Cuando el primer ministro de Japón Yasuhiro Nakasone afirmó en 1986 que el nivel intelectual en Estados Unidos era inferior al de su país porque allí había una población elevada de negros, portorriqueños e hispanos, sus palabras causaron gran revuelo en EE.UU.
En Japón, en cambio, su comentario (que seguramente hoy
día no haría ningún gobernante, al menos en la esfera pública) pasó
prácticamente desapercibido.
Y es que esta reticencia a aceptar a quienes se ven,
actúan y se comportan de manera diferente es algo que estaba —y aunque en menor
medida aún está- arraigado en la sociedad japonesa.
En parte por su condición de isla, Japón siempre tendió
al aislacionismo, y hoy día mantiene vivo el orgullo de ser una nación
homogénea construida en torno a una estricta política migratoria.
Mientras que los inmigrantes representan el 28% de la
población de Australia, cerca del 21% en Canadá y más del 14% en Reino Unido,
en Japón este porcentaje se limita solo al 1,9%.
Si bien esta situación está cambiando, muchos de los
problemas que aquejan al país como el envejecimiento de la población, la caída
en la taza de fertilidad y el número de habitantes, la escasez de trabajadores
y la poca participación de las mujeres en la vida laboral, se han visto
agravados por la falta inmigrantes, argumenta el historiador y científico
estadounidense Jared Diamond en su último libro "Upheaval: How Nations
Cope with Crisis and Change" (Turbuencia: cómo las naciones hacen frente a
las crisis y al cambio)
Menos y mayores
Con una expectativa de vida promedio de 84,2 años, (81,1
para los hombres y 87,1 para las mujeres), Japón es uno de los países con mayor
cantidad de población anciana del mundo.
Según datos oficiales compilados en 2018, cerca de tres
cada 10 ciudadanos japoneses tiene más de 65 años.
No solo se trata de un país con una gran población en
edad avanzada, sino de uno con una población que, desde hace cerca de 10 años,
se está encogiendo. De acuerdo a cifras publicadas por el Ministerio de Asuntos
Interiores, el último año la población decreció en más de 430.000 personas.
Mientras que el índice de fertilidad para mantener una
población estable es —en promedio- de 2,1 hijos por mujer, en Japón este se
sitúa en 1,4. Es decir, muy por debajo de lo necesario. Lo mismo ocurre con el
número de matrimonios, que está en franca decadencia.
Todo esto se traduce en un carga para el sistema de salud
y seguridad social que debe lidiar con el peso de una población envejecida —y
enferma- y una escasez en la fuerza laboral (según un sondeo de Reuters hay
1,63 empleos disponibles por cada persona que busca trabajo, el índice más
elevado desde comienzos de 1974).
La despoblación también se hace palpable en el cierre de
instituciones educativas: "cada año se cierran más de 500 escuelas. En 10
años, son 5.000 escuelas las que se han cerrado debido al reducido número de
niños", le dice a BBC Mundo Toshihiro Menju, director del Centro Japonés
de Intercambio Internacional.
Robots sí, inmigrantes no
De más está decir que todos estos no son problemas exclusivos
de Japón. Pero el argumento de Diamond es que mientras que otros países
solucionaron estas dificultades incorporando inmigrantes, en Japón se
profundizó la crisis por su negativa a recibir trabajadores extranjeros.
"A pesar de que EE.UU., Canadá, Australia y Europa
Occidental comparten el índice de nacimientos y envejecimiento de su población
nativa, estos países minimizan las consecuencias admitiendo un gran número de
trabajadores inmigrantes", asegura el historiador y científico.
Gabriele Vogt, profesora de política y sociedad japonesa
de la Universidad de Hamburgo, en Alemania, coincide con Diamond.
"Si comparamos Japón con Alemania, en las décadas de
los años 50, 60 y 70, Alemania reclutó activamente a los llamados 'trabajadores
invitados' -principalmente de países europeos- mientras que Japón nunca lo
hizo, a pesar de que allí se estaba dando también, como en Alemania, un
profundo crecimiento económico".
En momentos donde había más trabajo del que podía abarcar
la fuerza laboral, "Alemania eligió el camino de reclutar inmigrantes,
mientras que en Japón se produjo una migración doméstica interna hacia áreas de
crecimiento económico o polos industriales", señala Vogt.
Una medida que impulsó Japón para suplir la necesidad de
trabajadores fue la incorporación de las mujeres en la fuerza laboral.
"Es un tanto irónico, pero en los años 50, 60 y 70,
Japón desarrolló un modelo de vida que, en términos de la participación de la
mujer en el mercado laboral, hoy consideraríamos progresista", dice la
autora del libro "Population aging and International Health-Caregiver
Migration to Japan".
¿Quién cuidará de los niños?
