Con el Seguro sucede lo que con el Estado: hay que defender sus atribuciones sociales, pero cómo hacerlo en Colombia donde la deficiencia estatal justifica muchas veces la gestión privada.

Como el transporte público. Los alcaldes tratan de corregir el caos bogotano castigando el automóvil privado, al que cargan con restricciones como el 'pico y placa', impuestos exagerados, la persecución de la policía para obtener ingresos para el Distrito descuidando su oficio principal, o abusos como el negocio de las grúas y la retención del vehículo, cuando lo sensato para desestimular el transporte privado sería uno público moderno. Pero no hay en la capital un tren habiendo las vías, ni tampoco metro y así sigue atropellada por la guerra del centavo, las motos y las calles destruidas. El alcalde Garzón debería dar la lección que nunca ha recibido el país de la precedencia del interés publico, ese su mejor argumento si aspira a un liderazgo distinto al tradicional saqueo bipartidista. Como también los cerros: perecerán o no ante una industria de la construcción que hizo de la capital una sin memoria urbanística, o viola su espacio como el centro comercial en eso que llaman autopista.

Hay los extremos de la economía estatizada o la librada al interés privado, por lo que hizo camino la solución intermedia de la mixta, pero donde el Estado controla el sector privado. Aunque en estos países subsista el obstáculo grave del Estado secuestrado por particulares, o donde ejercen quienes no vacilan en aliarse con el narcotráfico o promover el paramilitarismo, o lo usan para reelegirse por medio de delfinismo y clientelismo. De ahí aquí el auge del capitalismo salvaje que subasta la riqueza pública. Lo cual obliga o a la reforma o la sustitución de la clase política que lo ampara.

Hanna Arendt dijo que el socialismo fue la esperanza en el siglo XX, como su derrumbe, su gran fracaso. Fue la oportunidad para que la civilización se orientara hacia el bien común. No fue así con el resultado de una sociopolítica deplorable y un futuro siniestro. Entonces, el Estado, calificado como la mayor realización de la razón, sigue ante el dilema de lo privado o lo público o su conciliación en necesidades como salud o educación; es sobre eso que hay que medir a los gobernantes colombianos.