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24/03/2018 | Historias - Monopolios.com: cómo Facebook y otros gigantes de Internet se apropiaron de tus datos

Fermín Elizari

Así se la coló Cambridge Analytica a Facebook... y manipuló a todo el mundo. El psicólogo que ideó la aplicación de Cambridge Analytica para obtener datos personales creía que era legal. El cofundador de WhatsApp anima a eliminar perfiles de Facebook.

 

Internet, pensábamos, era una herramienta destinada a eliminar barreras. Era el origen de un mundo nuevo, más interconectado y abierto, que favorecería la comunicación horizontal y la transparencia.

Y así ha sido... en parte. Porque todo tiene un precio.

Lo que en sus inicios era un nutrido ecosistema de páginas web se ha visto reducido a una serie de plataformas que actúan como guardianes de todo lo que buscas, lo que compras, lo que ves, con quién te relacionas... Y que tienen en sus manos a la industria del conocimiento.

Para ellas la competencia o los gobiernos no son sino un obstáculo en su misión evangelizadora («conectar al mundo», «democratizar el acceso a la información»...) y trabajan sobre un horizonte que ni vislumbran los reguladores. Operan con la mercancía más valiosa: tus datos. Pero a menudo hay que acudir al terreno de la fe y esperar que no incurran en malas prácticas con ellos.

Justo lo que le ha sucedido a Facebook estos días...

Hace unos días, los periódicos The Observer y The New York Times dieron cuenta de cómo una aplicación externa accedió en 2015 a los datos de 50 millones de usuarios de forma inapropiada. Una mina de oro que ayudó a la propaganda electoral de Donald Trump y de la campaña del Brexit. Pero lo que ha encendido todas las alarmas es la respuesta de la red al conocer el uso inapropiado de sus datos: preguntó en un formulario si toda la información había sido eliminada. Sin mayor comprobación.

«El motor de búsqueda de Google es una maravilla de la ingeniería», comenta por email Franklin Foer, periodista y autor de Un Mundo Sin Ideas, un libro que advierte del peligro de las grandes empresas tecnológicas sobre nuestra intimidad. «Pero tenemos que recordar las dinámicas del capitalismo. Porque esas empresas disponen de unas enormes pilas de dinero en efectivo que les llevan directamente a la cima. Así pueden comprar a las start-ups que en un futuro les pueden reemplazar o comprar todo el talento en inteligencia artificial y realidad virtual, ingenieros que podrían haber formado sus propias compañías. Y que se merezcan su éxito no significa que merezcan ese éxito para siempre. Tendríamos que estar muy preocupados por su estatus monopolístico y las formas en que abusan de su poder».

Las cifras de su dominio son abrumadoras: el 61% del gasto publicitario digital mundial fue a parar a Google y Facebook; el 91,63% de las búsquedas de todo el mundo se realizan a través de Google; Amazon acaparó el año pasado el 44% de las ventas electrónicas en EEUU... La respuesta que suelen dar estas compañías siempre es la misma: nadie te obliga a utilizar mi servicio, la competencia está a un solo clic de distancia.

«Este es uno de los mitos de nuestra era», replica Franklin Foer. «No recuerdo la última vez que escuché a alguien que hubiera utilizado Yahoo! o Bing. La ventaja de Google es abismal. Cada vez que utilizamos sus servicios entrenamos a sus máquinas a ser más inteligentes: les ayudamos a ser mejores».

Jordi Fornells, subdirector de Sociedad de la Información de la Comisión Nacional de Competencia (CNMC), añade: «La normativa no prohíbe las posiciones de dominancia. No queremos impedir la aparición de monopolios como consecuencia de su estrategia innovadora. Estos operadores han puesto en el mercado servicios que ofrecen ventajas para los consumidores, y lo que no quieres es romper esa dinámica de innovación. Lo que tratamos de evitar es que esos monopolios se perpetúen a través de prácticas perjudiciales para los consumidores y sus competidores».

La propia naturaleza de Internet, explica Fornells, fomenta las concentraciones de poder. Es lo que se denomina el efecto de red: cuantas más personas utilizan un servicio, mayor valor ostenta. Es por eso que una comunidad tiende a utilizar WhatsApp: allí están todos nuestros amigos y familiares. Y sacarte de esa dinámica es complicado.

Y si surge una nueva empresa que amenaza tu posición, la adquieres y te quitas el problema. El caso más claro es Facebook (2.130 millones de usuarios activos al mes), propietaria de WhatsApp (1.500 millones) y de Instagram (800 millones). O puede ocurrir que no necesites adquirir una compañía y que valga con copiar sus funcionalidades y aprovecharte del efecto de red, como padeció en sus carnes Snapchat.

«Las autoridades hemos sido un poco cómplices al no impedir las adquisiciones de estas compañías», reconoce Fornells. «En todo el mundo estamos reflexionando sobre que hay que cambiar las reglas de juego. Nos preocupamos por el corto y medio plazo, porque el largo plazo es muy difícil de prever. Pero gracias a su capacidad financiera, estas empresas se centran en el largo plazo».

