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25/08/2018 | Opinión - ¿Podrán volver a unirse los EE.UU.?

Pat Buchanan

Si el ex director de la CIA John Brennan le hubiera hecho a Andrew Jackson lo que le hizo a Donald Trump, habría perdido algo más que sus accesos de seguridad. Habría sido retado a duelo y baleado.

 

“El comportamiento de Trump en Helsinki”, fueron las palabras de Brennan, “supera el umbral de los ‘delitos y faltas graves’. Fue algo traicionero.” ¿Por qué el presidente no iba a despojar del honor y el privilegio de un acceso de seguridad a un director de la CIA que lo llama traidor? ¿O acaso el acceso a los secretos de estado es un derecho como la Seguridad Social?

Los directores de la CIA conservan sus accesos porque se los considera como un recurso para la Nación, individuos cuya experiencia singular, sus conocimientos y su buen juicio pueden ser necesarios para asistir a un presidente en momentos de crisis. Hasta no hace mucho tiempo, esto era una tradición bipartidaria. ¿Quién la rompió? ¿Acaso no fueron los ex jefes de los organismos de seguridad –la CIA, el FBI, el director de la inteligencia nacional– los que lanzaron contra el jefe de estado esa clase de ataque que uno podría esperar de los antifa? ¿Acaso los ex funcionarios de seguridad tienen derecho a retener los altos privilegios de los cargos que ocuparon si se rebajan a los niveles de agresividad y hostilidad propios de la televisión por cable?

El ex jefe de la CIA Mike Hayden, al atacar a Trump por separar las familias de los inmigrantes ilegales detenidos en la frontera, tuiteó una foto de las vías ferroviarias que conducen a Auschwitz. Y le puso como epígrafe: “Otros gobiernos han separado a las madres de sus hijos.” ¿Es esa una crítica aceptable para un ex director de la CIA?

La semana pasada, el New York Times deploró la acusación de Trump acerca de que los medios son “el enemigo del pueblo”. “Insistir en que las verdades que a uno no le gustan son ‘noticias falsas’ es algo peligroso para la vida de la democracia. Y decir que los periodistas son ‘el enemigo del pueblo’ es algo peligroso, sin más”, dijo el Times.

Muy bien, ¿pero no es igualmente peligroso que la prensa libre utilice los derechos que le asegura la Primera Enmieda para fustigar incesantemente a un presidente como racista, fascista, sexista, neonazi, mentiroso, tirano y traidor? Los periodistas que emplean tales términos probablemente quieran transmitir el mensaje de su aborrecimiento por Donald Trump. Pero, ¿qué pasa cuando el mensaje llega a las mentes enfermas de personas como esos izquierdistas que intentaron masacrar a unos legisladores republicanos que se entrenaban para su partido de softball anual contra los demócratas?

¿Y acaso Trump no tiene razón cuando dice que el ataque nacional en su contra organizado por el Boston Globe, al que se sumaron el Times y otros 300 diarios, fue una “colusión” periodística en su contra? Si Trump piensa que CNN, MSNBC, el New York Times y el Washington Post son enemigos mortales que desean verlo derrocado o enjuiciado, ¿acaso se equivoca?

Hoy vivimos en una nación irreconciliable de nosotros contra ellos y, dado el rencor latente a ambos lados del abismo ideológico, social y cultura que nos divide, resulta difícil imaginar cómo, incluso después de Trump, vamos a poder reunirnos nuevamente.

Al hablar en un banquete neoyorquino de LGBT en 2016, Hillary Clinto dijo: “Se podría meter a la mitad de los seguidores de Trump en lo que yo llamo una canasta de deplorables … racistas, sexistas, homófobos, xenófobos, islamófobos… Algunos de esos tipos son irredimibles, pero no son los Estados Unidos de América”. Cuando las reflexiones de Clinton acerca del norteamericano promedio llegaron a la prensa, se apresuró a corregirlas. Tal como hace unos días el gobernador [de Nueva York] Andrew Cuomo se apresuró a corregir unos comentarios proferidos durante una ceremonia de firma de leyes. “No vamos a devolver la grandeza a los Estados Unidos. Nunca fueron tan grandes.” ¿Nunca fueron tan grandes? El secretario de prensa de Cuomo lo aclaró rápidamente: “Cuando el presidente habla de devolver la grandeza a los Estados Unidos… ignora las penurias que muchos soportaron y todos sufrimos como consecuencia de la esclavitud, la discriminación, la segregación, el sexismo y el desdén por el aporte de las mujeres.”

Clinton y Cuomo cometieron gaffes del tipo de las que [el periodista] Michael Kinsley describe como proferir verdades en las que el hablante cree pero que no quiere en absoluto sean conocidas por un auditorio más amplio.1 En 2008, Barack Obama cometió una gaffe semejante en San Francisco. Cuando le preguntaron por qué los obreros de las ciudades industriales diezmadas por la pérdida de empleos no respondían a su mensaje, Obama los menospreció como los rencorosos perdedores de nuestro emergente mundo feliz: “Se vuelven amargados, se aferran a las armas o a la religión o a la antipatía por la gente que no es como ellos, o a la bronca contra los inmigrantes o contra el comercio, como forma de explicar sus frustraciones.”

Esos que se aferran a sus Biblias, a sus convicciones y a sus armas son las mismas personas que la gran prensa, una década después, ridiculiza y desprecia como “la base de Trump”. Lo que Clinton, Cuomo y Obama pusieron en palabras es lo que se agita realmente detrás de las guerras culturales e ideológicas de los Estados Unidos de hoy. Casi toda la élite mediática da por cierto el alegato histórico: antes de que aparecieran los progresistas, este país se debatía en el racismo el sexismo, la homofobia y la xenofobia, y que su historia no es más que un largo catálogo de crímenes contra los aborígenes, los africanos traídos como esclavos, los mexicanos a quienes les robamos las tierras, los inmigrantes y las mujeres y los homosexuales a quienes les negamos derechos.

La gente que aclama a Trump cree que el país que heredaron de sus padres fue un país grande, bueno y glorioso, y que la prensa que detesta a Trump también los detesta a ellos.

* Pat Buchanan, Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

https://gauchomalo.com.ar/podran-volver-a-unirse-los-ee-uu/

Gauchomalo.com.ar (Argentina)

 



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