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13/02/2019 | La caída de la banca venezolana

Omar Lugo

El sector financiero de la antigua potencia petrolera se encoge sin remedio. Hoy sus 31 bancos viven de las comisiones que enmascaran pérdidas y los niveles de riesgo son altos e impredecibles. Ante ello, surge una de las grandes preguntas sobre el futuro inmediato de Venezuela: ¿es inminente la quiebra de estos bancos que ya soportan un prolongado sismo?

 

El derrumbe histórico de la que alguna vez fue la cuarta economía más grande de América Latina deja hoy un rastro de familias rotas, patrimonios aniquilados, empresas quebradas y sectores enteros sumidos en la incertidumbre. Como el de los bancos, que languidece igual que una vela en medio de la tormenta.

En los últimos cinco años se ha acelerado el retroceso de la economía de Venezuela, arrastrada por el colapso de su otrora poderosa industria petrolera. En la región, su PIB solo estaba por detrás de Brasil, México y Argentina, pero hoy pasó a tener un tamaño equiparable al de un país centroamericano. Solamente entre 2013 a 2018 su PIB se ha encogido en 53% y, según bases históricas, su infraestructura y servicios sufren estragos semejantes a los que dejarían un desastre natural o una guerra de desgaste contra un ejército extranjero. Para el cierre de 2018, solo sigue activo el 20% del parque industrial del país, y de ese total, el 45% trabaja a menos del 20% de su capacidad, diagnostica Conindustria, el gremio de industriales privados que reporta continuos cierres masivos de grandes y pequeñas empresas.

Para colmo de males, el último informe mensual del acosado Parlamento opositor revela que la hiperinfl ación anualizada llegó a 1.300.000% en el mes de noviembre. Este descalabro en los precios, que crecen 3% cada día, aniquila como un tsunami el patrimonio de las grandes mayorías. Desde agosto, el bolívar soberano ha perdido más de 90% de su valor en medio de sucesivas devaluaciones ofi ciales. Hoy la mitad de los hogares de Venezuela son pobres, según la respetada encuesta Encovi, que evalúa condiciones de la vivienda, servicios básicos, acceso a la educación, empleo y protección social. De acuerdo con este reporte que elaboran tres universidades locales, sólo 37% de los venezolanos tiene la capacidad de consumir bienes y servicios sin tener que depender de las ayudas sociales del Estado socialista. Desde 2015 a la fecha, más de tres millones de personas salieron del país empujadas por esta tragedia social, según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas. Chile, Colombia, Perú y España han sido los principales destinos de esta diáspora, gracias a las condiciones que ofrecen para regularizar a los inmigrantes.

Por todo lo anterior, una de las grandes preguntas sobre el futuro inmediato de Venezuela es si el sector financiero le seguirá al petrolero (según la OPEP, Venezuela extraía, en promedio, 2.683.000 barriles diarios de crudo en 2014, y en septiembre de 2018 la cifra disminuyó a 1.197.000, la mayor caída entre todos los países miembro), la industria, la agricultura y el comercio en la fila del desastre. También, si es previsible esperar quiebras en serie de los bancos peor preparados para soportar este prolongado sismo.

Morir de cáncer

“La banca no puede ser una isla de prosperidad en un archipiélago de miseria”, recrea el economista Francisco Faraco, un veterano especialista en riesgo bancario. Es que la enorme liquidez en el sector financiero y la propia crisis que se profundizó a finales del año dificultan orientarse, agrega Faraco sobre la práctica del gobierno de Nicolás Maduro, a través del Banco Central, de crear dinero para financiar los gastos del Estado. Por ahora, son chorros de dinero sin respaldo, que operan como una terapia de frío que mantiene vivo al sector financiero.

La intermediación del crédito es reducida respecto a años anteriores, pero se mantiene en torno a 50%, en medio de la distorsión monetaria y la alta liquidez. Como los bancos tienen el monopolio del sistema de pagos electrónicos, en paralelo a una aguda falta de efectivo en la calle, se ven favorecidos con los millones de transacciones que se hacen diariamente. Pero a la vez la expansión del dinero en poder del público alimenta una hiperinflación que va camino a situarse entre las diez más graves y prolongadas de la historia mundial.

