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28/12/2017 | África - Terrorismo: El amargo regreso de las ¨esposas¨ de Boko Haram

Alberto Rojas

Joseph es un hombre elegante a pesar de llevar una americana oscura cosida de remiendos. Sus zapatos, llenos de agujeros, parecen recién lustrados. Tiene unos 40 años, casi dos metros rematados con un pelo canoso como alambre retorcido. Lleva la barba bien cuidada a pesar de encontrarse en un agujero negro bajo la luz cegadora del Sahel llamado Dar es Salam. Es uno de los pocos cristianos del lugar y regenta la única tienda.

 

Vende tarjetas de móvil, caramelos, sopas de sobre, peines, mosquiteras, cuchillas de afeitar y algo que parece antídoto contra las mordeduras de mambas negras. "Mira dónde nos han metido. No se fían de nosotros. Como somos nigerianos creen que aún podemos simpatizar con Boko Haram, cuando es de ellos de los que hemos escapado", dice, dejando ver una dentadura de la que han ido desapareciendo algunos dientes.

No hay peor cárcel que la que no necesita barrotes. La prisión del desierto, sin fronteras y con un océano de dunas alrededor. Está a dos horas de arena del último pueblo, demasiado lejos para molestar a nadie, demasiado cerca para controlarlos. Es el campo en el que el Gobierno chadiano ha ido metiendo a aquellos que huyen del terror de la secta yihadista de Boko Haram, como Joseph.

Hay un colegio, el único edificio de cemento, levantado por Unicef. Hay unas aulas de formación profesional para la generación perdida que crecerá allí y un pozo que necesita de buenos brazos para hacerle brotar el agua. Y nada más. La pasada primavera, comenzó un rumor que nadie pudo confirmar entonces. Poco a poco, emergen los datos: varias niñas secuestradas por los salafistas han vuelto voluntariamente a sus captores de campos como éste. No es algo aislado. Hay más casos.

Boko Haram secuestró a Aisha cerca de Maiduguri, la capital del estado de Borno, territorio fértil para la secta yihadista. De 25 años, fue incapaz de negarse al matrimonio forzoso con Mamman Nur, comandante de la milicia conocido por su crueldad, en su base del bosque de Sambissa, del tamaño de Andalucía. Cuando el ejército nigeriano recuperó la base y liberó a las mujeres y niños secuestrados, Aisha pasó junto a otras 69 personas al programa de desradicalización, una mezcla de apoyo psicosocial y educación religiosa. No le sirvió de nada. Aisha, según contó a la agencia Reuters, se benefició de su matrimonio con un comandante, y eso le dio cierto poder en el grupo. "Todos los hombres me respetaban por ser su esposa".

En ese contexto, Aisha fue una privilegiada. Pero otras mujeres y adolescentes que hacían trabajos penosos, como cocinar o transportar mercancías para los yihadistas, además de servir de esclavas sexuales, decidieron volver también con sus antiguos captores. "Muchas de nosotras tuvimos mejores cuidados, mejor comida y más regalos cuando estuvimos con Boko Haram", aseguró una de ellas.

"Muchas adolescentes regresan con sus secuestradores por la falta de oportunidades en sus campos de refugiados o desplazados. Encuentran rechazo, miedo o estigma en sus comunidades y acaban prefiriendo la estructura del grupo armado, donde tienen un papel, aunque sea esclavo", dice Blanca Carazo, responsable de programas y emergencias de Unicef. "Los grupos armados suelen merodear este tipo de centros, donde ellas se recuperan, para forzar su vuelta. En esos casos, el síndrome de Escocolmo es su aliado".

Estigma, inseguridad, pobreza, estrés postraumático, rechazo familiar... Muchas niñas regresan con sus captores -maridos a la fuerza, en su mayoría- ante la falta de perspectivas de rehacer su vida. Si la niña vuelve, además, embarazada, el rechazo lo hereda la criatura que lleva dentro. Hay una expresión que usan para visualizar este estigma: "El hijo de una serpiente es una serpiente", dicen aquellos que no desean vivir junto a estas niñas embarazadas de miembros de Boko Haram. Estas mujeres son "mala sangre" para la comunidad, que suele llamarlas "las esposas de Boko Haram", sin reparar en que, en realidad, son sus esclavas. Eso no sólo las hace vulnerables, sino que puede contribuir a su radicalización si deciden volver al grupo terrorista. Muchas intentan abortar al niño por métodos tradicionales acudiendo a curanderas y chamanes. Esta práctica sólo es legal en Nigeria si corre peligro la vida de la madre, así que ellas no tienen otra salida si no desean tener a un hijo procedente de una violación masiva de terroristas.

