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31/01/2019 | Los sacerdotes, objetivo de los escuadrones de la muerte de Rodrigo Duterte

Javier Espinosa

El presidente filipino llama a "matar y robar" a religiosos críticos con su política antidroga

 

Los residentes del cementerio de Pasay los llaman los apartamentos del "Sector Duterte". Son pequeños nichos alineados en hileras de 4 niveles. La mayoría de susinquilinos terminaron allí en fechas muy similares: después del 30 de junio de 2016, cuando el presidente filipino inició su mandato.

"Muchos son víctimas de la guerra contra la droga. Por eso le dimos ese apodo", explica Marian Fernández, una filipina de 40 años que reside en una chabola erigida en el interior de la necróplosis de este sector de Manila.

Entre las docenas de sepulturas figuran nombres tan simbólicos para esta crisis como el de Michael Siaron, cuyo cadáver abrazado por su su novia se convirtió en una de las instantáneas más emblemáticas de la razzia que apadrina el mandatario local. Al lado de su tumba se encuentran la de Richard Casil, que fue abatido dos semanas más tarde. La lista de nombres que manejan sepultureros como Leio Medina parece interminable: Arnel Padil, Ronie Naje, Jilmar Gaton.

"Todos ellos murieron en operaciones de la policía. Ahora llegan menos pero en 2016 eran unos 4 cada semana", asegura Leio, de 23 años. La última residencia de Tito Paez en el camposanto de la ciudad de San José, al norte de la capital, es bastante más espaciosa. Un amplio mausoleo donde sus familiares y amigos colocaron una lápida que reza: "Te rendimos honores por tu posición valiente ante los derechos humanos y los servicios que prestaste al pueblo".

Paez compartió un final muy similar al de Siaron. También fue acribillado por un pistolero desconocido. "Le debieron matar por su trabajo con los más necesitados y su relación con las organizaciones que se oponen al gobierno", opina su hermano Seperino Paez, sentado en el domicilio del clan, ubicado a pocos metros de la iglesia donde solía oficiar el sacerdote de 72 años, conocido por sus vínculos con los movimientos sociales de izquierda.

Sacerdotes contra el "reino del terror"

Nadie ha podido probar que el asesinato de Paez tuviera relación alguna con las crecientes diatribas de Duterte contra la iglesia católica de Filipinas, pero los críticos del mandatario recuerdan que el jefe de Estado se encuentra inmerso en una estridente confrontación con los religiosos de esta confesión a causa de su decidida oposición a la llamada "guerra contra las drogas" que defiende el dignatario.

La acción de la policía y los escuadrones de la muerte ha dejado ya más de 5.000 víctimas mortales, según los guarismos oficiales, que podrían ser hasta 27.000, cómo estimó en diciembre Chito Gasco, portavoz de la Comisión filipina de Derechos Humanos.

Tras un periodo inicial de vacilaciones, la cúpula católica se pronunció claramente en contra de la arremetida de las fuerzas de seguridad y los escuadrones de sicarios difundiendo una carta pastoral en febrero de 2017 que equiparaba lo que estaba ocurriendo a un "reino del terror". Posteriormente, los religiosos organizaron varias movilizaciones de protesta contra las ejecuciones extrajudiciales.

Duterte respondió mofándose de las creencias de esta fé -que comparte más de un 80 por ciento de la población filipina- y no dudó en llamar "hijos de puta" a los obispos. Hace dos meses decidió intensificar la pugna al pedir públicamente el asesinato de los jerarcas católicos.

"Matadles, no valen para nada, lo único que hacen es criticar", señaló en diciembre apuntando directamente a los obispos. El pasado día 10 volvió a reiterar su amenaza. "Tienen mucho dinero. Matadles. Robadles. Están como locos conmigo", manifestó.

Aunque su portavoz, Salvador Panelo, intentó justificar su alocución diciendo que era una pura "hipérbole" -propia del estilo altisonante del mandatario-, lo cierto es que las palabras de Duterte se hicieron públicas tras el homicidio en 2018 de 3 religiosos -Paez, incluido- a manos de criminales que no han sido identificados.

Obligado a vivir en la clandestinidad

Los tres homicidios y la arremetida verbal del jefe de estado han hecho cundir entre la jerarquía católica el mismo miedo y psicosis que antes se percibía en las miserables barriadas urbanas que sirven como escenario principal de este conflicto. Son muchos los clérigos que han cambiado su rutina diaria, los que dicen ser vigilados, los que ya no se comunican por teléfono sino por medio de aplicaciones protegidas y al menos uno, Amado Picardal, se ha visto obligado a pasar a la clandestinidad.

Ordenado sacerdote en 1981 y Miembro de la orden de los Redentoristas, Picardal conoce perfectamente la trayectoria de Duterte. Ofició durante dos décadas en Davao, la misma ciudad sureña donde el actual presidente ejerció como alcalde y donde puso en práctica su plan de erradicar a los drogadictos a tiros.

Picardal se convirtió en uno de los críticos más significados de Duterte como portavoz de la Coalición contra las Ejecuciones Sumarias y un testigo clave para investigaciones como la que realizó la Comisión de Derechos Humanos local o Human Right Watch.