“Los bancos no se mueren de infarto, se mueren de cáncer”, sentencia Faraco al advertir que no se pueden prever cierres súbitos de instituciones en los próximos meses. “No percibo ese riesgo como medible. El sector más débil es el de la banca pública. Pero como el gobierno es el que emite dinero, no va a dejar caer a sus propios bancos”, apuesta.

Sin embargo, cuando se analizan los números de la banca, se le ven de cerca las fisuras a la industria. “Estamos frente a un muerto maquillado”, señala en off un analista sobre los desequilibrios escondidos en los resultados financieros. La banca venezolana se mantiene en pie gracias a las comisiones por el enorme flujo de transferencias y pagos electrónicos que crecen exponencialmente. Sin esa muleta, la vasta mayoría de ellos, especialmente los siete que son propiedad directa del gobierno, estarían arrojando enormes pérdidas.

En el tercer trimestre de 2018, el apartado “Otros Ingresos Operativos”, que recoge el importe de las comisiones por pagos electrónicos, representó el 81,75% del resultado neto (ganancias) de toda la banca, según cifras oficiales. En algunos bancos, al quitarle esos ingresos operativos habría claras pérdidas. “No es normal que en un país la banca viva de las comisiones”, añade al respecto Faraco.

Otros también se han mantenido a flote gracias a la revalorización de sus activos en moneda extranjera, en medio de las vertiginosas devaluaciones del cambio oficial. “Pero cada vez más esas posiciones se van gastando y no se van reponiendo”, explica Faraco.

Además, los bancos o los banqueros accionistas no muestran todo su dinero duro por el justificado miedo de que el gobierno estatista les ponga el ojo y los obligue a inyectárselo a los bancos para capitalizarlos.

Revalorizar activos

Hay otra vía por la cual los bancos han maquillado sus números: en abril de 2017 el gobierno les permitió revalorizar sus activos fijos, muebles e inmuebles, para elevar su patrimonio de acuerdo con parte de la inflación nacional admitida. De esta forma, ajustaron en libros el valor de los activos que van al patrimonio, lo que les permite mantener el índice de solvencia, un requisito legal para prestar.

Pero en medio de la depresión, la limitada demanda de crédito y la abundante liquidez, la medida ayudó a presionar más el dólar paralelo.

“Sería obsceno no ajustar los activos al valor real; no hacerlo en una economía hiperinflacionaria sería absurdo”, defiende la analista financiera María Inés Fernández, consultora y especialista en banca, sobre esta medida que genera polémica. “Las revalorizaciones existen desde siempre en la práctica inflacionaria contable, es una práctica recurrente en mercados inflacionarios, es imprescindible”, insiste.

Pero en Venezuela no hay estadísticas oficiales de inflación, PIB ni comercio exterior o pobreza, ya que el gobierno las censura por razones de propaganda. Por eso, nadie sabe con qué criterios fueron revalorizados los inmuebles de la banca.

“Es sacarse un ladrillo de un bolsillo para metérselo en el otro”, replica Faraco. “Esa revalorización de activos no se ha visto en ninguna parte del mundo, excepto aquí”, remata sobre una práctica contable que -insiste- contraviene los principios de Basilea, las normas adoptadas (en 1974 y 2004) por las autoridades reguladoras bancarias mundiales.

Según datos de la Superintendencia de Bancos (Sudeban), al cierre de septiembre pasado el sector empleaba a 56.242 personas, contra las 71.351 al cierre de 2016. El número de oficinas con escasos visitantes se mantiene estable en 3.434, pero la cantidad de cajeros electrónicos ATM ha caído en un tercio hasta 6.846 al cierre de septiembre y los bancos más bien apuestan por estimular pagos electrónicos, ya que el efectivo no sirve de nada.

En las calles de Venezuela son frecuentes las largas filas durante horas frente a los bancos. Mayormente de ancianos jubilados que buscan cobrar en efectivo pensiones equivalentes a unos US$8 por mes, al cambio oficial “Dicom”, creado por el gobierno en marzo de 2016 para intentar normalizar el precio de las tasas de cambio establecidos por la banca privada y el mercado ilegal, que cerró el año en 563 bolívares.

