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21/08/2018 | Colombia - ¿Qué convenció a las FARC a negociar?

Cecilia Soto

Me llama la atención que cada vez que se habla de la justicia transicional —un régimen de justicia extraordinario a aplicarse temporalmente a rebeldes o delincuentes que acepten dejar de delinquir y/o dejar las armas— y se cita el caso de los Acuerdos de Paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, se olvida cómo se llegó a esos Acuerdos.

 

Para recalcar que el ejemplo colombiano difícilmente se puede aplicar en México, en un artículo publicado ayer en Reforma, Luis Rubio recuerda que el proceso de paz de Colombia se parece poco al que podría seguirse en nuestro país, en primer lugar, porque las FARC tenían y tienen un proyecto político, mientras que el crimen organizado en México no lo tiene (todavía). Menciona también que el Estado colombiano fue construyendo fortalezas institucionales que México no ha desarrollado.

Sus observaciones son correctas, pero se detienen ahí donde se debe explicitar qué fue lo que precipitó las conversaciones de paz, retomadas desde 2012. Lo que obligó a las FARC a sentarse a negociar fueron las derrotas militares sufridas en marzo y septiembre de 2008, mediante las operaciones Fénix y Alfil, y la de septiembre de 2010 con la operación Sodoma.

Se recordará que durante la madrugada del 1º de marzo de 2008, las fuerzas armadas de Colombia bombardearon un campamento de las FARC, situado a 1.8 km dentro de territorio ecuatoriano. En esta operación Fénix, murió Raúl Reyes, quizá el operador logístico más importante de la guerrilla y se encontraron computadores con más de 16 gigabytes de inteligencia que permitieron exhibir el apoyo de Hugo Chávez y del gobierno cubano, pero, sobre todo permitieron descubrir los modus operandi de sus operaciones financieras, detectar cuentas y recursos en efectivo, de dónde obtenían las armas y las estrategias de publicidad.

El éxito de la operación Fénix, en la que murieron cuatro estudiantes mexicanos de la UNAM y, en la que en efecto, el gobierno colombiano violó la soberanía del Ecuador, mandó el mensaje de que después de 50 años de guerra, varios intentos fallidos de negociación, y décadas en las que el dominio de la narcoguerrilla se afianzaba en amplias zonas del territorio colombiano, las FARC eran vulnerables. Tres semanas después de Operación Fénix, moría de un infarto, Manuel Marulanda, fundador y líder histórico de la guerrilla.

Es cierto que el Estado colombiano había desarrollado capacidades institucionales nuevas, como escribe Luis Rubio, particularmente en sus Fuerzas Armadas. Pero con un precio: la estrecha colaboración con el aparato de inteligencia norteamericano, la presencia de más de 1000 militares y agentes armados extranjeros en Colombia y la costosa adquisición de bombas inteligentes y diverso armamento muy sofisticado.

A la operación Fénix siguió pocos meses después, en septiembre de 2008, la operación Alfil, en la que cayó el guerrillero John 40 y más equipos de cómputo con valiosa información sobre la vinculación con el narcotráfico. Toda esa información, más pacientes operaciones de infiltración, permitieron que la Operación Sodoma se realizara con éxito en septiembre de 2010, en la que cayó Víctor Julio Suárez Rojas, alias el Mono (el Güero en mexicano) Jojoy, uno de los 3 dirigentes más altos de la guerrilla, éxito que el presidente Santos comparó con la muerte de Osama Bin Laden. En esta operación, los militares colombianos confiscaron 15 computadoras, 94 USBs, en total, once veces más información que la encontrada en el campamento de Ecuador. El índice de letalidad en esta operación fue brutal: murieron más de 100 guerrilleros.

Coincido en que no son comparables los casos de las FARC y el crimen organizado en México. El primero enredado con el narco, pero sosteniendo un proyecto político y, el segundo, básicamente alentado exclusivamente por el afán de ganancia y control territorial para garantizarla. Pero hay algo en el que sí coinciden: la economía delincuencial que se desarrolla en torno a ambas actividades. En 2001, un ingeniero mexicano fue secuestrado en Colombia por una pequeña banda de secuestradores que hacía negocio vendiendo secuestrados a algún frente de las FARC, frentes que funcionaban en forma descentralizada y muchas veces atomizada. Aquí, la experiencia colombiana con pequeñas células criminales, pudiera ayudar, como lo es conocer también su relativamente exitoso combate al robo de combustible, el huachicol de por allá.

¿Que los distintos grupos del crimen organizado van a entrar en razón y preferir la paz a la zozobra de la clandestinidad y la persecución? Francamente lo dudo. Estoy a favor de una Seguridad sin guerra, pero sólo si hay un grado importante de derrota operativa de estos grupos delincuenciales podrá avanzarse hacia la paz. 


***Y nos vemos en Twitter: @ceciliasotog y fb.com/ceciliasotomx.

 *Cecilia Soto, Analista política

ceciliasotog@gmail.com

Excelsior (Mexico)

 



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