Entonces, ¿hay que resignarse a la concentración de poder? «Tenemos que tratar a Internet con el mismo escepticismo que aplicamos en el pasado a los imperios de comunicación», incide Franklin Foer. «Lo realmente importante es disponer de contrapesos de los monopolios. Y los gobiernos son el único contrapeso efectivo».

Una de las claves de la efectividad de los servicios de Google, Facebook o Amazon es el uso que hacen de los datos personales sus algoritmos. Mecanismos que filtran ingentes cantidades de información y sirven el resultado adecuado a cada persona. De tal modo que cuanto más utilizas ese servicio, más inteligente y preciso se vuelve.

The Guardian publicó un artículo sobre una mujer que pidió a Tinder todos los datos que atesoraba de ella. La respuesta fue significativa: 800 páginas. Un episodio que hace reflexionar: ¿somos conscientes los ciudadanos del poder que les estamos dando a estas empresas al facilitarles de forma gratuita nuestros datos?

«Es evidente que empieza a haber cada vez más conciencia de algunos de los efectos colaterales de algunos de estos servicios», afirma Rafael García Gonzalo, jefe de internacional de la Agencia Española de Protección de Datos (AGPD). «Nuestros estudios apuntan a que el 80% de los españoles manifiesta una preocupación por el uso de sus datos... Yo siempre pongo el mismo ejemplo. Un vehículo puede correr a 200 km/h, pero no puede ir a esa velocidad por la carretera para salvaguardar su seguridad. Pues con Internet sucede lo mismo. Y por mucho que se diga que es poner puertas al campo, se puede regular».

Todo el sector está pendiente del nuevo Reglamento General de Protección de Datos, que se aplicará en Europa a partir del 25 de mayo. «Hay un diálogo estructural y una cooperación abierta con las empresas tecnológicas», informan desde la AGPD, que sancionó hace unos días a WhatsApp y Facebook por tratar datos personales sin consentimiento.

Las últimas revelaciones están haciendo tambalear los cimientos de un Facebook, cuyo modelo de negocio es conocerte hasta el dedillo y vender esos datos a sus anunciantes. El usuario (su cliente) es el eje motor de estos monopolios. Si está enfadado y se marcha, están perdidos. Y si se organiza y decide cambiar su forma de actuar, también lo están.

«Estas compañías eran objeto de devoción», destaca Franklin Foer. «En mis días más optimistas pienso que el embelesamiento se está empezando a romper y la gente está entendiendo el problema al que nos enfrentamos. La elección de Trump provocó que muchos empezaran a pensar diferente. La catástrofe que nunca habían creído llegó y han culpado a Facebook de haber destruido el ecosistema informativo de nuestro país. Estoy asombrado de la velocidad a la que se está erosionando la imagen de Facebook».

El periodista compara el momento actual con el que azotó a la industria de la comida rápida. Y cómo la concienciación sobre qué comemos ha mejorado los hábitos occidentales. «Cuando comemos comida orgánica estamos tomando una decisión. Espero que empecemos a tomar las mismas opciones saludables con las sustancias que consumimos a través de nuestra mente. Deberíamos consumir información que nos haga virtuosos, incluso si eso nos cuesta dinero».

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El dilema de la Unión Europea con Facebook

La Unión Europea se enfrenta a un dilema. Desde hace años se encara sin ningún problema con las multinacionales más poderosas del planeta. Con procedimientos y sanciones multimillonarias a Microsoft (unos 2.000 millones), Apple (devolver 13.0000 millones a Irlanda), Google (2.420), Amazon (devolver 250) o Facebook (110), por abuso de posición dominante, por beneficiarse de ayudas de Estado ilegales o por remitir información «inexacta o engañosa», como hizo la compañía de Mark Zuckerberg tras la compra de WhatsApp. La presión de los lobbiesempresariales y sobre todo del Gobierno y el Congreso de EEUU, primero con Obama y ahora con Trump, ha sido formidable, pero la responsable de Competencia, Margrethe Vestager, no torció el brazo. Sin embargo, el desafío de verdad llega ahora. Hacer frente por las buenas o las malas a la laxa fiscalidad de algunos países es una cosa, pero trocear gigantes otra muy diferente. Y cada día parece más inevitable. «Supongo que a estas alturas ya no se trata de si ocurrirá o no, sino de cuando», explica una fuente comunitaria cuando se le pregunta si Facebook, Google o Amazon tendrán el mismo destino que la Standard Oil Company, desmembrada hace un siglo.Bruselas ya ha forzado a que algunas de las grandes partan o separen partes de sus negocios, como Google con la parte del buscador y la de los comparadores de precios y otros dos casos esperando resolución. Ahora mismo no tiene la fuerza ni el apoyo para algo muchísimo más contundente, pero a un ritmo de escándalo por semana o por mes, con más de mil millones de usuarios y cuotas de mercado del 75 al 92%, es sólo cuestión de tiempo y todas las instituciones lo saben. PABLO R. SUANZES(Bruselas)

El Mundo (España)

 



 
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