Se impone prudencia al hacer una previsión. El contencioso de Catalunya ha dado visibilidad a los ultras, pero ha demostrado que la política genera nuevos escenarios con rapidez inusitada y el tablero experimenta cambios inesperados
Las agresiones
ultraderechistas que tuvieron lugar contra manifestantes de izquierda e
independentistas el 9 de octubre en Valencia han puesto sobre la mesa una
pregunta recurrente: ¿Asistimos finalmente al ascenso de la extrema derecha en
España? La cuestión es pertinente en la medida que el episodio citado fue
precedido por otros dos llamativos. Uno fue que entre los asistentes a la
concentración multitudinaria de Barcelona del 8 de octubre figuraban colectivos
extremistas y se profirieron insultos a los Mossos y gritos de "Puigdemont
a prisión" (que desautorizó Sociedad Civil Catalana, entidad convocante).
Otro sucedió en Zaragoza el 24 de septiembre. Entonces hasta 600
ultraderechistas se agruparon en un pabellón donde se celebraba una asamblea de
cargos electos de toda España convocada por Podemos y la presidenta de las
Cortes de Aragón fue agredida por los concentrados con una botella de agua.
Aparentemente, pues, la extrema derecha parece rebrotar. Pero tal percepción no
se ajusta necesariamente a la realidad, lo que argumentamos mediante las
respuestas a tres cuestiones planteadas a continuación.
1. ¿El independentismo hace
crecer las filas de la ultraderecha?
Debemos tener en cuenta que una
cosa es que el separatismo catalán movilice y galvanice a este sector
ideológico y otra muy distinta es que sus partidos logren presencia
institucional significativa. En este aspecto es importante destacar que el
separatismo ha sido un enemigo esencial de la extrema derecha española desde
sus orígenes en el siglo XX. Y -por ejemplo- José Antonio Primo de Rivera en
1934 ya manifestó literalmente que un a "República independiente de
Catalunya" no era "nada inverosímil". Por tanto, no debe
sorprender la vistosa combatividad ante el separatismo del ultranacionalismo
español.
Ahora bien, que esta última se
convierta en votos es harina de otro costal por dos razones. Una es que
desconocemos la magnitud de sus seguidores: si bien los incidentes que estos
protagonizan generan una cobertura mediática amplia, sus autores pueden
reducirse a unos centenares. En este sentido, se da la paradoja de que la
ultraderecha es una minoría institucionalmente irrelevante, pero de visibilidad
desmedida. La segunda razón es que aunque sus seguidores aumenten no tiene
porqué producirse de forma mecánica un salto cualitativo de sus siglas en
votos.
2. ¿La crisis actual puede crear
un espacio a la derecha del PP?
Es imposible ofrecer una
respuesta clara a este interrogante porque ignoramos el desenlace del proceso
político abierto en Catalunya. De este modo, ignoramos si el PP podrá
presentarse como un gestor exitoso de la crisis ante los sectores
ultranacionalistas más beligerantes (aquellos eventualmente identificados con
la consigna "¡A por ellos!"). En este sentido, los ultrapatriotas
pueden desempeñar un papel destacado en el conflicto al constituir un lobby de
presión si el Gobierno, para satisfacer a este electorado más belicoso, opta
por una política de dureza en relación al contencioso.
El tema no es baladí porque si el
PNV no aprueba los presupuestos el año próximo se deberán convocar comicios y
Mariano Rajoy podría presentarse entonces como el adalid de la unidad de
España, lo que le podría beneficiar en las urnas. Pero si el problema de
Catalunya se cronifica o el ejecutivo estatal es percibido como incapaz de
atajarlo puede crearse un espacio de protesta a su derecha que podría ocupar
una opción ultranacionalista española. Sin embargo, esta última posibilidad
tampoco debe comportar per se la eclosión institucional de la extrema derecha.
3. ¿Quién puede ocupar hoy un
espacio a la derecha del PP?
Para que se produzca un despuntar
ultraderechista estatal no basta que exista un espacio político. Este es una
condición imprescindible para su desarrollo, aunque insuficiente porque es
necesario que también exista un partido capaz de ocuparlo, algo que por ahora
no se vislumbra.
Por una parte, la Plataforma per
Catalunya [PxC] y España 2000 en la Comunidad Valenciana experimentaron un
severo varapalo en los comicios locales de 2015 que puso fin a su crecimiento
en la esfera municipal. De este modo, España 2000 pasó de 8.066 sufragios
(0.3%) y 4 ediles a 5.845 sufragios (0.2%) y 1 edil. El caso de PxC fue más
dramático: pasó de 65.905 votos (2.3%) y 65 ediles (dos de ellos en
L'Hospitalet, segunda urbe catalana en población) a 27.348 votos (0.8%) y 8
ediles. Así las cosas, la derecha populista española es un yermo en el que
destacan la federación Respeto (que aglutina a PxC, España 2000 y el Partido
por la Libertad [PxL]) y Vox, que en las elecciones europeas de 2014 cosechó
246.833 votos (1.5 %). Ninguno de ambos rótulos cuenta con presencia
institucional relevante, liderazgos conocidos por amplios sectores sociales y
capacidad inmediata de erigirse como una oferta competitiva.
En tal sentido, las elecciones
europeas de 2014 aportan una enseñanza importante en relación a la extrema
derecha y es que esta tuvo una presencia insignificante en los países más
afectados por la crisis económica: Portugal, España, Irlanda, Chipre y Grecia.
Se objetará que en este último caso se alumbró dos formaciones extremistas
(Amanecer Dorado y Griegos Independientes), pero ambas suman el 12.8% de los
votos, cifra muy alejada -por ejemplo- del 24.9% del lepenismo o del 26.7% del
UKIP "brexiter". La causa de esta diferencia en el voto es simple: la
crisis económica y la de los refugiados beneficiaron a partidos de extrema
derecha competitivos y presentes en las instituciones políticas, pero no los
crearon donde estaban ausentes.
Conclusión: cualquier pronóstico
es arriesgado
Pese a lo expuesto, se impone
prudencia al hacer un balance. ¿El motivo? si algo enseña el contencioso de
Catalunya es que la política estatal ha devenido una montaña rusa que genera
nuevos escenarios con rapidez inusitada y el tablero político experimenta cambios
inesperados. En esta situación convulsa es importante recordar que el analista
Carles Castro apuntó en enero que una opción de “españolidad radical” tendría
una bolsa potencial de un millón de votantes, que podría aumentar si confluía
con un mensaje crítico sobre la inmigración (La Vanguardia, 7/I/2017). Por consiguiente,
aunque es improbable una eclosión institucional de la ultraderecha, toda
cautela es poca al trazar previsiones a corto y medio plazo.