Mientras, las tarjetas de crédito han perdido su valor como palanca financiera, pues sus límites determinados por el gobierno equivalen, al cierre de 2018, a un máximo de $264 y un mínimo de $6. Esas cifras ya no alcanzan ni para las compras semanales de un hogar.

No solo eso: con una tasa de interés máxima congelada de 29% nominal, el dinero plástico también era una herramienta valiosa para usar sus líneas de efectivo y comprar dólares en el mercado negro. Por eso el gobierno es el primero que limita ahora el crédito.

El mejor negocio que quedaba en Venezuela era financiarse con los bancos para comprar dólares o bienes importados. “Hasta hace tres años, el límite de crédito de mis tarjetas me permitió comprar seis reses, hoy solo me alcanza para comprar dos kilos de carne”, ilustra un pequeño productor de ganado.

Límites a las transacciones

Es sabido que en Venezuela son frecuentes las filas para pagar en supermercados y tiendas. En el país no circulan monedas y hasta un refresco debe ser pagado por medios electrónicos, de modo que la escasez de efectivo a la vez sirve de oxígeno al sistema bancario, en medio del vertiginoso y constante aumento de la liquidez como política del Banco Central.

El efectivo es tan escaso que los billetes de banco se venden con prima en la calle: pagar con ellos puede suponer hasta un 50% de ahorro en los puestos callejeros de Caracas o de las carreteras del interior del país.

“Yo tengo cinco tarjetas del banco Provincial (filial del español BBVA), con límite de 300 bolívares cada una, que no me alcanza ni para tomar un café”, dice la empresaria María Carolina Uzcátegui, presidenta de Consecomercio, el gremio del comercio y los servicios. “Hasta cierto punto comprendo, porque cada vez que un banco presta dinero, no importa el plazo, pierde por la hiperinflación”, agrega.

Desde el cierre del tercer trimestre, todos los indicadores de la economía venezolana se agravaron, como los de un enfermo en coma que haya entrado en falla múltiple de órganos. “Los puntos de venta han sido nuestro principal dolor de cabeza con la banca este año”, complementa Uzcátegui, un escenario donde resaltan los problemas por los límites a las transacciones electrónicas, la conectividad deficiente (Venezuela tiene el internet más lento de América y el Caribe, junto con Haití) y los altos costos de los dispositivos móviles.

Los bancos introdujeron sistemas de pago móvil a través de teléfonos celulares, lo que ayudó a aliviar el problema, pero también estas facilidades se volvieron inútiles porque los límites diarios a las operaciones son ridículos frente al auge de los precios: el Mercantil Banco sólo permite Bs 2.000 diarios por persona. La cifra equivalía a unos US$3 en el paralelo o casi US$4 del cambio oficial Dicom. Provincial permite 8.000 (unos US$10). Eso, en un país donde el sueldo promedio mensual de los trabajadores (US$8,5 por mes al cambio oficial) solo alcanza para pagar un kilo de jamón o de queso.

“Un ciclo hiperinflacionario como el que vive Venezuela deja en mucha vulnerabilidad al sector financiero, porque obviamente se trata de un problema monetario”, comenta el economista Asdrúbal Oliveros, socio de la consultora Ecoanalítica que, con apoyo de multilaterales, mide indicadores de la economía venezolana. “Pero en el caso venezolano hay un problema mayor por el entorno regulatorio. El sistema financiero tiene una estructura muy rígida con control de tasas de interés, comisiones, encaje y adecuaciones patrimoniales para la entrega de crédito”, observa.

Además de lidiar con las tasas controladas, la banca está obligada a prestar a intereses todavía más bajos unos fondos nominalmente destinados a fomentar la agricultura, el turismo y la pequeña y mediana industria. “La banca tiene enormes restricciones para poder ajustar sus ingresos al ritmo de la inflación, lo que aumenta el grado de vulnerabilidad”, observa Oliveros. “Yo no descarto que en 2019 algunos bancos puedan tener problemas. Tampoco descarto que se pueda intentar procesos de fusiones”, proyecta.

De cerca, nadie es normal

Hay 31 bancos en Venezuela. Demasiados, comparado con el tamaño de la economía real.

Cuatro grandes: el Venezuela (estatal) y los privados Banesco, Mercantil y Provincial (filial del español BBVA) encabezan el pelotón como exhaustos corredores de bicicleta en una montaña andina.