La única manera de contactar ahora con el religioso es por medio de email. "No quiero decir que me estoy ocultando, sino que estoy viviendo como un ermitaño, que por naturaleza es una vida de ocultación. Estoy en un lugar más seguro", explicó a EL MUNDO por esa vía. El misionero asegura que tomó esta decisión después de que en agosto de 2018 estuviera a punto de convertirse "en el cuarto sacerdote asesinado bajo el régimen de Duterte".

Según su relato, el día 11 de ese mes un grupo de seis personas montadas por parejas en tres motocicletas se estacionaron en las inmediaciones del monasterio de Cebú donde se instaló en abril del mismo año. Picardal había abandonado Manila meses antes tras recibir al menos dos avisos de que "se había dado la orden a los escuadrones de la muerte de asesinar a sacerdotes. En marzo de 2018, me dijeron que yo estaba en la lista a eliminar".

En Cebú, el eclesiástico solía acudir cada jornada, a partir de las 5 de la tarde, a un supermercado y una cafetería cercana. Pero en las últimas semanas uno de los jardineros le había avisado que unos desconocidos le habían preguntado por su paradero al menos en dos ocasiones.

"Ese día decidí no seguir mi rutina y no salí. El jefe de seguridad me dijo que (el grupo de desconocidos) estuvo allí entre las 5 y las 7, como si estuvieran esperando que saliera alguien del monasterio. Aprendí el modus operandi de los escuadrones de la muerte de Davao y llegué a la inmediata conclusión que era un equipo enviado para eliminarme. En los días sucesivos, el jardinero, el personal de cocina y otros sacerdotes se percataron de la presencia de hombres en motos que vigilaban el monasterio", refirió.

Las acusaciones del misionero son demoledoras. Según su experiencia en Davao, el presidente "está usando el mismo modus operandi y los mismos escuadrones de la muerte" que movilizó en aquella metrópoli, a los que se acusa de haber acabado con la vida de más de un millar de personas entre 1998 y 2008. "Esta vez es a escala más masiva. El grupo central de los escuadrones de la muerte (actuales) vino de Davao", añade en su respuesta escrita.

La influencia de la iglesia católica

La iglesia católica filipina atesora una notable influencia social y nunca ha permanecido ajena a la compleja historia política de este país. Su intervención fue decisiva para provocar la caída del dictador Ferdinand Marcos en 1986 y promover la revuelta popular que forzó la dimisión del presidente Joseph Estrada en 2001.

El memorial de Manila que recuerda a activistas que se opusieron a la autocracia incluye a varios religiosos, algunos de los cuales fueron ejecutados por los paramilitares y escuadrones de la muerte que apoyaron a Marcos.

Son muchos los analistas que han establecido ya un paralelismo entre la carrera política de Marcos, que también fue elegido democráticamente en 1965, y de Duterte, algo que tampoco se le escapa a los religiosos que se oponen a las violaciones a los derechos humanos que promueve el mandatario.

"Estos son días mucho más negros que los de aquellos años. ¿A cuántos asesinó Marcos? (según Amnistía Internacional al menos 3.240). Duterte lleva ya 20.000 en menos de 3 años", argumenta Flavie Villanueva.

El recinto religioso donde habita el sacerdote -que se ordenó en 2006 tras abandonar una disipada existencia colmada de drogas y alcohol- está adornado con varios carteles que piden: "Stop the killing, Start the healing" (Parar los asesinatos. Comenzar la curación). El mismo porta una camiseta con una cruz manchada de sangre donde aparecen los nombres de los tres clérigos asesinados.

Picardal fue uno de los curas que sufrieron la represión ejercida por Marcos. "Fui detenido y torturado durante 7 meses. Ahora me enfrento a un intento de asesinato. Duterte está superando a Marcos en brutalidad y codicia", apunta el misionero redentorista.

Son las 12 de la noche. La hora en la que el hermano Ciriaco Santiago "Jun" comienza su ronda. Tras salir con camioneta de la iglesia de Baclaran, en el centro de Manila, se dirige hacia la puerta de la funeraria Eusebio, no lejos del puerto pesquero de la capital. Al pasar por el puente de Marala, el religioso exhibe una foto del último cadáver que apareció flotando aquí mismo hace escasas horas.

"Parece un cristo crucificado, con las piernas atadas", observa al señalar a la imagen tomada por otra fotógrafa que aparece en su Facebook. La instantánea muestra un cuerpo medio sumergido, con todas las extremidades inmovilizadas con cinta adhesiva.

Documentar las ejecuciones

Aficionado a la fotografía desde sus años de seminario, Jun se unió a las veladas de los reporteros gráficos que cubren los crímenes de esta crisis a finales de 2016. Su propósito nunca ha sido periodístico. Fue una recomendación del equipo de abogados que trabaja con la organización Rise Up (Levantate), un movimiento donde se mezclan defensores de los derechos humanos seculares y religiosos como Jun.

