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28/06/2018 | Turquía - Vuelco autoritario

Pascal Beltrán del Río

En un golpe más para la democracia liberal, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan logró sacar adelante su plan de sustituir el sistema parlamentario de su país y reelegirse para seguir ejerciendo el poder en la décimo octava economía del mundo, ahora bajo las reglas de un nuevo presidencialismo.

 

En abril del año pasado, Turquía celebró un referéndum para modificar 18 artículos constitucionales propuestos por el gobiernista Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP). Por 51.41% de los votos a favor, el cargo de Primer Ministro fue abolido para crear una Presidencia Ejecutiva.

Tanto el referéndum de hace 14 meses como las elecciones presidenciales del domingo pasado se celebraron bajo un estado de emergencia, declarado luego del intento de golpe de Estado de julio de 2016, en el que murieron 248 personas. Y tanto en la primera votación como en la segunda hubo señalamientos de abuso del oficialismo.

El proceso para fortalecer las facultades de Erdoğan –que ya lleva tres lustros en el poder– ha sido señalado por restricciones contra la oposición. Activistas por el “no” en el referéndum, así como los contrincantes del Presidente en los comicios del domingo pasado se han quejado del control de los medios oficiales y privados por parte del AKP.

De acuerdo con datos oficiales, Erdoğan fue reelegido con casi 53% de los votos para un periodo de cinco años.

Las modificaciones a la Constitución establecieron que el Presidente puede ocupar el cargo por hasta dos periodos consecutivos. Esto significa que el actual mandatario tendría la posibilidad de permanecer hasta 2028 al frente de ese país de 80 millones de habitantes.

Descrito por medios internacionales como un admirador del último sultán otomano absolutista –Abdülhamid II, depuesto por el movimiento nacionalista Jóvenes Turcos, del que era parte Mustafá Kemal Atatürk, el fundador de la Turquía secular moderna–, Erdoğan comparte rasgos de carácter con el presidente estadunidense Donald Trump, como su afición obsesiva por la televisión.

El también exalcalde de Estambul es un nacionalista con un evidente talante autoritario e ideólogo del islamismo político, en torno de cuyas ideas formó el AKP en 2001.

Los rivales de Erdoğan lo han acusado de comportarse como un dictador y han advertido que, en caso de ganar nuevamente en las urnas –como sucedió el domingo–, podría usar sus nuevas facultades para ejercer el poder de forma aún más autoritaria.

Después de sobrevivir un intento de golpe de Estado en 2016, el Presidente lanzó una purga en el gobierno en la que 50 mil personas fueron detenidas y 160 mil perdieron su trabajo.

Con su nuevo triunfo electoral –que refrendó la visión del AKP como una maquinaria para ganar votaciones–, Erdoğan también sobrevivió políticamente a la inconformidad de la población con la situación económica del país, donde el banco central ha tenido que aumentar las tasas de interés en 500 puntos base desde abril pasado para frenar una corrida contra la lira, la moneda nacional.

Es irónico que el deterioro económico que se ha dado en Turquía bajo la supervisión Erdoğan no haya impedido el triunfo de éste. ¿Cómo lo logró? Con una campaña en la que pidió a sus conciudadanos recordar que el pasado era aún peor.

Hacia el exterior, la victoria en las urnas del Presidente turco el domingo pasado –en una elección en la que participó más de 80% de los votantes– fortalece la visión del mando centralista y autoritario que comienza a poner en jaque la democracia en diferentes partes del mundo.

Si bien es cierto que en los últimos años ha crecido el número de países con gobiernos elegidos, también lo es que, en muchos de ellos, los llamados hombres fuertes han aprovechado las reglas de la democracia para tomar el poder y limitar el papel de los contrapesos para el Ejecutivo.

En ese sentido, el turco Recep Tayyip Erdoğan es un modelo para políticos que quieren aprovechar la desilusión de sus ciudadanos con la democracia: un hombre de mano dura, que gusta de dividir a la sociedad y manipular a la opinión pública.

Una población que se siente atendida por este tipo de autócratas en su enojo con los políticos tradicionales y su frustración con la situación económica difícilmente reclamará la concentración de poder y la limitación de contrapesos –como el papel del Congreso y los medios– que este tipo de personajes requiere para aferrarse al poder.

El mundo vive un vuelco autoritario en detrimento de la democracia y la economía liberales cuyas consecuencias apenas comenzamos a percibir. 

Excelsior (Mexico)

 



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