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19/05/2018 | Opiniòn - El mito de Putin

Oscar Elía Mañú

En una época ideologizada, no hay término medio con Putin. En un extremo, aparece como el caballero blanco, aquel capaz de plantar cara al globalismo, de salvar a la decadente Europa occidental de si misma, y de defender la civilización occidental contra la amenaza islamista; en el otro extremo, Putin aparece como el contrapunto a los sistemas de libertades, como un nuevo Lenin dispuesto a saltar por las fronteras de Europa del Este y someter a estos países a un nuevo régimen de terror.

 

Ciertamente se equivocan quienes piensan que tras todas las calamidades occidentales se encuentra la mano negra rusa: pero a estas alturas resulta evidente que la propaganda, la infiltración, la compra de voluntades en occidente constituyen parte esencial de la estrategia rusa. También se equivocan quienes ven en él la línea de defensa occidental frente al Islam: para Putin, esta cuestión, esencial para los europeos, es algo accidental y relativo. Sus miras son –difícil reprochárselo- el interés de Rusia.

La política exterior de Putin hunde sus raíces en el tradicional nacionalismo ruso, que incluye una paradójica aproximación a Europa occidental. Putin ve en los europeos, a un tiempo con miedo, desprecio y cierta envidia. Con el miedo histórico a la amenaza procedente de las potencias europeas hacia el suelo ruso; con el desprecio a la debilidad democrática de las sociedades abiertas; y con envidia y resentimiento ante la influencia histórica que Francia, Gran Bretaña, Italia o Alemania tienen en todo el mundo. Esta peculiar mezcla, típicamente rusa, lleva habitualmetne al Kremlin a la amenaza y la paranoia; pero al mismo tiempo está alejada de la ideología imperialista y revolucionaria que protagonizó la política exterior rusa durante los años de la Unión Soviética. Putin está mas cerca de Nicolás I que de Lenin.

Putin es especialmente sensible al cálculo de poder, y por esa razón es importante dimensionar las capacidades con las que cuenta. Ciertamente, el Kremlin ha desplegado todo un discurso internacional basado en la fortaleza militar: el pulso con la OTAN en el báltico, la anexión de Crimea y la ocupación del este de Ucrania y, sobre todo, la guerra civil siria aparecen como . A nivel global, Rusia reivindica una relación de tú a tú con los Estados Unidos a través del “tú a tú nuclear”. Sin embargo, los aspavientos rusos muestran al mismo tiempo las limitaciones y carencias estratégicas. En Ucrania, la cercanía al teatro de operaciones, la facilidad geográfica no ha impedido una guerra larga y especialmente sucia por ambas partes. En los países bálticos, la ventaja rusa estriba también en la cercanía del teatro de operaciones: los aliados sostienen el pulso a los aviones rusos en una especie de juego que obvia lo esencial, que es la ventaja terrestre en caso de conflicto.

Es curiosamente en la gran apuesta rusa, Siria, donde las limitaciones son más patentes. A diferencia de Ucrania, junto a la frontera rusa, el despliegue en Siria exige cierta capacidad logística, lo que supone un esfuerzo tanto tecnológico como económico: Rusia no puede llevarlo a cabo, lo que le lleva, por un lado, a centrarse en principalmente en apoyo aéreo allí en los frentes donde Al Assad tiene problemas. Pero los ataques sucesivos de las potencias occidentales, incluso la impunidad de la que se jactó Trump incluso por twitter, han mostrado los problemas para proteger a Al Assad. Los aliados rusos no están seguros con el paraguas del Kremlin. Y para estarlo, obligan a despliegues de sistemas más sofisticados…y caros.

Por otro lado, la gran cuestión de la ocupación del espacio arrebatado al enemigo se desplaza necesariamente a los aliados iraníes de Al Assad. La peligrosa ocupación militar del terreno, como los occidentales saben bien, es cara, peligrosa y dura. Pero sólo ella garantiza la victoria real, a un precio alto. Putin ha renunciado a ello. Lo que significa que la victoria en Siria puede depender de Rusia, pero la paz depende de los iraníes, y no del Kremlin.

El presupuesto militar ruso posee dos carencias. Desde el fin de la Guerra Fría, el Kremlin ha conseguido con éxito mantener ciertas capacidades y recuperarlas después, logrando avances importantes en términos de defensa y control del espacio aéreo. Pero sus fuerzas armadas siguen siendo demasiado pesadas, mal equipadas y mal preparadas. La plena profesionalización queda demasiado lejos. El gasto en Defensa, del orden de unos 70.000 millones de dólares en 2017, se acerca a una décima parte del norteamericano, bien que éste más disperso y centrado en operaciones alrededor del mundo de las que los rusos, por suerte, carecen. En todo caso, la combinación de los presupuestos de defensa de los grandes países europeos sobrepasan por mucho el esfuerzo ruso. La segunda gran carencia es de sobra conocida: la vulnerabilidad de la economía rusa respecto a sanciones del exterior, y tiene un doble impacto: el directo en el presupuesto de defensa (5,5% PIB), y el no menos importante en la industria del sector que sostiene los programas y sistemas rusos.

Putin ha desarrollado una política exterior basada en el delito, que hunde sus raíces en las peores conductas: la eliminación física de oponentes políticos, de refugiados y ex agentes de inteligencia, o el uso de grupos delictivos volcados en la ciberdelincuencia y el reparto de beneficios. Son herramientas útiles y versátiles, qué duda cabe. Que reportan réditos importantes al Kremlin. Pero por su propia naturaleza, impiden que pueda hablarse de liderazgo mundial en términos reales: este incluye cierta ejemplaridad y cierta apelación a valores, a menudo traicionados, pero que no pueden faltar de una política exterior con aspiraciones reales.

Putin, por los fines buscados y los medios empleados, es incapaz de ello. Su papel en el mundo está por definir, y en esta definición entra la conducta del resto de grandes potencias. A ellas corresponde sentar al Kremlin en la mesa de negociación y dimensionar sus aspiraciones. Pero ni sus admiradores ni sus críticos parecen darse cuenta de ello.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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