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15/10/2017 | Misión: abatir terroristas y entregar a los americanos las coordenadas de los lanzamisiles

Ferran Barber

Tiene 44 años, se hace llamar Arges Artiaga y caza 'yihadis' del Estado Islámico en una pequeña unidad internacional de francotiradores. Tras cuatro días de búsqueda, el reportero encuentra en las calles de la capital del califato al último combatiente español. "Al principio fue terrible: éramos dos y sólo teníamos un M16 y mi rifle de 1946"

 

Antes de nada: en algo más de una semana o quizá sólo unos días, alguien va a anunciar oficialmente que la antaño capital del Estado Islámico, Raqqa, ha doblado por fin el espinazo, y que los últimos yihadistas que todavía resistían en el estadio deportivo y el hospital de la ciudad -cobardemente parapetados tras la población civil- han sido por fin exterminados. Es el principio del final del Estado Islámico (IS) en Siria y formando parte de las tropas de élite que han cercado a los sicarios del Daesh y están a punto de limpiar los desechos postreros del llamado califato del oprobio ha habido unos pocos españoles. Entre ellos, un gallego conocido por su nombre kurdo de Arges.

«No me preguntes a cuántos yihadis del Daesh ha fulminado mi unidad», nos dirá días después de que partamos en su busca en un encuentro convenido junto a uno de esos hospitales de sangre situados a dos kilómetros de la zona cero. «Entre los abatidos por los rifles y los exterminados por las bombas de los norteamericanos gracias a las coordenadas que facilitó mi grupo podrían acusarnos de una auténtica masacre».

¿Pero qué hace este español de 44 años peleando hasta el final entre los escombros de Raqqa en compañía de una pequeña unidad internacional de francotiradores?

Tras vencer un infierno burocrático, hemos viajado al frente de la que fue la capital del Daesh en busca de Artiaga. Sabemos que el gallego se halla en algún lugar del frente este y que forma parte de un modesto grupo de militares extranjeros tenido en alta estima por los mandos kurdos de de las Unidades de Defensa Popular (YPG) que coordinan las operaciones de tierra bajo supervisión norteamericana. Arges Artiaga es su nombre completo de guerra.

Columnas de humo

Los bombardeos aéreos de los norteamericanos se han intensificado hoy por la mañana y a poco menos de un kilómetro se aprecian grandes columnas de correoso humo negro emergiendo entre las ruinas de un horizonte postapocalíptico salpicado de minaretes de mezquita cosidos a metralla.

Fueron felices aquí mientras duró los pastilleros del Daesh, entre esclavas sexuales, ketamina y decapitaciones. Allahu akbar. ¿Quién necesitaba en Raqqa un jardín lleno de huríes teniendo a esas muchachas yazidíes sometidas a su voluntada punta de pistola Star?

Hoy ya no llama el muecín a la oración. Están cercados en cuatro o cinco posiciones, muy localizadas, de los frentes este y oeste. Van a ser acribillados y lo saben. El resto de la ciudad se halla vacía. Es el cadáver que ha dejado una distopía revolucionaria inspirada por un camellero analfabeto. Pueden sentirse afortunados los sicarios del Estado Islámico de que las tropas de la coalición sean extremadamente cuidadosas con las leyes internacionales de guerra. Si del grueso de la población de Raqqa dependiera, reventarían a patadas sus cadáveres hasta salpicar las paredes de las mezquitas que usurparon con sus vísceras. Ya sucedió en Mahmoud.

Un par de hummers se aproximan a nuestra posición a 40 millas por hora. La velocidad es la mejor defensa contra los lanzagranadas, pero además portan dos heridos. Alguien informa por la radio de otra baja: un muchacho árabe de la coalición acaba de ser literalmente reventado por una de esas minas que los yihadis dejan tras de sí, al abandonar sus posiciones.

«Mais surtout, n'oubliez pas de bien cuire les pommes de terre» (pero sobre todo, no olvides cocer bien las patatas), dejó escrito algún niño en su cuaderno de francés en la bajera que hoy es utilizada como puesto de ambulancias. Golpeada por el viento, la hoja de cuaderno petardea contra un guiñapo empapado en sangre.

«Arges Artiaga», repite el periodista, junto a un puñado de palabras básicas kurmanji, en busca de una pista que nos lleve hasta el gallego. Entre el puñado de soldados kurdos y árabes de las Fuerzas Democráticas de Siria (SDF, de acuerdo a sus siglas inglesas), alguien asoma con el móvil y nos muestra una foto de Kandil. «Es español», aclara, «también estuvo aquí, en el frente, hasta hace un par de días». Nos consta que es así, que un puñado de españoles han combatido en Raqqay otras ciudades durante los últimos meses, alentados por pulsiones diferentes y repartidos por unidades diferentes.

