La ola de privatizaciones a precio de saldo y a menudo con compradores chinos es un golpe a la autoestima brasileña.
En las últimas elecciones presidenciales del
2014, Brasil aún aspiraba a ser el más dinámico de los BRIC, los
cuatro gigantes de las llamadas economías emergentes, junto a Rusia, India y
China. En estas elecciones, el cuarto BRIC parece más sumergente que emergente.
Y no hay un lugar mejor para sondear la humillación y la rabia que se siente en
la calle que en el puerto de Paranagua, donde interminables trenes cargados de
soja se anuncian con lúgubres bocinazos.
Paranagua es el segundo puerto de Brasil, y en los años
del boom de las materias primas se esperaba el desarrollo y la prosperidad. Por
sus terminales se exporta carne, azúcar, madera, trigo y, sobre todo, soja.
Gran parte va a China. Los precios de esas materias primas subieron casi un 30%
anual del 2003 al 2010, los años dorados de los gobiernos del Partido de los
Trabajadores. Luego cayeron un 13% anual.
Tras la recesión más grave de la historia, Paranagua,
como gran parte de Brasil, está en venta a precio de saldo. Aún peor, quizás,
para la autoestima brasileña: los compradores son los compañeros del club BRIC,
concretamente China.
Es el caso de la adquisición de la terminal de
contenedores, originalmente propiedad del Estado brasileño, por la
multinacional China Merchants Ports Holdings. La empresa china ha alargado los
turnos de trabajo, pretende reducir en un 60% el número de trabajadores y no
respeta el convenio sindical. “Los chinos tratan al ser humano como si fuera
una máquina”, dice Rodrigo, uno de los estibadores que esperan su turno en el puerto.
“Pero los estibadores de Paranagua somos personas cultas, escuchamos a Tom
Jobim y Chico Buarque”.
La empresa china responde que su inversión convertirá a
Paranagua en el principal puerto de América Latina, duplicando hasta 1,5
millones de contenedores el tráfico anual. Es más, Brasil puede verse
beneficiado por las guerras comerciales entre China y EE.UU. conforme China
busca otros socios comerciales para abastecerse de materias primas.
Sólo la izquierda habla de nacionalismo económico;
Bolsonaro se hizo liberal para atraer financiación.Pero entre los 140.000 habitantes de la ciudad costera
del sur de Brasil pocos hablan con alegría de los planes chinos. “Sólo servirán
para subir los beneficios; su modelo laboral es esclavizar”, se lamenta un
representante sindical. El impacto se sentirá en toda la ciudad, afirma. “Si un
trabajador vive dignamente va al supermercado, va al restaurante, fomenta un
mercado local”.
La venta de empresas nacionales a inversores chinos se ha
disparado en los últimos años hasta alcanzar 10.000 millones de dólares en el
2016 y el 2017. Principalmente son inversiones en infraestructura, petróleo,
gas y energía hidroeléctrica, donde todo sale barato gracias a la depreciación
del real a cuatro por dólar (en el 2011, eran dos por dólar). La agresiva
investigación judicial del caso de corrupción Lava Jato (lavado de coches) ha
creado excelentes oportunidades de compra también. Petrobras, en el epicentro
del escándalo, ha vendido una importante parte de sus activos. Las empresas Shanding
Kerui y CNPC se hicieron con parte de una nueva refinería en Río de Janeiro.
Odebrecht, la enorme constructora que confesó haber pagado sobornos billonarios
a lo ancho de América Latina, ha vendido su participación en el aeropuerto
Galeão de Río a una empresa china.
“Si hace cinco años yo hubiera dicho que una empresa
china quería comprar la constructora más grande de Brasil, la gente se habría
partido de la risa. Ahora dicen: ‘¡Siéntese; hablemos!’”, dijo el responsable
de operaciones chinas del bufete de abogados Tozzini Freiro en São Paulo, en
declaraciones al Financial Times.
No sólo acuden los chinos a la gran venta de liquidación
brasileña. Grandes petroleras occidentales como Exxon y Shell se han hecho con
concesiones en la explotación del petróleo presal, una reserva submarina
considerada la más rentable del mundo. Antes Petrobras mantenía el control de
todo el petróleo extraído. Ahora los primeros anuncios que el visitante ve en
el aeropuerto Galeão no son fotos de Copacabana o del Cristo Redentor, sino de
la petrolera francesa Total.
Las multinacionales ya estudian también la venta de la
eléctrica estatal Electrobras. Boeing, por su parte, ha pactado la adquisición
de la empresa aeronáutica Embrear, la joya de la manufactura y la tecnología
brasileña. Creada por el Estado en los años sesenta, Embraer se privatizó hace
25 años pero su principal accionista, el banco público BNDES, y un veto
gubernamental habían impedido la venta. Ya no.
Hace cuatro años el país aspiraba a ser el más dinámico
de los BRIC; hoy sus colegas le compran el país. Estas ventas generan preocupación en Brasil y no sólo por
el precio. “Este puerto es muy estratégico; es arriesgado venderlo a los
chinos”, dice otro trabajador del puerto de Paranagua. Pasa lo mismo con la
venta de Embraer a Boeing. Aunque la filial que fabrica aviones militares no se
venderá, la empresa entera “es estratégica porque es un centro de desarrollo
tecnológico y Boeing no necesariamente va a mantener esto en Brasil”, señala
Marcos Barbieri, economista de la Universidad Estatal de Campinas.
Sería lógico pensar que el candidato nacionalista de
ultraderecha Jair Bolsonaro, que se compara a veces con Donald Trump,
compartiría esta preocupación. En el pasado, el exmilitar había sido un fuerte
defensor del control brasileño de la economía, bien público bien privado, de
las grandes empresas. En una ocasión llegó a decir que el expresidente Henrique
Fernando Cardoso debería ser fusilado por querer privatizar Petrobras.
Pero Bolsonaro ya no es el nacionalista económico que
era. Asesorado por el economista liberal Paulo Guedes, licenciado por la
Universidad de Chicago, Bolsonaro defiende ya la privatización de todas las
empresas estatales y no le parece preocupar la entrada de multinacionales en
empresas estratégicas. Hacerse liberal fue necesario para lograr financiación
para su campaña, así como para restar votos al candidato del establishment
Gerardo Alckmin.
La fórmula parece estar dando resultados. Bolsonaro ha
subido en intención de voto al 31% mientras Alckmin ha caído al 9%. No se
descarta en estos momentos que Bolsonaro gane en la primera vuelta. “Para la
clase media conservadora, quien defiende al Estado pierde”, dice Fernando
Sarti, otro economista de Unicamp.
Los candidatos que sí tienen ya un fuerte discurso de
nacionalismo económico son los de la izquierda. Lula denunció antes de su
encarcelamiento que la infraestructura petrolera “está siendo entregada a los
chinos”. El nuevo candidato del PT, Fernando Haddad, critica las
privatizaciones. Pero el que arremete con más fuerza contra la venta de bienes
nacionales es Ciro Gomes, el exgobernador del estado de Ceará. Gomes escribió
una carta a Boeing tras la oferta de adquisición en la que explicaba que, de
ser elegido presidente, revertiría el acuerdo. Asimismo, se ha comprometido a
rescindir las concesiones a multinacionales para la explotación del petróleo
presal. No se puede tachar este ejemplo de nacionalismo iliberal, de populismo
ignorante. Su principal asesor es Roberto Mangabeira Unger, uno de los filósofos
más prestigiosos de la Universidad de Harvard.