No es la primera vez que M閤ico presencia un enfrentamiento entre oficiales de la ley y el orden. En la 鷏tima d閏ada y media, por lo menos, hemos sido testigos de federales desarmando a estatales, de federales deteniendo a municipales y de militares interviniendo en labores de seguridad ciudadana, sin marco jur韉ico o protecci髇 legal.
En los últimos tres sexenios cada presidente, para
enfrentar la grave crisis de inseguridad, violencia y delincuencia crecientes
en el país, han conformado corporaciones policiacas y agencias de investigación
“renovadas”, imbuidas de un nuevo espíritu de cuerpo, de servicio y de
compromiso. Y con todas esas corporaciones han venido instalaciones,
capacitación, cursos, uniformes, mejores equipos técnicos y tácticos, etcétera.
Es decir, no hemos parado en invertir en 20 años para
combatir el crimen.
Según los expertos en seguridad, de aquella vieja premisa
de los años 90, de mejorar y capacitar a cuerpos policíacos, hemos mejorado
significativamente. De las viejas y temibles Judicial Federal y Judicial de
Distrito, cuna de hampones y extorsionadores, hemos pasado gradualmente a
organizaciones mejor entrenadas, mejor pagadas y equipadas.
Si se hiciera un solo balance con estos elementos, tal
vez podría ser positivo. Pero lo cierto es que las cifras del crimen y la
delincuencia común han crecido y descendido sucesivamente en 20 años. Ahí están
las cifras del Inegi o de México Libre de Delincuencia y otras organizaciones.
Hoy vivimos un pico elevado en prácticamente todos los
delitos.
El nuevo gobierno, el presidente, como sus antecesores
–aunque esto le disgusta profundamente– decidió crear la Guardia Nacional (75
mil elementos compuesto por soldados, marinos y policías federales,
esencialmente) para una nueva estrategia contra el crimen, que por cierto aún
no conocemos.
La construcción de esta nueva Guardia ha provocado el
malestar de los policías federales. Por un lado, recortes, ajustes
presupuestales, reducción de salarios y prestaciones, que las autoridades
niegan, pero si no fuera así, ¿por qué protestan los policías?
El presidente fustiga diariamente con la cantaleta de los
privilegios del pasado y el rechazo a la austeridad. Pero es muy simple: si un
policía gana 15 mil pesos mensuales y le dan un bono de ocho mil adicionales
por riesgo y seguridad, que le quiten esos ocho mil representa el 30 por ciento
de sus ingresos.
Sume usted a esto los ofensivos señalamientos del
sobrepeso, la podredumbre, la corrupción y la descomposición de la Policía
Federal a juicio del presidente.
Lo que vivimos ayer en carreteras (Pachuca) y en avenidas
(Constituyentes, Periférico, La Viga), entre bloqueos y enfrentamientos, exhibe
la falta de capacidad de la nueva secretaría para convocar, reclutar, conformar
a la nueva corporación. Alguien les tiene que explicar el proceso, transmitir
el marco mediante el cual dejan de ser policías y pasan a ser integrantes de la
Guardia Nacional. No es un tema de uniformes, dice Alfonso Durazo, secretario
de Seguridad, sino de una nueva corporación con una mística y un espíritu
distinto.
Estos señores policías federales, muchos de los cuáles
son efectivos honestos y comprometidos –no faltará algún elemento corrupto que
se ha desviado, como pasa en todas las corporaciones– han enfrentado a
criminales en muchos rincones del país. ¿De verdad merecen el maltrato y el
agravio? Resulta innecesario.
Pero es parte de este aprendizaje de gobierno, donde se
pronuncian los planes y las promesas, y se espera que al aprobar la nueva ley
se hagan realidad en automático. No sucede, hace falta mucho trabajo de
organización, atención, estudio de perfiles y expedientes, bajas, honores,
medallas –a quienes las merezcan. Y luego, el delicado tema de subordinarse a
mandos militares y convivir con efectivos formados bajo la disciplina del
Ejército y la Marina. A gritos, ayer lo rechazaron en sus protestas.
¿Quién va a atender a estos policías? ¿Quién va a dar la
cara para escuchar sus quejas y sus protestas?
Resulta muy fácil descalificar a un grupo que se
inconforma, bajo el primario argumento de la defensa del viejo régimen, del
rechazo a perder privilegios, de negarse a desterrar la corrupción.
Es falso y equívoco, como la elocuente voz del pescador
en Cancún, que le dice al presidente: “El sargazo no es un problema menor, está
usted mal informado”, al tiempo que recoge de la playa manojos y kilos de la
alga contaminante.
Partir de la premisa de que todo lo pasado estuvo mal, y
que toda persona, empresa, consultoría o corporación que ofreció sus productos
o servicios a gobiernos anteriores está infectada de antemano con corrupción,
es un diagnóstico falso para iniciar una nueva estrategia.