Pero nuestra cita es con Artiaga, uno de los militares españoles más veteranos en los frentes kurdos desde que comenzó la guerra contra el Estado Islámico. Arges ha combatido hasta la fecha tres veces en los territorios controlados por los kurdos en el norte de Siria.

Durante el primero de sus viajes a Oriente Medio, el gallego formó parte del ejército regular de las YPG desde febrero hasta finales de junio de 2015. A su regreso a España, fue imputado por el homicidio de 28 yihadistas, tantos como supuestamente abatió durante su primera instancia, pero el caso fue finalmente sobreseído por la Audiencia Nacional.

Cuatro meses después, se unió a las filas de una nueva unidad de extranjeros conocida como 223, con la que estuvo combatiendo a los islamistas hasta mayo del pasado año. Otro ciudadano vasco sirvió también en este grupo antes de ser disuelto. La 223 fue la primera unidad de las YPG exclusivamente constituida por occidentales. Les alentaba a todos el deseo de terminar con el Daesh. Tras ella vinieron otras en las que sucesivamente fueron enrolándose otros españoles. A mediados del pasado año, una herida en el ojo obligó a Arges a abandonar el frentey a regresar a España.

Claro que su aventura militar contra el Estado Islámico no iba a terminar ahí. Hace ahora cuatro meses, regresó de nuevo al norte de Siria y tras pasar varias semanas en Al Shadade en compañía de Jack, un norteamericano conocido por los kurdos como Sores, logró ser enviado al peor de los frentes donde las SDF combatían: Raqqa, un nombre hasta hace poco aterrador que evocaba por sí solo historias de masacres y de mujeres atrapadas bajo el luto de sus burkas.

«Al principio, fue terrible», nos dirá tras dar con él. «Éramos tan sólo dos y únicamente disponíamos de un M16 y de un rifle de 1946, que era el mío. No había un solo blindado que nos llevara al frente, de modo que caminábamos casi un kilómetro, a oscuras, en plena noche, y con el peligro de emboscadas y de ser abatidos por fuego amigo».

La cita con Artiaga se organiza in extremis en uno de los puestos médicos que atiende a los heridos. Claro que dar con él nos tomó cuatro días, debido, entre otras cosas, a la endiablada burocracia que las YPG han impuesto a los reporteros.

Escapó de milagro

Cuando partimos en su busca, sabíamos que Arges fue herido por segunda vez tras una emboscada de la que escapó milagrosamente, pero que estaba de nuevo junto a sus camaradas en algún lugar del este de la ciudad hoy devastada. Con el fin de contactar con él, tratamos de ganar el área sin rodear la antaño capital del califato, cabrioleando enloquecidamente sobre los escombros de la llamada zona cero a bordo de un Hummer tripulado por un grupo de kurdos. «Buscando al soldado Artiaga», repetíamos. «Estamos buscando al askari (soldado) español Arges Artiaga».

No hay probablemente una milicia peor armada en el planeta que la de los kurdos de la YPG que, junto a sus hermanos árabes, han plantado cara a los alucinados terroristas ciberpunk del Estado Islámico. No disponen de tanques, ni de armas pesadas, de modo que el grueso de su fuerza consiste en su espíritu de lucha y en sus arcaicos y tuneados AK-47.

A nuestra espalda atronan las bombas que los aviones norteamericanos están dejando sobre las posiciones más cercanas al hospital donde los yihadistas aguardan su muerte, entreveradas con el sonido de los morteros de la coalición. Arges nos confirmará días después que quedan sólo unos pocos -quizá un par de centenares o algo más- y que se hallan exhaustos, que carecen ya prácticamente de ametralladoras antiaéreas y lanzamisiles de gran calibre que hoy han estado utilizando contra el grupo de Arges.

Una de las principales misiones de su unidad de francotiradores de reconocimiento es justamente localizar esas armas. «No han dejado de matar hasta hace tres minutos y es importante desarmarlos», nos dirá después tras nuestro encuentro.

El blindado de los kurdos en el que nos desplazamos se parapeta tras una pared de escombros y el mando nos espeta a gritos a que salgamos hacia un edificio, al tiempo que resbala sobre la munición de doshka (ametralladora antiaérea) desparramada sobre el acero del vehículo. Cada una de las posiciones donde hay hombres de las YPG ha sido precariamente guarecida acumulando muebles a las entradas, y en todos los tramos de las escaleras de acceso, y sembrando los pasajes de botellas vacías de plástico.

