hacer frente al peligro. Y los estados europeos
deben asumir la situación como de guerra. Pero qué ocurre, en especial en España.
Pues
que no solo cultural e ideológicamente está inerme sino que la expresión
política y administrativa de la nación, como es natural, también lo está. Tres
millones de funcionarios se dedican a tareas burocráticas sin fondo real más
allá de hacer caso a un contable de Düsseldorf, la separación de poderes es una
ficción, el Gobierno y el Parlamento son grotescas formas fantasmales de lo que
deberían ser, se financia el separatismo de la región en donde se ha producido
el atentado tratando de contentar a los que no se van a contentar, como hace ya
unos 40 años escribió Julián Marías (confundido a estas alturas ya por todo el
mundo con su hijo, cosas veredes). Y todo ello en un contexto en que la
soberanía es un ensueño puesto que ni hay propiamente ejército o el que hay no
sirve para más que para enviar a cobrar dietas fuera a sus integrantes, ni
tenemos margen alguno, hipotecados como estamos por la deuda, para hacer nada
que no nos dejen las normas alemanas que, gracias a Dios, nos han sacado de la
crisis, pero que no son las nuestras.
En
suma, que más vale que la Cristiandad sea algo más que un nombre, porque sólo
la intervención divina parece capaz de sacar algo positivo de este marasmo
inmoral e inútil.
Dicho
de otro modo y entiéndase bien. No hace falta que el presidente del Gobierno
acuda a la Catedral de Santiago y lance desde allí el grito secular de la
Reconquista, pero es imprescindible que se reconozca esto como lo que personas
tan dispares como George Bush hijo y François Hollande han llamado guerra, y
que se combata con las armas que proporcionan la seguridad y el ejército
(principales obligaciones de los gobiernos con respecto a su población), el
control de las fronteras y, por último, pero fundamentalmente la coherencia
ideológico-cultural imprescindible para oponerse a esa tiranía criminal del
siglo XXI que es la heredera del nazismo y el comunismo y que conocemos como
islamismo. Disimular y esconderse ya no sirve de nada a 13 españoles muertos ni
a 46 millones de aparentemente vivos.