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16/10/2018 | Opinión - Orden y progreso

Santiago González

Los voceros del establishment globalista, que es la otra cara del progresismo, recibieron con alarma el vuelco político en el gigante territorial sudamericano, a decir verdad con más alarma que la propia dirigencia brasileña.

 

Jair Bolsonaro quedó a un paso de convertirse en el próximo presidente de Brasil, y un escalofrío corrió por la columna vertebral del establishment americano, desde Washington a Buenos Aires. 

Los columnistas porteños y los opinadores de los think tanks progresistas del DC no ahorraron epítetos calumniosos sobre el candidato, antes y después de su impresionante triunfo en la primera vuelta electoral, algo que cualquiera menos los fanáticos del globalismo pudo prever sin temor a equivocarse. 

Ahora las interpretaciones sobre su victoria se refugian más en la presunta emocionalidad de las masas que en su intuición política. Es cierto que pudo haber mucho de hartazgo con la política tradicional, de castigo a la corrupción endémica, a esa liga mafiosa entre corporaciones y Estado que aquí conocemos bien. Pero también es cierto que no puede descartarse entre los electores la fuerza de un voto positivo, afirmativo, que encontró en las propuestas de Bolsonaro, todavía vagas y generales, el eco de su propio sentido común. 

COMO LA BANDERA

Si se las despoja un poco de sus apelaciones retóricas, exageradamente sonoras, necesarias para que un marginal de la política se instale en el escenario mayor, las promesas del candidato son las mismas que lleva impresa la bandera de Brasil: Orden y Progreso (hermanas de las de Paz y Administración que enarbolaba nuestro Roca). 

Todas las declaraciones públicas del futuro presidente constituyeron un reto a la agenda progresista, desde la ideología de género hasta la tolerancia con el delincuente, y desde el ateísmo al internacionalismo, y su victoria también reflejó el hartazgo con esa agenda. 

Consecuentemente, los voceros del establishment globalista, que es la otra cara del progresismo, recibieron con alarma el vuelco político en el gigante territorial sudamericano, a decir verdad con más alarma que la propia dirigencia brasileña, que no ha pasado por alto las promesas económicas de Bolsonaro orientadas a liberar las potencias productivas de la nación. 

"Hagamos de Brasil nuevamente un gigante", fue la consigna implícita de este ex militar cuya condición castrense no amedrentó al electorado. 

El nacionalismo brasileño, favorecido en su identidad por una lengua singular en el continente, no se agota en las tribunas futbolísticas. Algún observador norteamericano despistado conjeturó que el triunfo de Bolsonaro era una mala noticia para la Argentina, porque nuestro país necesita de la locomotora brasileña para remontar su economía. Si ése es el criterio, podemos estar tranquilos y confiados. 

El triunfo de Bolsonaro podría ser una mala noticia en términos de proyección geopolítica, porque si el candidato cumple sus promesas y encuentra el equipo para llevarlas a la práctica, la economía brasileña probablemente dé un salto tan impresionante que el gigantismo brasileño en la región va a ser mucho más que territorial y mucho más que pasajero. Pero podría ser una excelente noticia si lo tomáramos como modelo y desafío.


* Santiago Gonzalez, Periodista. Editor de la página web www.gauchomalo.com

La Prensa (AR) (Argentina)

 



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