Hay una buena manera de presionar al régimen venezolano: Trump y otros líderes no deben dejar de promover una transición negociada a través del endurecimiento de sanciones enfocadas en Maduro y sus secuaces, quienes han afianzado un sistema autocrático y corrupto. Cuba, que depende de Venezuela por el petróleo y que tiene una buena relación con Maduro, debería ser incentivada a aprovechar esa cercanía. Trump y otros líderes también deben coordinar y ampliar la ayuda para los venezolanos que sufren por la situación en su país.
Es alentador que la Casa Blanca decidiera enviar a las reuniones a un diplomático y no a un miembro de la CIA, lo que habría sido una maniobra más escandalosa. Sin duda, la vía diplomática es preferible a que Estados Unidos intervenga militarmente en otro país, un proyecto que con certeza fracasará de manera miserable.
Sin embargo, gracias a la decisión de Trump de retomar las sanciones a Cuba, de adoptar una postura inflexible sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y su antipatía a los esfuerzos multilaterales, el presidente estadounidense no tiene mucha credibilidad ni buena voluntad para colaborar mientras la región busca una solución a la pesadilla venezolana.
Esta es una situación preocupante porque está claro que Maduro y su visión socialista han sido desastrosos para Venezuela y la región. Maduro debe dejar el poder. El país alguna vez fue uno de los más prósperos de América Latina y tiene las mayores reservas comprobadas de petróleo en el mundo. Pero después de dos décadas de régimen socialista y de una corrupción monumental, la economía está colapsada y la inflación anual puede superar el millón por ciento este año, según el Fondo Monetario Internacional. Los alimentos básicos y medicinas son cada vez más difíciles de conseguir. La crisis humanitaria ha llevado a cientos de miles de venezolanos a huir hacia Colombia, Ecuador, Perú y otras naciones vecinas.
Por lo mismo, aunque la democracia se ha extendido en la mayoría de los gobiernos latinoamericanos en los últimos veinticinco años, hay pocas personas y líderes en la región que protestarían si Maduro fuera destituido.
La participación de Estados Unidos en su derrocamiento, sin embargo, sí atizaría los resentimientos y sospechas regionales hacia Washington. Las noticias de las reuniones le han servido como propaganda a Maduro, quien desde hace tiempo intenta, ridículamente, culpar a Estados Unidos de los problemas de Venezuela.
Es difícil ser optimistas sobre el curso de Venezuela, que muchos expertos predicen terminará colapsando en la anarquía. Aun así, respaldar un golpe de Estado también dificultaría que los estadounidenses se presenten como defensores creíbles de la democracia alrededor del mundo, un esfuerzo que ya ha sido socavado por la desidia de Trump a las normas democráticas en su país y su entusiasmo por algunos tiranos del mundo.