Pero hay otros factores aún más horribles: hace unas tres semanas, varias adolescentes liberadas por las autoridades nigerianas de las garras de Boko Haram denunciaron haber sido violadas por estas mismas fuerzas de seguridad. Falmata, de 24 años, fue entrevistada por The New York Times. Raptada por la secta yihadista, fue liberada por la noche de su tienda, donde dormían más mujeres, y llevada a los cuarteles del ejército nigeriano. "Esa primera noche ya me violaron varios militares".

Usando la misma táctica que usan los salafistas, donde las niñas son violadas cada noche por uno o varios militantes, estas víctimas recibieron los asaltos sexuales de los soldados una vez que fueron liberadas. Y hay cientos de casos similares documentados en el estado de Borno, donde viven la mayoría de desplazadas por el conflicto. Estas mujeres sólo pueden elegir el bando que las va a violar. Y muchas acaban prefiriendo volver al de los yihadistas.

The New York Times llegó a identificar a niñas de 13 años en esa siniestra práctica. "Podrían ser mis padres", dijo refiriéndose a los soldados que la forzaron Hadiza, otra adolescente violada "al menos 20 veces", que resultó herida en uno de estos asaltos. Los hombres que abusaron de ella no dejaron que recibiera tratamiento médico, sino que la encerraron en el cuartel y le ordenaron que mantuviera dos semanas de "bajo perfil" para no llamar la atención.

No es la primera vez que las víctimas denuncian violaciones de los militares nigerianos. Es común la entrega de comida a estas niñas a cambio de sexo en los campos a los que son conducidas. Se realiza siempre de noche, cuando los trabajadores humanitarios se han retirado por cuestiones de seguridad y sólo quedan ellas y los guardias. Pero no sólo tienen que acostarse con ellos. También cocinar y limpiar en sus tiendas. Aministía Internacional lleva años denunciando los abusos de las fuerzas de seguridad nigerianas, que lejos de acabar con los terroristas, han conseguido que miles de jóvenes se hayan unido a su causa.

El presidente nigeriano, Mahamadú Buhari, ordenó el pasado año una investigación sobre estos abusos a raíz de varios informes de Human Rights Watch y desplegó a 100 mujeres oficiales a supervisar a estas unidades militares para impedir violaciones como las expuestas. Varios soldados fueron arrestados.

El grupo yihadista tampoco permanece impasible y envía a aquellas que se niegan a tener relaciones sexuales con ellos ni a contraer matrimonio a estos mismos campos a hacerse explotar. Con un lavado de cerebro de seis semanas e instrucciones precisas para matar al mayor número de gente posible, el martirio forzoso es otro de sus destinos.

Las organizaciones humanitarias como Unicef han puesto en marcha programas de mediación comunitaria para que poco a poco estas mujeres, con o sin hijos, sean aceptadas de nuevo en sus familias. Los resultados son buenos pero no inmediatos. A veces el marido se ha vuelto a casar y cuando su primera mujer regresa el matrimonio se convierte en poligamia. En su informe, titulado, Bad Blood (mala sangre), Unicef asegura que Boko Haram posee en sus campamentos unos 8.000 niños secuestrados bajo su control

El contexto no es muy favorable para nacer mujer. Sólo el 4% de las niñas terminan la enseñanza secundaria en el norte de Nigeria, el 80% de ellas jamás aprenderá a leer y escribir, tres de cada cuatro será casada a la fuerza y su tasa de mortalidad materna es cinco veces mayor que la media mundial.

Mientras, se van conociendo detalles de la liberación de las niñas de Chibok. 276 fueron raptadas el 14 de abril de 2014 en su escuela. De ellas, huyeron días, semanas o meses después hasta 57. Las 219 que permanecieron ocultas y esclavizadas en el bosque de Sambissa sirvieron durante meses para negociar la liberación de destacados líderes de Boko Haram como moneda de cambio. En mayo de este año fueron liberadas 82, mientras que otras 21 han sido entregadas a las autoridades el pasado octubre.

El trato es liberar también a las 82 que faltan a cambio de sacar de la cárcel a cinco comandantes yihadistas. Para ello, el Gobierno de Buhari ha tenido que pagar, según The Wall Street Journal, tres millones de dólares en bolsas de plástico a un mediador suizo que hizo el intercambio.

El Mundo (España)

 



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