El resto son un montón de entidades pequeñas y medianas, la mayoría del Estado, cuyos números encubren pérdidas.

Uno de los analistas de riesgo bancario más contundentes en su crítica es Alejandro Cáribas, ex superintendente de Bancos de Venezuela. A su juicio, la morosidad ya se acerca al 3,0% (hay bancos pequeños con hasta 29%), el indicador ROE (rendimiento sobre el capital) no llega al 20% y en términos de dólares, la banca se ha reducido a una décima parte de lo que era en el año 2000. “Medida por patrimonio, toda la banca venezolana es del tamaño de un pequeño banco chileno”, sentencia.

Para los próximos meses no hay elementos que indiquen, por ejemplo, un aumento importante de las tasas de interés. Tampoco se espera un alivio en las regulaciones al sistema, ni siquiera grandes mejoras macroeconómicas. Por eso Cáribas se atreve a decir que “con un millón 300 mil por ciento de inflación no hay posibilidad de continuar. La banca va a llegar a un momento en que va a decir no puedo más, no puedo competir y los primeros que van a sufrir son los bancos pequeños y medianos”.

“Creo que sí puede quebrar algún banco, por lo menos en el segundo o tercer trimestre de 2019, después de los primeros resultados”, dice al observar que hay al menos uno de los grandes con serios problemas de pagos a sus clientes en una filial en las islas del Caribe, lo que puede ser “un gran detonante”.

Cáribas profundiza en la cuenta “Otros Ingresos Operativos” para ayudar a explicar cómo es que se mantienen en pie los bancos venezolanos. Ese apartado del “Margen Financiero Neto” aportó al conjunto de la banca US$9,2 millones, en el trimestre terminado el 30 de septiembre. Ingresos operativos que, como ya decíamos, básicamente corresponden a las comisiones por transacciones y que representan el 81,75% del total del resultado neto (ganancias) del trimestre, que fueron US$11,3 millones, detalla Cáribas.

“Algunos bancos, si les quitas los ingresos operativos por esas comisiones, darían pérdidas”, calcula. Y si ocurrieran quiebras o una crisis de liquidez, los ahorristas quedarían desamparados, pues la garantía legal a los depósitos del público, que cubre el fondo estatal Fogade, equivale todavía a menos de un centavo de dólar, porque sigue en moneda antigua, advierte Cáribas. Y aunque fuera corregida de inmediato a la nueva moneda, solo cubriría cuentas hasta Bs 30.000, es decir US$39 al cambio paralelo, al cierre de diciembre. Era el mismo monto cubierto hace diez años, en la última crisis que arrastró casi una docena de bancos pequeños.

“Basilea recomienda que las capitalizaciones se hagan con aportes de los accionistas o ganancias acumuladas. ¿Cómo sería la situación en el cuadro de una crisis bancaria, qué le entregarán a los ahorristas?... Ladrillos”, ilustra Cáribas. Es una advertencia muy pertinente de cara a un 2019 ya signado por la incertidumbre.

Banesco reportó en el tercer trimestre de 2018 un resultado neto (ganancia) equivalente a US$2,0 millones, a la tasa del dólar paralelo. Pero si se excluye lo que le ingresó en comisiones por las transferencias de dinero, hubiera perdido US$278.108, según los reportes de la Superintendencia de Bancos.

Mercantil Banco hubiera perdido US$390.000 en el trimestre sin los US$947.513 que ingresaron por sus transferencias; el estatal Venezuela, el mayor del país en activos, reportó un resultado neto de US$1,7 millones, gracias a US$1,2 millones de las comisiones por transferencias.

En realidad, los siete bancos del Estado hubieran ganado apenas US$566.000 si se le excluyera del resultado neto los US$2,7 millones en comisiones.

Los 24 bancos privados reportaron en conjunto un resultado neto equivalente a US$8,7 millones en el trimestre, pero sin los US$9,1 millones de esos ingresos extraordinarios, en realidad hubieran encajado una pérdida conjunta de US$461.000.

Estos números, el entorno (la depresión económica lleva seis años y según un informe del parlamento opositor, el retroceso del PIB es de 29,8% solamente en el tercer trimestre de 2018) y las regulaciones actúan como alarmas para indicar que el sector está llegando a sus límites de resistencia.