«Si alguna de esas ratas se acerca, los oiremos», nos dice un norteamericano de otra pequeña unidad de extranjeros que emerge en esta desvastada nada postapocalíptica. En los cajones de la casa donde se hallan guarnecidos encontraron los mensajes que se cruzaron entre sí un grupo de yihadis del Daesh desde la ocupación de Raqqa. «Sabíamos que los buenos tiempos no iban a durar siempre», leemos en una de las últimas páginas. «Sabíamos que vendrían a por nosotros, pero hemos de mantener la calma».

Raqqa -o Al Raqa, en árabe- fue ocupada entre el 3 y el 6 de marzo de 2013 por el Estado Islámico, en el transcurso de la Guerra Civil siria, para ser inmediatamente utilizada como base militar de sus ofensivas hacia el sur. En junio de 2014, los asesinos del Daesh la convirtieron en la capital de su reino del terror, al tiempo que convertían en califa universal a su líder, Abu Back Al-Baghdadi.

Días contados

Desde entonces, y hasta que los yihadistas comenzaron a tambalearse, era la capital de facto de la distopía que defienden. Hubo de aguardarse hasta noviembre del pasado año para que las SDF reagruparan sus fuerzas ofensivas y lanzaran un ataque con el apoyo de las Fuerzas Al Sanadid y de tropas estadounidenses de la coalición. El 6 de junio de este año -tras una batalla épica- rompieron sus defensas y lograron entrar en la ciudad hoy destruida. Comenzaron a pelear por cada metro de la antaño capital, por cada manzana de viviendas, por cada patio de las casas... De no haberse servido de civiles para protegerse de las balas enemigas, la ofensiva habría durado seis semanas.

Hoy, los yihadis tienen los días contados, lo que a su vez acelera su derrota definitiva sobre las tierras sirias e iraquíes de las que se enseñorearon sin apenas resistencia. En la ciudad no queda nadie salvo unos pocos centenares de civiles retenidos por Daesh para prolongar su resistencia.

Vivieron bien aquí, como pequeños jeques. Ocuparon los mejores edificios y durante tres minutos, soñaron con que Alá estaba de su parte. En su nombre asesinaron, sometieron, violaron, mutilaron... en prime time y en streaming, mientras sembraban Occidente de metralla y alentaban a un montón de idiotas a atropellar civiles por las calles europeas.

Bajo el emparrado de una de esas bellas casas palaciegas que ocuparon, se retuerce un granado calcinado por el fuego de la coalición que grita «se acabó». Y entre tanto, el periodista repite su pregunta entre el grupo de milicianos estadounidenses. Son ellos quienes le confirman que Arges se halla en el frente este. Y todo, una vez más, entre el bombardeo americano, el más intenso contra zonas urbanas desde la guerra del Vietnam, según dice uno de ellos. Por eso la ciudad se halla por completo devastada. Y son justamente soldados como Arges los encargados de proporcionar las coordenadas de las posiciones que los aviones han de golpear.

En un puesto de enfermería

Preguntamos por él en una unidad internacional de comunistas y somos estalinistamente registrados. Demasiada paranoia para tan pocas nueces revolucionarias. Al final, encontramos a Arges en las cercanías de un puesto de enfermería situado en la tercera o cuarta línea del frente este, el barrio donde se hallan las guarniciones de algunas otras unidades de extranjeros. «Doctor Livingstone, supongo», se imponía, quizá. Pero no.

-¿Qué pasa, chacho? -grita al abordar la entrada del puesto de enfermeros.

Ha llegado hasta nosotros completamente exhausto después de cumplir una misión de vigilancia en las proximidades del estadio deportivo. Lo de facilitar más datos personales, de momento, ni mentarlo.

«Como francotirador, hay que tener una paciencia infinita, saber observar y mantener la sangre fría hasta localizar a alguno de ellos para abatirlo o para facilitar las coordenadas de su posición a los aviones de la coalición», nos explica. Se sabe que hace tiempo que no se ven sus drones y que no disparan con morteros, pero eso aún los hace más peligrosos porque están desesperados. Ya no tienen nada que perder. Morir lo dan por hecho.

-Dicen que es cuestión de horas que caiga Raqqa, quizá días -le decimos.

-Algo más. Nosotros hemos pasado las dos últimas semanas en las ofensivas del frente norte cubriendo a nuestros compañeros y hoy, en las cercanías del estadio, donde queda una bolsa más de yihadis junto a un puñado de civiles, quizá 200. Yo diría que Raqqa caerá en un par de semanas.

Hoy es noche de luna y Arges se desliza a toda prisa entre las sombras que proyecta un minarete para perderse en una esquina. Volveremos a vernos. En realidad, no está muerto sino vivo. Y ha sobrevivido a una de las peores batallas de esta guerra, la que está a punto de poner término a la guerra que los kurdos de Siria han librado contra el Daesh. Tan pronto como caiga Deir Zor, el Gobierno declarará la Federación del Norte de Siria.

El Mundo (España)

 



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