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15/08/2018 | China coloniza el Triángulo Dorado de la droga y la prostitución

Pablo M. Diez

En la frontera de Laos con Tailandia, una colonia china crece alrededor de un oscuro casino a orillas del Mekong.

 

Junto a la bandera de Laos, otra con la hoz y el martillo del Partido Comunista da la bienvenida al cruzar desde Tailandia el río Mekong en el Triángulo Dorado, uno de los epicentros de la heroína mundial. Desgastadas, las enseñas ondean sobre un Rolls-Royce gris, un Porsche Panamera marrón y una veintena de todoterrenos blancos y furgonetas negras Toyota que ocupan el aparcamiento del puesto fronterizo. Una flotilla sorprendente para Laos, donde no hay ni una sola autopista y el 23 por ciento de sus casi siete millones de habitantes vive con menos de dos dólares al día.

Aunque acabamos de poner el pie en suelo laosiano, en realidad no estamos en Laos, sino en la Zona Económica Especial del Triángulo Dorado. Con 102 kilómetros cuadrados, fue establecida en 2007, cuando el Gobierno de Laos se la cedió por 99 años a un oscuro empresario chino, Zhao Wei, que está levantando un imperio en torno a un casino construido en plena jungla: Kings Romans. Sus cúpulas azules y la gigantesca corona que adorna su tejado sobresalen entre las palmeras, pero ya se han quedado pequeñas bajo el esqueleto de hormigón que crece a sus espaldas y las grúas que levantan más edificios de diez plantas alrededor.

Las Vegas asiática

Con estatuas greco-romanas, escalinatas de mármol, lámparas de araña y sus paredes decoradas con cuadros renacentistas, el Kings Romans parece inspirarse en los casinos Venetian de Las Vegas y Macao y resume lo que en este remoto rincón de Asia se entiende por «glamour». Pero su centenar de mesas de juego y máquinas tragaperras están casi vacías y hacen sospechar que el negocio no es más que una lavadora para blanquear el dinero de la droga en el Triángulo Dorado.

Así lo cree la Secretaría del Tesoro de EE. UU., que en enero impuso sanciones a la empresa que Zhao Wei dirige junto a su esposa, la también china Guiqin Su, y dos de sus socios, el tailandés Nat Rungtawankhiri y el australiano Abbas Eberahim, al parecer encargado de la seguridad del casino. Además de definir su compañía como una «organización criminal transnacional» y congelar sus posibles activos en EE.UU., la subsecretaria para Terrorismo e Inteligencia Financiera, Sigal Mandelker, los acusó en un comunicado de «estar implicados en actividades ilícitas horribles, incluyendo el narcotráfico, la prostitución infantil, el tráfico de personas y de animales prohibidos».

Días después, el enigmático Zhao Wei aparecía en la televisión de Laos negando los cargos. «Como inversor, todas mis actividades y las de mis empleados y firmas en otros países y áreas son legales», clamaba el empresario, según el portal especializado www.casino.org.

Sus socios en el Gobierno de Laos, que le amparan y tienen un 20 por ciento de la compañía, salían en su defensa. «La acusación no es cierta porque el lugar está debidamente dirigido y operado. Nuestro Gobierno lo supervisa», señaló a Radio Free Asia un funcionario de la provincia de Bokeo, donde se ubican el casino y la ciudad que está creciendo a su alrededor.

Como si fuera una colonia china, aquí se habla en mandarín y se paga en yuanes o, a lo sumo, en bahts tailandeses, pero no en la moneda local de Laos, el kip. A los laosianos no se les permite ni entrar en el casino porque el juego está prohibido en este país y solo se encargan de los peores trabajos. Mientras los sueldos medios del casino están en unos 8.000 bahts (210 euros), los crupieres, en su mayoría birmanos que hablan mandarín, cobran 12.000 bahts (315 euros).

Una gran colonia china

Venidos de todos los rincones de China, especialmente de las provincias fronterizas del suroeste, miles de emigrantes se han instalado y abierto tiendas y restaurantes en el Triángulo Dorado, donde se está construyendo un puerto en el Mekong y hasta se planea un aeropuerto internacional. Bajo las grúas, una puerta con arcos de madera y tejados puntiagudos da paso a una calle comercial presidida por Confucio y decorada con las mismas estatuas que pueblan las ciudades chinas. En este «Chinatown» se suceden supermercados, tiendas de ropa, locales de alcohol y tabaco, restaurantes, una clínica internacional, un gimnasio, un «sex-shop», peluquerías y salones de masaje «con final feliz» a cuyas puertas las «señoritas» llaman a los transeúntes.

«Vinimos aquí hace un año porque nos dijeron que la economía estaba creciendo mucho y este negocio nos da para vivir mejor que en nuestro país», cuenta una mujer del nordeste de China que regenta un establecimiento de ropa. Tanto ella como otros comerciantes consultados aseguran ganar al mes entre 5.000 y 10.000 yuanes(entre 640 y 1.280 euros).

Demostrando quién manda, de la seguridad se encarga el «ejército privado» de Zhao Wei, cuyos vigilantes se pasean en potentes jeeps Hammer negros, otro de los vehículos que más abunda en esta ciudad que está surgiendo a orillas del Mekong. Atraídos por el juego, que en China solo está permitido en Macao, acuden turistas desde las provincias fronterizas o que están de viaje por el norte de Tailandia.

Fuera de control

Como si fuera un pueblo sin ley del Lejano Oeste, de noche los bares y restaurantes están abarrotados de chinos borrachos que brindan sin camiseta mientras van tirando al suelo pinchitos y botellas de cerveza y «bai jiu», el fortísimo licor de arroz típico de su país.

Ante las noticias que han aparecido en los últimos años en la prensa internacional, que alertaban de que algunos restaurantes servían especies prohibidas como tigres, elefantes, osos asiáticos, rinocerontes y elefantes, en las calles hay carteles recordando que el consumo de dichos animales está prohibido. Aunque la sensación es que aquí se puede conseguir todo lo que uno esté dispuesto a pagar, a los occidentales se les impide la entrada a un gigantesco karaoke, locales donde habitualmente se oculta la prostitución en China.

Junto al enorme hotel Golden Kanpok de Zhao Wei, a cuyas puertas hay aparcados un Lamborghini verde y varios Mercedes y Audis, por los callejones de Chinatown han proliferado las pensiones y saunas que esperan un aumento de visitantes chinos en busca de desmadre, juego y sexo.

A principios de julio, frente al casino Kings Romans tuvo lugar una extraña fiesta de música electrónica en la que tocaron una veintena de pinchadiscos de renombre venidos de Hong Kong y China continental. Bautizado como el I Festival de Música Electrónica del Triángulo Dorado y organizado con supuestos fines benéficos, a este evento de dos días acudió muy poco público. Aunque la entrada de cada jornada costaba 300 yuanes (38 euros), la mayoría asistía gratis al ser empleados de las compañías del magnate Zhao Wei, a quien todos llaman «Huangdi» («El Rey»). En sus dos zonas VIP, el champán Moët & Chandon corría literalmente como la espuma, ya que los invitados se divertían regándose unos a otros con él en lugar de bebérselo.

Un Rolls-Royce gris de la empresa de Zhao Wei lleva hasta el muelle de la frontera con Tailandia al ingeniero Qu Jiang, director general de la empresa eléctrica Power China. «Nos han pedido luz para las 30.000 personas que vivirán aquí», cuenta Jiang. A su lado, el chófer del Rolls-Royce bromeaba socarrón: «Este coche no está mal. Mi jefe tiene cuatro más iguales».

ABC (España)

 



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