Fue una fake new como las de ahora. Una información falsa que, de tanto repetirla, se acaba aceptando como verdadera. Una información útil para justificar el expolio de una parte de la población y su posterior exterminio.
A principios de la década de los 30, la propaganda nazi hizo
circular el dato de que la minoría judía, algo más de medio millón de personas,
el 0,77% de la población, era propietaria del 20% de la riqueza de Alemania.
Era una cifra de origen desconocido, que indicaba unos niveles de concentración
de riqueza insólitos, solo imaginables a partir de la existencia de grandes
tesoros ocultos. Pese a ello, los nazis estaban convencidos de su veracidad.
En 1936, después de unos primeros años concentrado en
promover el éxodo judío (a cambio de parte de la riqueza que dejaban atrás), el
régimen nazi convirtió ese 20% en política de estado. Para ello diseñó una
amplia batería de impuestos destinada a aflorar toda esa riqueza y confiscarla
con el objetivo de financiar la guerra que se preparaba. Fracasaron, porque esa
riqueza no existía. No al menos en la fantástica magnitud que el nazismo
suponía.
Un reciente trabajo de Albrecht Ritschl, historiador de
economía en la London School of Economics, ha rebajado ese porcentaje a un
discreto 1,57% del total de la riqueza. Los judíos eran algo más ricos que la
media de los alemanes. Pero no mucho más. La creencia en la elevada riqueza de
los judíos ha tenido durante años la ventaja de blanquear en parte el
comportamiento de la población alemana durante el Holocausto. Según este argumento,
el abrumador apoyo a Adolf Hitler en los peores años del exterminio se debería
a que la confiscación de la riqueza judía habría permitido desarrollar unas
políticas de redistribución que habrían beneficiado a las clases populares
alemanas. Según este razonamiento, una mayoría de la población habría tolerado
el exterminio judío no tanto por su antisemitismo como porque la discriminación
hacia esa minoría habría permitido una amplia movilidad social en una sociedad
muy jerarquizada. Pero los cálculos de Ritschl invalidan la justificación del
Holocausto en términos económicos.
En el trabajo que acaba de publicar el historiador (Vox,
CEPR, 30 de mayo 2019), utiliza documentación que la administración nazi
entregó a las autoridades de ocupación aliadas en 1947. Los documentos permiten
reconstruir los métodos confiscatorios utilizados por los nazis. Desde la
intervención de las cuentas, el trasvase de recursos al Reichsbank (entonces el
banco central), los impuestos de hasta el 25% sobre las propiedades judías, las
propiedades retenidas para los que emigraban... La documentación permite
también aventurar el volumen de riqueza en manos de la población judía, que
calcula entre los 4.600 millones y 6.800 millones de reichsmark (RM) para el
periodo 1933-1939. Y que la sitúan entre un mínimo del 1,08% y un máximo del
1,57% de todos los activos alemanes. El trabajo de Ritschl revela que los
judíos no eran masivamente ricos. Pero sí estaban mejor educados. Según algunas
proyecciones, el 15% de la gran empresa alemana a principios de los 30 tenía
gestores de origen judío. En 1938 todos ellos habían sido sustituidos por no
judíos. Ritschl se ha especializado en la historia de la economía alemana
durante el nazismo. Y en algunas cuestiones va a contracorriente de la opinión pública.
En el debate sobre las reparaciones de guerra que Grecia
reclama a Alemania, el historiador considera que “si se reabriera ese capítulo,
la economía alemana colapsaría al instante”. [El historiador estima que
Alemania debería por este concepto 13.000 millones de euros a Grecia, cifra que
asciende a 700.000 millones de euros en el caso de Francia y a 1,4 billones de
euros para los países del Benelux]. El Bundesbank, primera autoridad monetaria
europea antes de la aparición del BCE, ha abierto ahora sus archivos al propio
Ritschl y a otro historiador, Magnus Brechtken. Como otras grandes
instituciones alemanas, el banco no ha sido hasta ahora muy activo a la hora de
revisar su papel durante los años del nazismo.
En la publicación que
conmemoraba el 60 aniversario del banco, editada este año, sólo se dedicaban
tres páginas a ese periodo. ¿Qué pueden encontrar? Por ejemplo, historias como
la de Karl Blessing, presidente del Bundesbank entre los años 1958 y 1969. En
ese periodo, el del milagro económico alemán, se ganó la fama de halcón por su
rechazo visceral a la inflación. Blessing acreditaba un pasado de oposición al
régimen nazi. Pese a haber ingresado en el partido en 1937, fue apartado del
consejo del Bundesbank por criticar las políticas fiscales de Hitler (e incluso
se le atribuía la participación en un complot para asesinar al Führer).
Ahora,
según ha publicado el diario Handelsblatt , el pasado de Blessing está en
entredicho después de conocerse una carta del 28 de noviembre de 1941 en la que
reclamaba para su uso un apartamento que había sido confiscado a una familia
judía. La carta iba dirigida a Albert Speer, arquitecto preferido de Hitler, el
hombre que había de diseñar el futuro Berlín, y que en horas muertas se ganaba
los favores de los jerarcas nazis y de los altos ejecutivos de grandes empresas
buscándoles vivienda entre las miles que habían sido confiscadas a los judíos.
Material de interés no faltará. Se sabe poco del papel del Reichsbank en los
años de la ocupación de Francia, Grecia y Polonia. Ni tampoco de su actuación
en la incautación de oro de los bancos centrales de los países ocupados y su
posterior envío a Berlín.
***Ramon Aymerich, Barcelona, periodista