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06/12/2018 | Europa - Portugal, fuera de la ola ultra que afecta a Europa

Aitor Hernández-Morales

En los últimos años, partidos de extrema derecha han logrado entrar en los parlamentos de muchos países de Europa. Una de las excepciones es Portugal. Sus ciudadanos presumen de su pasado imperial a la hora de explicar la falta de movimientos racistas y xenófobos dentro de sus fronteras, señalando que un pueblo históricamente compuesto por navegantes es inherentemente tolerante y abierto.

 

Otros afirman que la ausencia de la extrema derecha se debe al hecho de que los lusos no han olvidado lo sufrido durante 40 años de dictadura salazarista.

La Constitución Portuguesa -herencia directa de la Revolución de los Claveles de 1974- establece trabas legales que obstaculizan la creación de partidos ultra en el país vecino. El Artículo 13 veta la discriminación por origen, religión, convicción política u orientación sexual -lo que complica la inclusión de propuestas excluyentes en los programas electorales-, y el artículo 46 explícitamente prohíbe la creación de formaciones de ideología fascista.

Pero más allá de los factores culturales y legales existen elementos prácticos que han impedido el crecimiento de formaciones de la extrema derecha en Portugal hasta ahora. Uno es su ubicación geográfica: aislado en el extremo oeste del continente, el país vecino no se ha visto afectado por la crisis de las pateras o de los refugiados sirios.

"No existe una percepción de que la inmigración sea un problema aquí", explica Susana Salgado, profesora de Comunicación Política de la Universidad de Lisboa. "La extrema derecha no ha podido aprovecharse de la situación para fomentar el miedo a una supuesta invasión. Los inmigrantes que tenemos provienen mayoritariamente de las ex colonias del antiguo Imperio Portugués y se han integrado fácilmente en nuestra sociedad".

El auge de la extrema derecha en Portugal también se ha visto coartado por un electorado luso extremamente moderado. "La singularidad de Portugal radica en que nuestras elecciones son decididas por votantes que dependen del Estado", explica Nuno Garoupa, profesor de la Universidad George Mason y experto en política portuguesa. "El electorado consiste en apenas cinco millones de personas, de los cuales dos millones son pensionistas y un millón son funcionarios. Conforman un bloque electoral muy cauto, que no votarán a un partido extremo que pueda poner sus ingresos en riesgo".

"Ninguna de las barreras a la extrema derecha fuera son infranqueables", opina Salgado. "La tímida recuperación financiera ha reducido el descontento social, pero cuando cierre el ciclo económico actual todo podría cambiar. Hasta ahora, los medios no han dado espacio a las pocas figuras ultra que existen aquí, pero si surge alguien que capte la atención de la ciudadanía podrían ceder para acaparar audiencias. La sociedad cambia y hay menos personas que recuerdan los horrores de la dictadura, y más que están dispuestas a seguir una figura carismática con soluciones fáciles para sus problemas".

Garoupa coincide con Salgado y señala que Portugal tienen muchos de los problemas estructurales que han facilitado el auge de la extrema derecha en otros países. "La clase política no ha sabido responder a las preocupaciones esenciales de la ciudadanía, y si las cosas empeoran cabe la posibilidad que la ciudadanía se harte lo suficientemente para romper con el establishment y dar su voto a unos locos. En los últimos años un millón de votantes ha optado por la abstención por falta de confianza en los partidos tradicionales. Si la extrema derecha consigue captar a esos votantes -que representan el 20% del electorado luso-, podríamos tener un problema".

"Como en cualquier otro país, hay racistas y xenófobos en Portugal, pero hasta ahora expresar esos prejuicios se ha visto como algo de muy mala educación, y ningún partido se ha atrevido con ello, sabiendo bien que los electores lo rechazarían. Por ese motivo no creo que surja un partido como la Liga Norte o el Frente Nacional".

El Mundo (España)

 



 
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