Estados Unidos es un país grande que sigue creciendo: esta semana se ha anunciado oficialmente que ha alcanzado la cifra de trescientos millones de estadounidenses (en 1915 contaba únicamente cien millones y en 1967, doscientos millones). De acuerdo con las proyecciones demográficas, llegará a los cuatrocientos millones de habitantes en el 2050, en tanto que la actual población rusa, 143 millones, podría disminuir un 22% desde este momento hasta el 2050.

Estados Unidos afronta importantes problemas, como la guerra de Iraq, la inmigración ilegal y el coste de la sanidad. Sin embargo, los debates actuales no giran en torno a estas cuestiones, sino al escándalo sexual del caso Foley. Se trata de la típica sorpresa de octubre:en la jerga política estadounidense, los acontecimientos que pueden cambiar el sentido del voto poco antes de los comicios. Es ese algo que sucede o bien se fabrica artificialmente durante el mes previo a las elecciones. En este caso, se ha tratado del primer escándalo sexual de la historia que no ha tenido lugar en el mundo real sino a través de un e-mail: un morboso congresista republicano por Florida había enviado mensajes electrónicos de contenido sexual a becarios y ex becarios que trabajaban como ujieres en el Congreso. Cuando el presidente Clinton tuvo su aventura con Monica Levinsky, poco antes de otras elecciones al Congreso, el affaire no perjudicó a su partido, pero en el caso de los republicanos se trata de un partido que predica una intachable conducta moral de forma, por lo que estas revelaciones pueden acarrearles más de un dolor de cabeza.

La cuestión en liza no estriba tanto en la conducta de este diputado cuanto en la reacción de la cúpula del Partido Republicano que, conociendo el reprensible comportamiento de este político, no actuó enérgicamente. Las preguntas que ahora se plantean se circunscriben a lo que podían saber exactamente los líderes republicanos y al momento en que tuvieron conocimiento de ello. Sostienen que las pruebas de que disponían versaban simplemente sobre una cuestión impropia y de mal gusto, y, si su conducta no era delictiva, no cabía instar un expediente contra él ni menos expulsarle...

¿Qué magnitud revestirá el daño causado? Las casas de apuestas han llegado a la conclusión de que los demócratas obtendrán la mayoría en la Cámara de Representantes; tan sólo es menester que 15 escaños cambien de mano y la cosa está hecha. Habrían perdido de todas formas, ya que en estas elecciones a mitad de mandato suele producirse casi siempre una reacción contra el partido en el poder. En cuanto al Senado, los demócratas ganarán probablemente dos o tres escaños, pero necesitan 6 o 7 para alcanzar la mayoría, lo que parece improbable. Faltan tres semanas más para las elecciones, podrían producirse más sorpresas de octubre y el caso que nos ocupa podría caer en el olvido, aparte de que los republicanos aventajan a los demócratas a la hora de rebañar votos...

¿Qué cambiará si los demócratas ganan en noviembre? No gran cosa. El Partido Demócrata tiene un ala radical, otra moderada y otras muchas tendencias intermedias. Una oposición radical contra el Partido Republicano resulta improbable, aunque no imposible, y además el presidente conserva siempre la facultad de veto: podrían detener los planes de Bush de impulsar a la fuerza recortes fiscales y promover una investigación sobre el comportamiento de la Administración Bush en los últimos años, pero el problema es que tal género de investigaciones exige mucho tiempo y raramente alcanza una conclusión. Y cuando se publica, el informe ha perdido interés...

¿Qué podría cambiar en materia de política exterior? No gran cosa tampoco. Los republicanos buscan una salida airosa de Iraq. Bush ha jurado que algo se hará en lo concerniente al programa nuclear iraní antes de irse de la Casa Blanca. ¿Podrán pararle los demócratas? Para lograrlo, necesitan otro tipo de política; ningún político demócrata quiere verse asociado a una eventual aceptación del actual régimen iraní, dotado de armamento nuclear y de talante agresivo hasta el punto de provocar acaso una guerra en el futuro. Los demócratas reiterarán la vía del diálogo, aunque los iraníes ya han mostrado su escaso interés en ello.

¿Sanciones, tal vez? No funcionarán, y tanto Rusia como China, aparte de varios gobiernos europeos, son contrarios a ellas. Así las cosas, ¿qué cabe esperar, salvo un milagro? El problema de Corea del Norte es menos importante: dejemos que China, Rusia y Japón tomen la iniciativa. Sea como fuere, los demócratas saben perfectamente que el problema iraní no se desvanecerá y que, si Bush no lo afronta, deberán afrontarlo ellos, suponiendo que ganen las elecciones en el 2008. Pero ¿ganarán la presidencia dentro de dos años? Por ahora, el senador Mc-Cain parece un candidato más firme que cualquier demócrata. Carece del carisma de un gran líder, pero hasta sus enemigos creen en su honorabilidad y competencia: tiene muchos simpatizantes y sólo cuenta con la oposición del ala conservadora radical de su propio partido, a cuyos ojos es demasiado moderado.

Dos años es mucho tiempo en política y mientras los políticos empiezan a maniobrar ante la fecha clave, el ciudadano estadounidense tiene ciertamente otras preocupaciones.

Será interesante comprobar cuántos se molestan en votar en noviembre.