Sin embargo, la paridad de género en cuanto al acceso al
trabajo se esfumó rápidamente cuando la tecnología y la robótica se
convirtieron en opciones viables para compensar la creciente demanda de
trabajadores.
"El modelo viró hacia un estilo 'estadounidense' en
el que el hombre es el principal sostén del hogar y la mujer se queda en la
casa cuidando a los niños", dice Vogt.
"Este modelo —que ya no era compatible con la alta
participación de la mujer en la fuerza laboral- sigue profundamente arraigado
en la sociedad japonesa".
Cualquier iniciativa que busque revertir la escaza
participación de las mujeres en el ámbito laboral o en la política, deberá
primero superar obstáculos que, de acuerdo a Diamond, son más difíciles de
salvar por la falta inmigración.
Las largas jornadas laborales y la socialización a la
salida del trabajo -que no representa una obligación pero que sí es esperable-
dificultan la situación de las madres porque en Japón, "hay poca
disponibilidad de servicios para cuidar a los niños para las madres trabajadoras
por la falta de mujeres inmigrantes que puedan de forma privada cuidar a los
niños y porque hay muy pocas guarderías privadas o del estado", señala
Diamond.
Se necesitan inmigrantes
Si se viaja a Tokio o a cualquier otra ciudad importante
del país se podrá ver que la homogeneidad étnica de la que tanto se habla es
más un concepto -o un ideal- que una descripción ajustada a la sociedad actual.
"Existen por ejemplo minorías étnicas, pero persiste
esa idea que 'todos somos japoneses y pertenecemos a una sociedad de clase
media donde no hay ni muy ricos ni muy pobres', lo cual no es cierto",
asegura Vogt.
"Son ideas que ayudan a mantener una sociedad donde
cada uno sabe cuál es su lugar y está dispuesto a sacrificarse por ella para
hacer que avance", añade.
Gracias al boom reciente del turismo (cerca de 31
millones de turistas viajaron a Japón en 2018) en Japón se notan numerosos
visitantes foráneos pero también estudiantes y trabajadores extranjeros en
tiendas y bares, sobre todo de otros países asiáticos.
Reformas en los años 90 de las políticas migratorias
hicieron posible la llegada de "personas con ancestros japoneses —muchos
con pasaportes brasileños o peruanos- para trabajar principalmente como mano de
obra barata", dice Vogt.
Más tarde, un polémico "programa de entrenamiento
técnico interno temporal", diseñado con el fin de atraer a jóvenes de
países vecinos para que aprendan nuevas habilidades tecnológicas que pudiesen
llevar a sus países (pero que en realidad acabaron trabajando como recogedores
de frutas y desempeñando otras tareas completamente alejadas de los objetivos
del programa), facilitó la llegada no oficial de trabajadores migrantes.
Si tomamos en cuenta los vacíos legales en todos estos
programas que hicieron posible para estos extranjeros participar activamente en
el mercado laboral, señala Vogt, podemos decir que Japón implementó una
política laboral de facto para recibir trabajadores inmigrantes.
Y más recientemente, en abril de este año, el gobierno
implementó cambios en las políticas migratorias para atraer a 345.000
trabajadores en los próximos cinco años, con el objetivo de cubrir empleos en
14 sectores de la economía incluyendo el de la construcción, enfermería,
limpieza, hotelería y agricultura.
¿Está cambiando entonces la posición del gobierno frente
a la migración?
Cambio encubierto
Para Toshihiro, se trata de un cambio evidente, aunque
"el gobierno no esté hablando claramente de un cambio en la política
migratoria, dado que aún existe el temor generalizado (entre la población) de
que los inmigrantes pueden ser peligrosos para la sociedad".
Esta visión negativa de los extranjeros, no obstante,
también está cambiando, asegura Toshihiro.
"Debido a la experiencia con el turismo, hay más
oportunidades de conocer de primera mano a extranjeros, y la población está
empezando a entender que no son peligrosos".
Aunque los prejuicios persisten: "si quieres
alquilar una casa o una habitación, el dueño podría decirte que no si eres
extranjero", comenta Toshihiro.
En opinión de Vogt, los cambios recientes en la
legislación marcan un hito en la postura de Japón respecto a la migración.
"Las últimas medidas son un hito, no porque vayan a
permitir el ingreso de mucha gente (la cuota es aún muy baja), sino porque por
primera vez las autoridades están diciendo que necesitan trabajadores migrantes
para el sector no calificado y están abriendo una nueva categoría de visa para
reclutar mano de obra barata".
Tokio aún está lejos de convertirse en una capital
multicultural como Londres, Nueva York o Berlín, pero, claramente, ya ha dejado
de ser una urbe étnicamente homogénea como en décadas pasadas.