Luz que se apaga

Entre 2004 y 2010, en pleno auge de la llamada “revolución bolivariana”, de políticas populistas expansivas al amparo de los precios del petróleo, los banqueros venezolanos vivieron un agresivo boom económico y les fue muy bien. La banca fue uno de los sectores que más creció. “Eso de alguna manera le da mucha resistencia para enfrentar el ciclo hiperinflacionario. Tenemos banqueros con posiciones en moneda dura significativa, que han constituido estructuras financieras fuera de Venezuela, eso les da un margen de resistencia superior”, explica el economista Oliveros.

Banqueros por cierto como Juan Carlos Escotet, cabeza del grupo Banesco Internacional, con operaciones también en Panamá, Estados Unidos, República Dominicana, Puerto Rico, Colombia y España, donde es propietario de Abanca, convertido ya en el séptimo banco por patrimonio en la “madre patria”, con 4.880 millones de euros y un activo de 57.192 millones de euros.

Mientras Banesco, ex principal banco privado de Venezuela, está intervenido por el gobierno desde mediados de año, en un proceso que según Escotet obedece a razones políticas y es “ilegal y desproporcionado”. Banesco tenía un patrimonio al cierre de septiembre de 2018 de solamente 442 millones de bolívares. Al cambio paralelo de septiembre, ese patrimonio equivalía a US$2,1 millones… el precio de un departamento de lujo en cualquier capital americana.

Hace tan solo cinco años, cuando comenzó el descalabro de la economía venezolana bajo el mandato de Nicolás Maduro, Banesco era el buque insignia, con activos que equivalían a US$7.463 millones y patrimonio de US$579 millones. Pero hoy, todos los créditos otorgados por los 31 bancos grandes, medianos y pequeños sumaban apenas US$287 millones a septiembre pasado. Es decir, US$9,5 per cápita.

En 2013, todos los activos de la banca venezolana sumaban US$36.500 millones. En 2014, la cartera de crédito total de la banca era de US$15.723 millones, aunque la economía ya entraba en declive por la baja de los precios del petróleo y el descalabro de la endeudada estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa).

Entonces, ¿qué puede venir en 2019 para los ya malogrados bancos venezolanos?

“Están languideciendo (los bancos), en una muerte lenta, como una luz que se apaga”, ilustra el especialista Boris Ackerman, quien durante años ha estudiado el sector financiero venezolano con el modelo CAMEL (Capital, Calidad de Activos, Manejo Gerencial, Estado de Utilidades y Liquidez). “Se está encogiendo (la banca) desde el punto de vista de soporte de capital”.

“El saldo de patrimonio con respecto al activo total se hace nulo, sumamente bajo y expone a la banca a un problema de solvencia”, explica este consultor y profesor de la Universidad Simón Bolívar, de Caracas. “Solvencia es patrimonio sobre activos y la banca venezolana está en un problema: no tiene suficiente dinero propio para soportar el nivel de activos que maneja”, recalca Ackerman.

“El otro problema es la parte operativa. Al no tener acceso a divisas, hay un deterioro en la infraestructura, la posibilidad de atender a los clientes. Además, enfrenta una fuga de talentos”, agrega. “En este momento la banca venezolana es simplemente un sistema de pagos”.

Ackerman cree que probablemente los bancos más eficientes se fusionen o se venga un proceso de adquisiciones. “Que quiebren, podrían quebrar, pero no porque vayan a tener corridas de dinero, sino más bien porque no serán capaces de mantener una operación normal. Les sucede como a esos ciber cafés de barrio, cuyas computadoras quedaron obsoletas, con los teclados borrándose por el uso y sin renovación”, ilustra.

Tampoco es optimista la economista María Inés Fernández, quien también ha pasado a la banca venezolana por el tamiz del CAMEL y cuyo arqueo de datos ilustra parte de este reportaje. “Me parece que la banca está desapareciendo. Pero sin cambios sustanciales y ajustes en el patrimonio, la situación se puede alargar. Lo digo con tristeza, porque morir de mengua es casi más triste que desaparecer de un solo golpe”, resume esta profesora del IESA, de Caracas.

América Economía (Chile)

 



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