El 28 de noviembre reciente, el Papa Francisco visitó Rangún, capital de Myanmar, antigua Birmania, un país eminentemente budista, donde postuló “por la necesidad de superar todas las formas de incomprensión, intolerancia, prejuicios y odios”, y sin explicación, omitiendo la persecución sañuda del gobierno militar presidido por el general Htin Kyau contra las minorías rohinyás.
Los cables noticiosos vienen reportando desde hace un buen
tiempo, las penurias, vejámenes, persecuciones, maltratos y eliminaciones del
gobierno militar birmano contra los rohinyás, que en grandes proporciones han
abandonado por el terror sus heredades ancestrales huyendo de la cacería
impiadosa y abyecta.
Antes de partir hacia Myanmar, el papa Francisco aludió
la tragedia humanitaria que padece los rohinyás, refiriéndose “a mis hermanos
rohinyás, torturados y asesinados”, pero en Rangún, que era donde debió
precisar sus denuncias, hizo mutis.
Inclusive la birmana Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la
Paz, encarcelada por años y en arresto domiciliario por militares, cuya cúpula
dispone las mayores fortunas del país asiático, ha hecho un extraño mutis en
referencia a los rohinyás.
El día 29 de noviembre último, los cables noticiosos han
abundado en relación a criminales genocidas.
El general serbio-bosnio Slobodan Prljak, 72 años,
acusado de crímenes en la guerra de los Balcanes, en plena audiencia, extrajo
de un bolsillo un frasco de veneno, que apuró ante el tribunal que lo condenó a
20 años de cárcel, gritando inocencia.
En Berlín, un tribunal condenó a cuatro años de prisión
al oficial SS de Auschwitz, Osken Groning, 96 años.
Estados Unidos extraditó a España al coronel salvadoreño
Inocente Orlando Montano, 74 años, acusado de eliminar en 1989 a cinco
sacerdotes jesuitas españoles y oro salvadoreño.
El papa Francisco, y su reto de condenar a los genocidas.