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30/01/2018 | Sueño postergado: La desigualdad y la pobreza intergeneracional en Europa

Christine Lagarde

El poeta Langston Hughes se preguntó qué sucede con los sueños postergados. Es una pregunta que bien podrían hacerse millones en el mundo entero hoy, sobre todo los jóvenes, debido a la desigualdad y la pobreza.

 

Esta semana, el personal técnico del FMI publicará un estudio centrado en la Unión Europea que pone de relieve el impacto del desempleo y las consecuencias a largo plazo de la falta de protección social idónea para la juventud. El estudio también analiza ideas que podrían ayudar a resolver el problema y mitigar la desigualdad y la pobreza en la próxima generación.

De más está decir que Europa no es la única región cuya juventud enfrenta un panorama difícil. Sin embargo, los datos sobre distintos grupos etarios recopilados durante la última década permiten examinar esta región más de cerca.

A primera vista, la desigualdad no parece un peligro tan grave en Europa. La desigualdad promedio del ingreso se mantiene más o menos estable desde 2007, en gran parte gracias a las sólidas redes de protección social y a la redistribución, importantes logros que han ayudado a millones y afianzado la situación del continente en comparación con muchas otras economías avanzadas.

Ahora bien, esas cifras esconden una tendencia preocupante: la brecha intergeneracional se ha ensanchado considerablemente. La población en edad activa, sobre todo joven, está quedando rezagada.

Si no actuamos, existe el riesgo de que una generación nunca pueda recuperarse.

¿Cómo terminamos así?

¿Cuál es la causa de la desigualdad intergeneracional en Europa? Aunque la desigualdad tiene numerosas vertientes, como la riqueza y el género, nuestro estudio se centra primero en el ingreso.

El ingreso disminuyó entre los jóvenes después de la crisis de 2007 debido al desempleo. Luego se recuperó, pero no creció. A partir de los 65 años, la población experimentó un aumento del ingreso de 10% porque las pensiones estaban mejor protegidas.

Si echamos una mirada al mercado laboral, podemos ver dónde se generaron los problemas. El desempleo juvenil arrancó con niveles altos y dio un salto a 24% en 2013. Hoy, casi uno de cada cinco jóvenes continúa buscando trabajo en Europa.

El estudio del FMI muestra que el desempleo puede dejar cicatrices: después de largos períodos sin trabajo y con poca experiencia, los jóvenes tienen menos probabilidades de encontrar empleo. Si lo encuentran, probablemente sea a un sueldo bajo. La remuneración que no se percibió y los ahorros que no se hicieron pueden ser sumamente difíciles —si no imposibles— de recuperar más adelante.

Los jóvenes tienen el nivel de deuda en relación con los activos más alto de cualquier grupo etario. Eso significa que son más vulnerables a los shocks financieros. En otras palabras, están postergando los sueños.

Pero el ingreso es solo una cara de la moneda: la otra es la pobreza.

Menos ingresos, más pobreza

Antes de la crisis financiera internacional, la pobreza relativa de los jóvenes (18-24 años) y de la tercera edad (65 años y más) era parecida en Europa. Pero desde entonces se ha abierto una marcada diferencia; en consecuencia, uno de cada cuatro jóvenes está expuesto al riesgo de caer en la pobreza y vive con un ingreso inferior a 60% de la mediana.

Lo que ha provocado la situación que estamos atravesando no es solo el desempleo: el subempleo se generalizó tras la crisis.

El surgimiento del empleo precario y la multiplicación de los contratos temporarios exacerbaron el problema y desestabilizaron más el mercado laboral, sobre todo para los jóvenes. Desafortunadamente, tras perder el empleo o al poder encontrar solo puestos a tiempo parcial, los jóvenes se vieron privados de una red de protección adecuada.

Protección social fallada

Además de estos obstáculos vinculados a los ingresos y al mercado laboral, después de la crisis se recortaron en muchos casos las prestaciones sociales no previsionales y a veces se las focalizó de manera muy estricta o se dejó de indexarlas a la inflación. Eso limitó la eficacia de estos programas para los jóvenes.

Corresponde recalcar que los programas como las pensiones y la seguridad social han ayudado a millones antes y después de la crisis. En particular, los ciudadanos europeos de edad avanzada están relativamente bien protegidos, y esa protección debe continuar, naturalmente. Pero, al mismo tiempo, necesitamos políticas que presten más atención a los jóvenes y que reflejen la naturaleza cambiante del empleo.

Lo alentador es que algunos países europeos ya están logrando avances.

En Alemania, los tradicionales programas de capacitación y de formación de aprendices han ayudado a los jóvenes a seguir integrados al mercado laboral. Las reglas de empleo flexible los ayudaron a conservar sus puestos de trabajo antes y después de la crisis. La juventud alemana tiene hoy el desempleo más bajo de toda la Unión Europea.

Otro buen ejemplo es Portugal, que eximió a las personas en su primer puesto de trabajo de la obligación de cotizar a la seguridad social durante tres años. El desempleo juvenil aún es elevado, pero esa medida está bien encaminada.

Los próximos pasos para la próxima generación

Entonces, ¿qué tendrían que hacer las autoridades? Nuestro estudio ofrece algunas ideas que pueden contribuir a mitigar la desigualdad y la pobreza intergeneracional en Europa.

Primero, analizar los mercados de trabajo. Para crear empleos e incentivar el trabajo, las autoridades pueden recortar los aportes a la seguridad social y los impuestos aplicados a los trabajadores poco remunerados. Para ayudar a mejorar las perspectivas laborales, los gobiernos pueden invertir en educación y capacitación, acercando la oferta y la demanda de aptitudes laborales entre los jóvenes.

Segundo, los países pueden imprimir más eficacia al gasto público en protección social. Una de las opciones es adaptar el gasto social para proteger mejor a la juventud en caso de desempleo, sobre todo el gasto en prestaciones por desempleo y otras prestaciones no previsionales.

Tercero, impuestos. Los impuestos patrimoniales son más bajos hoy que en 1970. En algunos países, un sistema tributario más progresivo y la tributación patrimonial (incluidos los impuestos sucesorios) podrían contribuir a financiar programas sociales muy necesarios para la juventud.

Hay algo que deseo recalcar y reiterar: no se trata de enfrentar un grupo etario contra otro. Una economía que funcione para los jóvenes representa un cimiento más sólido para todos. Los jóvenes con empleos productivos pueden contribuir a las redes de protección social. Además, la mitigación de la desigualdad intergeneracional va de la mano con la creación de crecimiento sostenido y la recuperación de la confianza dentro de la sociedad.

Se mire por donde se lo mire, esto no es tarea fácil. Las medidas de política tienen que adaptarse a las necesidades de cada país, reconocer realidades políticas y encajar dentro de un presupuesto.

Pero no hay duda de que ha llegado el momento de actuar: “el momento de reparar el tejado es cuando brilla el sol”.

Gracias al crecimiento mundial más fuerte y a la recuperación en Europa, tenemos la oportunidad de hacer cosas difíciles que, de lo contrario, podrían quedar inconclusas. Podemos concebir políticas que permitirán a la próxima generación alcanzar su potencial. Podemos ayudar a borrar las cicatrices de la crisis y lograr que la próxima generación no tenga que preguntarse qué sucede con los sueños postergados.

FMI (Organismo Internacional)

 



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