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06/10/2018 | EEUU - Opinión: Kavanaugh y después Trump

Pat Buchanan

La postulación del juez Brett Kavanaugh a la Corte Suprema de los Estados Unidos fue aprobada el viernes en la comisión de asuntos jurídicos del Senado por 11 votos republicanos contra 10 demócratas.

 

Pero su confirmación no está asegurada. El senador Jeff Flake, republicano por Arizona, exigió y obtuvo como precio de su voto en el recinto, una semana de demora. Y los republicanos del Senado accedieron a las demandas demócratas de una nueva investigación por parte del FBI de todos los alegatos creíbles de abuso sexual presentados contra el juez.

Inconcebible. A lo largo de un cuarto de siglo en la función pública, el juez Kavanaugh fue investigado rutinariamente por el FBI en seis ocasiones. Nunca apareció nada siquiera parecido a los comportamientos sexuales inapropiados de los que ha sido acusado en las últimas dos semanas. En las 30 horas que compareció ante la comisión de asuntos jurídicos antes del jueves, ningún senador hizo planteo alguno acerca de su conducta sexual.

Si Brett Kavanaugh logra ser incorporado a la Corte Suprema será porque, en su presentación final, rompió el libreto que tenía asignado. Hizo a un lado su compostura judicial para pelear por su buen nombre con el apasionamiento y la justa indignación del hombre inocente y bueno que cree ser. Convirtió una inquisición sobre su carácter y comportamiento en la adolescencia en una lacerante impugnación de la minoría demócrata por lo que estaba haciendo con su reputación y su familia. Antes que asumir el papel de penitente, Kavanaugh hizo lo mismo que Clarence Thomas 30 años atrás: atacó el carácter, la conducta y las motivaciones de sus acusadores demócratas.

¿Acaso estuvo lejos de la verdad? Con escasas excepciones, las cuatro docenas de senadores demócratas están decididos a derrotarlo, aunque eso implique destruirlo. Se opusieron a Brett Kavanaugh desde el mismo momento en que fue postulado. ¿Por qué? Porque el juez es conservador y católico, y por lo tanto difícilmente dispuesto a sostener Roe vs Wade, la decisión de 1973 que descubrió, oculto en la Constitución, el derecho de una mujer a abortar a su hijo no nacido. El veredicto sobre el juez estuvo escrito en los corazones y las mentes de sus enemigos desde el momento en que fue postulado. Le dictaron sentencia antes de conocerlo. Y una vez decidida su suerte, lo único que restaba era buscar la basura bajo la cual sepultarlo, y montar la apariencia de una audiencia justa.

Compárese el trato dispensado el jueves a Kavanaugh, que viene prestando distinguidos servicios a su país desde hace décadas, y a su acusadora Christine Blasey Ford. Ford fue saludada con extrema cortesía por el presidente de la comisión, el senador Chuck Grassley. Ningún senador republicano le hizo preguntas. Rachel Mitchell, una fiscal especializada en delitos sexuales traída desde Arizona, la interrogó como si fuera una niña de 15 años que acabara de ser agredida, y no como una mujer de 51 cuyas acusaciones no corroboradas apuntan no sólo a derrotar una candidatura a la Corte Suprema sino a destruir la carrera, la familia y el futuro de un juez federal. Después de cada pregunta cuidadosa de Mitchell, los senadores demócratas se turnaban para alabar el coraje, la valentía y el heroismo de Ford al presentarse a declarar.

La exposición de Ford acerca de lo que dice que ocurrió en 1982 sonó creíble y conmovedora. Sin embargo, permitir que su alegato de intento de violación se sostenga sin un examen minucioso e implacable, dada la importancia de las cuestiones que están en juego, representa un incumplimiento de los deberes del Senado.

Pensemos un poco. Ford no recuerda cómo llegó a la fiesta donde se produjo la supuesta agresión. Tampoco sabe dónde tuvo lugar esa fiesta. Ni recuerda cómo regresó a su hogar. Ninguna de las otras cuatro personas que según ella participaron de la fiesta recuerda haber estado allí. Su mejor amiga, a la que aparentemente dejó librada a su suerte como única mujer en una casa con un par de violadores borrachos, no recuerda siquiera que haya existido tal fiesta. Ni tampoco recuerda haber conocido a Kavanaugh.

Pensemos en los otros cargos levantados contra Kavanaugh en las últimas dos semanas: exhibirse ante una joven en una residencia estudiantil en Yale; participar en una serie de por lo menos diez fiestas de estudiantes de secundaria, cuya característica habitual era la violación planificada de chicas borrachas y drogadas, mientras los muchachos esperaban en fila a la puerta de los dormitorios. En ninguna de las seis investigaciones de antecedentes conducidas por el FBI, en las que se entrevistaron a incontables amigos y compañeros de la secundaria, apareció mencionado nada parecido a ese comportamiento descontrolado y delictivo.

“Esta es la impostura más inmoral que haya visto desde que ingresé a la política”, dijo el senador Lindsay Graham. “Espera que el pueblo norteamericano pueda advertir lo que hay detrás de esta farsa.”

Más vale que lo advierta. Porque lo que le están haciendo a Kavanaugh es, si los demócratas toman el control del Congreso en noviembre, un anticipo de lo que nos espera. El ataque contra Kavanaugh, que en menos de diez días convirtió a un hombre de integridad reconocida en una especie de Jack el Destripador juvenil, es el guión de lo que se planea contra el presidente. El linchamiento de Kavanaugh es un ensayo con público del juicio político contra Donald Trump.

Y la mejor manera de luchar contra el juicio político es hacer lo que el juez hizo el jueves: no sólo defenderse, sino enfrentar a los acusadores malintencionados.

Pat Buchanan, Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

Gauchomalo.com.ar (Argentina)

 



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