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09/09/2018 | Opinión - La corrupción, o de cómo nos joroban la vida

Vicente S. Reale - Sacerdote católico

En anteriores ocasiones me he referido a la corrupción imperante en nuestra sociedad. Pero, como cada día nos informamos de nuevos -y cada vez mayores- actos de corrupción realizados en la sociedad argentina por ciudadanos que, en repetidas ocasiones, han utilizado y/o utilizan palabras altisonantes para discursear sobre el "bien que desean para todos los argentinos" o del "fantástico futuro que nos espera", es del caso detenernos un momento para analizar tanto el origen como las consecuencias de la corrupción que nos está sepultando cada vez más.

 

La corrupción comienza siempre en el corazón de las personas y, como reguero de pólvora, se extiende a todos los aspectos de la vida social: el trabajo, las empresas y el comercio; la política, los partidos políticos y las instituciones republicanas; la ética personal, social y económica; la educación, los valores culturales y las creencias.

A modo de definición, recordemos que la corrupción es "el abuso de poder para obtener un beneficio privado" y, en las organizaciones -especialmente las públicas- "es  la práctica que consiste en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho -económico o de otra índole- de sus gestores". Se entiende, también, como "algo putrefacto en la sociedad, que va minando las bases de la convivencia" o "la privatización o apropiación privada o privativa de los bienes comunes, sociales, colectivos o públicos".

Esta apropiación puede llevarse a cabo de muchas maneras: sea mediante el robo, el fraude y la estafa, o mediante el soborno y el clientelismo. Pero, la forma sistémica con que se ha llevado a cabo por el neoliberalismo en nuestras "supuestas democracias liberales" nos lleva a una estructura corrupta que ha puesto "los bienes comunes al servicio del lucro privado" de las élites, las corporaciones y las oligarquías, "destruyendo", a su paso, las estructuras políticas y jurídicas que permitían hablar de bien común. 

Las consecuencias

Si "la corrupción depende de las estructuras ideadas por el neoliberalismo y que han infiltrado la democracia", no hay posibilidad de que la misma democracia sea la que elimine la corrupción, cuando ella misma es corrupta. El mal se hace de "forma institucionalizada y sistemática", sin necesidad de que las personas que ejecutan ese mal sean conscientes del daño producido o se sientan responsables. El mal se extiende (se normaliza) como una estructura moral que ciega a los corruptos ante el sufrimiento infringido a los semejantes. Esta "institucionalización del mal", dice Arendt, ('La banalidad del mal') requiere de la "complicidad social".

Complicidad social motivada por dos resortes: * la pérdida de los valores que enmarcan la convivencia social (relativismo: 'nada es bueno o malo', lo que importa es que sirva a intereses personales o grupales);  * la enorme mayoría de las gentes que acepta los usos y costumbres que se les imponen y que no se hacen preguntas. 

La corrupción neoliberal no se ha llevado a término sin la colaboración activa o pasiva de la ciudadanía. Unos han colaborado entusiastamente porque se beneficiaron de la desregulación, la privatización y la destrucción del Estado. 

Son los cínicos nihilistas que surgen al calor del relativismo práctico, al que continuamente denuncia el Papa Francisco; un relativismo que "es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos no bien remunerados o convirtiéndola en esclava a causa de una deuda". 

En la era neoliberal, los seres humanos hemos sido conducidos a la indiferencia ante los males que se nos aplican. Es una especie de doctrina del "shock"  para destruir cuanto de rebelión pueda existir y llevarnos hacia un sistema que ha corrompido la misma esencia social.

No puede haber una "democracia real" bajo el sistema neoliberal, pues el neoliberalismo se basa en la "destrucción de los bienes comunes bajo el lucro privado". Es la "corrupción esencial" del neoliberalismo que ha pulverizado las democracias y lo ha hecho mediante la implantación de una especie de "banalidad de la corrupción", acompañada de una inducción de servidumbre voluntaria. 

Las democracias actuales deberán quitarse este lastre si quieren seguir siendo democracias y tendrán que reinventar los patrones de conducta de sus ciudadanos, pues es imposible que el mismo tipo de ciudadano que ha colaborado en la extensión de la corrupción -como estructura y sistema- sea el que lo elimine. 

Hará falta algún tipo de catarsis colectiva.

Los Andes (Argentina)

 



 
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