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14/10/2018 | EE.UU. - ¿Quien?: Nikki Haley, la confusa imagen de la embajadora

Francesc Peiron

New York - Hija de inmigrantes indios, ha sido en la ONU la imagen global de EE.UU., de su política más reaccionaria y de la multilateralista.Su marcha deja el interrogante de qué va a hacer, pero nadie duda de su ambición presidencial en el 2024.

 

Aquel junio del 2015, a Nikki Haley la conocían en su casa.

Era la gobernadora de Carolina del Sur, cierto, pero su figura había trascendido poco más allá de su estado, del círculo de republicanos más cultivado y de los estudiosos atentos a las figuras emergentes en Estados Unidos.

En las presidenciales del 2012, el candidato conservador Mitt Romney se planteó incorporarla como vicepresidenta. Abandonó la idea: carecía de proyección.

De pronto, la catarsis. En un estado donde conviven sin convivir los afroamericanos y los racistas nostálgicos de la esclavitud, el 17 de junio del 2015, Dylan Roof, joven supremacista blanco irrumpió en una histórica iglesia de la capital, Charleston, bandera del movimiento de liberación de los negros y los derechos civiles, y mató a nueve feligreses.

Semejante crimen dejó, además de la evidencia del odio, un par de momentos y de protagonistas a la luz de la esperanza. En el legado del presidente Barack Obama quedará por siempre –inquebrantable a la demolición vengativa del trumpismo– su discurso de tributo a los difuntos en el que entonó Amazing Grace.

Junto a Obama, la figura de la gobernadora Haley causó impacto. Hija de inmigrantes indios, tuvo claro dónde estaba su lugar. Fue una de las que lideró la moción por la que se retiró la bandera confederada del Capitolio de Carolina del Sur.

Los estadounidenses supieron de esta mujer y les sorprendió su carisma y su determinación. Había nacido una estrella.

Su capacidad de aglutinar, pese a sus enormes contradicciones, se ha puesto de manifiesto esta semana al anunciar el martes que, en diciembre, renunciará a su cargo de embajadora ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

En una encuesta del pasado abril de la Universidad Quinnipiac, Haley logró el índice de aprobación más alto de un miembro del gabinete de Donald Trump y el único que recibió un aprobado de los demócratas, los republicanos y los independientes. En total, un 63% avaló su labor en la ONU y sólo un 17% la suspendió.

Si se compara con otros de la larga lista de despedidos o dimisionarios de este Gobierno, en esta ocasión no hubo malos rollos. Al contrario, el presidente Trump la recibió en el despacho oval y ambos escenificaron una almibarada sucesión de parabienes. Ella elogió a la familia Trump y “el orgullo recuperado” como nación, mientras que el anfitrión habló de un antes y un después. “Pienso que Nikki ha hecho un fantástico trabajo en este puesto, ha conseguido que sea una posición con más glamur, más importante”.

Nikki Haley salió elegida gobernadora en las elecciones del 2010, como una más de la oleada ultraconservadora promovida por el Tea Party. Hizo campaña contra los “buenos muchachos” que habían dominado Carolina del Sur. Luego trabajó con ellos.

En febrero del 2016, en campaña para Marco Rubio, proclamó que Trump representaba “todo lo que un gobernador no quiere en un presidente”. A los cuatro meses, Haley daba su apoyo al showman inmobiliario y se convirtió en una de las primeras que se subió a la nave en enero del 2017.

“En la ONU, ella ha defendido con entusiasmo algunas de las más descaradamente reaccionarias y aislacionistas políticas exteriores que ninguna moderna Administración de EE.UU. ha establecido jamás y ahora, cuando su cargo llega al final, el editorial del Times dice que la echaremos de menos”, señala John Cassidy en The New Yorker. “Cualquiera que simultáneamente puede retener el apoyo de Trump y del equipo editorial del Times nunca debe ser subestimado”, añade.

Ha sido capaz de unir en su multilateralismo incluso a China y Rusia en la aprobación de sanciones contra Corea del Norte. Ha levantado la voz contra Moscú y ha defendido el derecho de las mujeres, como las que denuncian al presidente, de ser escuchadas. A su vez, ha alienado a la gran potencia mundial de los aliados con su defensa de Israel y la condena del acuerdo con Irán. Como nunca había ocurrido, esta pasada Asamblea General hubo de escuchar cómo el mundo se reía de su jefe y ella se vio obligada a salir para negar la evidencia: no se reían de él, sino con él.

El anuncio de su salida coincide con una investigación ética al utilizar ella y su marido vuelos oficiales para asuntos privados. Hay quien dice que se va para hacer dinero, porque sus finanzas están en número rojos.

A Trump le tranquilizó. “No voy a ir a las presidenciales del 2020”, afirmó. Pero nadie duda de su ambición ni de su inteligencia. Ella sabe que, pese a la mala opinión nacional que existe del presidente, entre los republicanos es imbatible. Haley, a sus 46 años, puede esperar al 2024.


La Vanguardia (España)

 



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