Desde 1980, Zimbabwe ha tenido, en Africa, una intensa y convulsiva vida independiente. Relativamente poco exitosa, además, como veremos enseguida.
Robert Mugabe, el veterano líder que alguna vez fuera
carismático y que liderara en su momento el movimiento independentista, se
instaló de inicio en la cumbre misma del poder político local. Para luego
mantenerlo en sus propias manos nada menos que durante 38 largos y frustrantes
años. Rodeado de una nueva elite de color que lo secundara. Reemplazando así al
autoritarismo colonial por el suyo propio.
Esos años conformaron un período de cambios políticos
profundos, pero absolutamente corruptos, que hubiera sido interminable de no
ser porque su gestión finalizó con el previsible empujón de la misma elite de
color que en su momento lo bancara, cuando el arbitrario y archicorrupto Mugabe
tenía ya nada menos que 93 años.
Primero Mugabe fue, recordemos, Primer Ministro de su
país y, luego, devino su Presidente, tras una enmienda constitucional empujada
fervientemente por el propio Mugabe en 1987, que pretendía eternizarse para no
dejar nunca el poder incontrolado que en su momento consiguiera.
EL COCODRILO
Quien finalmente lo impulsara fuera del escenario
político local responde al apodo que, además, luce correcto, de Cocodrilo.
Aunque su verdadero nombre sea Emmerson Mnangagwa. Está hoy instalado en lo más
alto del poder local y convocará -dice- a elecciones el próximo 30 de julio, en
procura de legitimar -de alguna manera- su toma, claramente irregular, de la
presidencia de Zimbabwe.
Mugabe dejó a la economía de Zimbabwe, como era de
suponer, en un estado casi paralizado realmente deplorable. Con una destructiva
tasa de inflación anual, del orden del 231%.
La producción agrícola de Zimbabwe, que aún es la columna
vertebral de su economía, ha sido sin embargo absolutamente destrozada por una
pretendida reforma agraria que, desde el año 2000 (como ocurre generalmente en
esos casos) la diezmó de inmediato y que sólo reemplazó a la elite blanca que,
como propietaria eficiente la dominara, por una elite de color a la que el
mencionado Mnangagwa pertenece y de la que es una suerte de activo y
enriquecido portaestandarte, de mentalidad rentista.
Para salir del lamentable "parate" económico,
el Banco Central local comenzó a imprimir vertiginosamente la moneda del país,
provocando así, naturalmente, una hiperinflación a la que -como entre nosotros
hiciera la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner- se trató vanamente de
disimular mediante el conocido y torpe recurso de ocultar los números y las
estadísticas oficiales. Hablamos de un mecanismo que obviamente tiene patas
cortas.
Así se generó una recesión probablemente de las más duras
de la que se tenga historia en el mundo, achicando severamente la economía y
enterrando al 72% de la población local en la pobreza más extrema, como
consecuencia de lo cual está envuelta en la miseria.
El año pasado, nada menos que un 90% de la fuerza total
de trabajo local estaba sumergido en la desocupación. Mientras, en paralelo, un
desesperante 89% de los adultos locales se estancaba en el trágico pozo social
que agrupa, quiérase o no, a casi todos aquellos que no pueden leer, ni
escribir, correctamente.
Hasta ahora la población de Zimbabwe se manejaba para sus
compras diarias recurriendo al dólar estadounidense o al rand sudafricano. La
moneda nacional, el dólar de Zimbabwe, simplemente se consideraba como un papel
de evaporación instantánea.
En medio de la situación compleja que hemos descripto
precedentemente, el gobierno de Zimbabwe acaba de prohibir el uso de moneda
extranjera en las transacciones locales, obligando a todos a utilizar -en
cambio- el mencionado dólar de Zimbabwe. El anuncio ha causado un enorme
malestar en la población. Ocurre que el dólar de Zimbabwe, en el medio año que
ya ha transcurrido ha perdido nada menos que el 50% de su valor. Hasta ahora,
los supermercados operaban en dólares norteamericanos, como fórmula para evitar
lo que de otra manera conduce inevitablemente a una remarcación constante de
los precios, si estos se expresan en moneda local.
Como sucediera en la Argentina hasta no hace mucho, en
medio de un caótico clima de inflación, las autoridades gubernamentales se
financiaban normalmente con sus tesorerías pidiendo préstamos al Banco Central.
En un escenario como el de Zimbabwe, esto es simplemente tirar más leña al
fuego. Por ello, el Fondo Monetario Internacional, como contrapartida de su
asistencia, exige que esa práctica malsana deje de ser utilizada.
HIPERDECLINACION
Zimbabwe tiene ya casi 17 millones almas que conforman
una población cuya tasa de crecimiento vegetativo está en caída y cuya tasa de
mortandad está, en cambio, creciendo. Este es el resultado del tremendo
deterioro sanitario de los años en los que se materializaran las lamentables
gestiones de Mugabe y de sus sucesores inmediatos.
La de Zimbabwe es, queda visto, una triste historia
social reciente, de imparable declinación en todos los frentes.
Ella, que era ciertamente de anticipar, no puede dejar de
ser tenida en cuenta desde que ha sido generada por impacto de los
resentimientos y por la notoria incapacidad de gestión que, acompañada por una
ola enorme de extendida corrupción, se abatió implacablemente sobre el que
alguna vez fuera uno de los países más ricos del Continente Negro.
Su decadencia no ha sido -para nada- casual, sino hija de
los gigantescos desaciertos políticos y, sobre todo, del terrible azote social
al que, con frecuencia, llamamos: corrupción. Fenómeno trágico, que en Zimbabwe
ha perdurado en el tiempo. Más allá de las turbulencias y de los cambios
políticos, para desgracia de su propio pueblo.