"El propósito es documentar todas esas ejecuciones extrajudiciales, conseguir pruebas", asegura mientras espera frente a la salida del negocio fúnebre que como él mismo dice se ha transformado en la "oficina" de los fotógrafos especializados en este tipo de sucesos.

En ese preciso instante la radio interrumpe su programación habitual con una noticia de última hora. "Dos personas han sido abatidas en Bulacan por la policía. Intentaban comprar 'shabu' (metanfetamina) a unos policías encubiertos. Al darse cuenta, uno de ellos intentó sacar una pistola y se produjo un tiroteo", se escucha decir a la locutora. "Siempre es así. Se resistieron, dicen", apunta el religioso.

¿Cómo enfrentarse a Duterte?

Jun forma parte de la estructura paralela que han establecido dirigentes y miembros de base de la iglesia católica para confrontar la ofensiva de Duterte contra las drogas. Rise Up ya promovió en agosto de 2018 la presentación de una demanda contra el propio presidente ante el Tribunal Internacional de La Haya.

Los esfuerzos directos de la iglesia católica incluyen asistencia económica a las familias de los deudos -especialmente el pago de funerales-, el apoyo a la creación de agrupaciones de viudas o madres de víctimas, y la rehabilitación de drogadictos.

También, y emulando los tiempos de Marcos, algunas parroquias han decidido contrarrestar las razzias antidroga ofreciendo protección a los señalados por las listas diseñadas por la policía, supervivientes de las acciones de las fuerzas de seguridad o testigos de sus desmanes.

Las citas con estos fugitivos exigen tiempo y discreción. Algunos sólo aceptan hablar por teléfono. Otros no quieren que se use su nombre real.

Ryan es uno de ellos. Han pasado ya más de 2 años desde que sobrevivió al tiroteo que acabó con la vida de 7 personas en el domicilio donde se encontraba. La vivienda, sita Caloocan -un distrito de Manila especialmente azotado por los asesinatos extrajudiciales- era conocida por ser un emplazamiento vinculado a la venta de drogas, algo que admite el joven de 20 años.

El chaval habla con la cabeza gacha. Sus palabras casi no se escuchan. El recelo constituye una constante en la vida de los personajes marcados por los escuadrones de la muerte.

"Parecía que llovían balas", recuerda tras enseñar la cicatriz del disparo que le entró por el costado y se le alojó en la pierna. La versión oficial de las fuerzas de seguridad es que se trató de un ajuste de cuentas entre traficantes. El muchacho nunca creyó esa versión y nada mas salir del hospital se acogió a la protección de Rise Up. Durante meses pasó de una iglesia a otra. "Es testigo de una masacre. Está en peligro y nuestro deber es protegerle", argumenta Rubylin Litao, portavoz de la agrupación.

Flavie Villanueva reconoce que él mismo se ha encargado de proporcionar "santuario" -esa es la palabra que usa- para una decena de huidos. Algunos llegaron a alojarse en la conocida iglesia de Baclaran, en pleno centro de Manila.

Mary Ann Hao es una de las "protegidas" de Villanueva. Asistió en 2017 a la muerte de su marido y su hijo a manos de la policía. Dice que estaban durmiendo cuando llegaron los agentes y obligaron a su esposo a ponerse de rodillas. A ella la echaron del domicilio. Después escuchó los disparos.

La fémina se comunica por teléfono. Intenta mantener un perfil anónimo desde que presentó una denuncia contra los policías. "He cambiado de casa 4 ó 5 veces. Añoro mi vida normal. Esto es muy cansado. Me siento muy sola", aduce.

La comitiva que lidera el obispo Pablo Virgilio David se adentra en el barrio Market 3 dejando a un lado un vertedero de basura que en estos meses se ha ganado una triste fama como destino de muchos de los cadáveres que ha dejado la guerra contra las drogas en este enclave.

"La gente te dice que no hay una casa donde no haya una víctima: o bien asesinado o arrestado", relata el prelado. Los residentes estiman que sólo aquí se han registrado entre 50 y 60 asesinatos desde junio de 2016.

David ha elegido en esta ocasión protagonizar una pequeña misa en medio de este miserable arrabal de chabolas de hojalata y madera, donde los niños corretean descalzos o desnudos entre gallinas y charcos de aguas pestilentes.

Según explica, fueron los propios niños del barrio quienes le invitaron a venir por medio de una carta en la que expresaban su deseo de que esta ceremonia sirviera para frenar las ejecuciones. "Han matado a mucha gente inocente", precisa uno de los chiquillos, Kian Teórica, de 13 años.

El prelado de 59 años es otro de los miembros de la iglesia católica "marcados" por Duterte. En noviembre le acusó de estar "vinculado con las drogas ilegales".

"Me acusó de ser un drogadicto. Eso es suficiente para que te asesinen. Mi teléfono está pinchado, hay coches que vigilan la diócesis... Por supuesto que tengo miedo", declara.

Pablo Virgilio David asevera que no busca "el martirio". El arquetipo que dice querer imitar, sin embargo, no pudo evitarlo. Se llamaba Oscar Romero.

El Mundo (España)

 



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