RÍO DE JANEIRO - La crisis venezolana es el tema que mejor desnuda la enfrentada política externa del nuevo gobierno de Brasil, en que por lo menos cuatro autoridades intentan dictar los rumbos, marginando la diplomacia tradicional.
La solución para la crisis vendría si otro país le ofrece
a Cuba el petróleo que le suministra
Venezuela, según el vicepresidente
brasileño, Hamilton Mourão, un general retirado del Ejército, quien cifró ese
aporte en “unos 120.000 barriles diarios”, aunque en la actualidad sería
inferior, según especialistas.
Eso permitiría la
retirada de 20.000 cubanos que controlan las milicias y los servicios de
inteligencia venezolanos e impiden la libre manifestación de las Fuerzas
Armadas, actores determinantes en la crisis, sostuvo a corresponsales
extranjeros en un diálogo el 15 de julio
en Río de Janeiro.
Mourão fue agregado militar de la Embajada brasileña en
Caracas entre 2002 y 2004, experiencia que le asegura autoridad en lidiar con
lo que denomina “caso clásico de cómo destruir un país”, donde defiende una
solución interna con elecciones libres pero no cree en “un desenlace a corto
plazo”.
En consecuencia, el vicepresidente encabezó la delegación
brasileña a la reunión del Grupo de Lima, foro de 14 países americanos que
impulsan una salida democrática a la crisis venezolana, en Bogotá el 25 de
febrero.
Mourão sustituyó al ministro de Relaciones Exteriores,
Ernesto Araújo, tendiente a seguir las posiciones de Estados Unidos, que
comprendían incluso la intervención militar en Venezuela, rechazada por los
militares retirados que integran el gobierno brasileño de extrema derecha.
Observadores consideran el canciller, un fervoroso
admirador del presidente estadounidense Donald Trump, “bajo tutela” de los
militares por lo menos en relación al país vecino, situación que se consolidó
tras el fracaso de la alternativa de Juan Guaidó, el presidente de la
legislativa Asamblea Nacional venezolana.
Guaidó se autonombró presidente encargado de Venezuela,
en enero, en abierto desafío a gobierno de Nicolás Maduro, y fue reconocido por
algo más de 50 países, Brasil entre ellos. Pero el escenario cambió cuando el
30 de abril protagonizó un oscuro episodio, con un intento fracasado de
rebelión militar y popular, con apoyo estadounidense y franca adhesión de
Araújo, pero el abierto escepticismo de Mourão.
Al nombrar por afinidad ideológica al canciller Araújo,
un diplomático de escasa experiencia, Bolsonaro rompió la tradición brasileña y
relegó el papel de un servicio diplomático respetado en el mundo, conocido por
el nombre de su sede, Itamaraty.
En otro golpe a la diplomacia, Bolsonaro anunció el 12 de
julio su intención de designar a su hijo Eduardo Bolsonaro como embajador en
Estados Unidos, el puesto más importante de la carrera, vacante desde fines de
2018 y usualmente encomendado a diplomáticos hábiles y veteranos.
Al parecer, el presidente esperó que el hijo cumpliera el
11 de julio 35 años, edad mínima para un embajador, para nombrar el nuevo
representante ante Washington.
Diputado elegido con una votación récord de 1,8 millones
de votos en São Paulo, el tercer hijo político del presidente siempre manifestó
su preferencia por escenarios internacionales. Habla varias lenguas y estudió
en Estados Unidos.
En la Cámara de Diputados obtuvo la presidencia de la
Comisión de Relaciones Exteriores y casi siempre acompaña el padre en los
viajes internacionales.
En una de esas visitas, a Chile, opinó que “el uso de la
fuerza será necesario” en Venezuela, ya que Maduro, es “un criminal” y no
dejará el poder pacíficamente, en una entrevista con el diario La Tercera, el
22 de marzo.
El vástago del presidente también encabeza la sucursal en
América Latina de El Movimiento (The Movement), una concertación internacional
de la extrema derecha, o populismo radical como lo llaman muchos, que promueve
Steve Bannon, exasesor de Trump.
No sería un representante de la nación brasileña, papel
de un embajador, sino un delegado personal de Bolsonaro junto a Trump,
criticaron políticos, diplomáticos jubilados y analistas. También se trataría
de impulsar esa internacional ultraderechista.
Eduardo Bolsonaro es el tercer miembro del poder en
Brasilia, junto con su padre presidente
y el canciller, en alineamiento automático con el Estados Unidos de Trump, que
encuentra en el vicepresidente un contrapunto en política exterior.
“Debemos adoptar una posición flexible y pragmática”, para
“no quedarnos presos a una sola línea de acción y relacionarnos de Estado con
Estado”, reiteró Mourão a los corresponsales extranjeros, tras decir lo mismo
en una charla en la Fundación Getulio Vargas, institución privada de enseñanza
e investigación económica, en Río de Janeiro.
Su consigna debería orientar la posición brasileña tanto
en la “guerra comercial” entre Estados Unidos y China como en los conflictos
existentes en Medio Oriente y otras partes del mundo, dijo.
Sus frecuentes declaraciones públicas en los primeros
meses del gobierno, iniciado el 1 de enero, muchas veces contradiciendo el
Bolsonaro en sus manifestaciones radicales o dañinas al interés nacional,
generaron protestas de los seguidores fieles del presidente.
En el mismo enero,
Mourão desmintió la transferencia de la embajada brasileña en Israel de
Tel Aviv a Jerusalén, prometida por Bolsonaro a grupos de confesiones
evangélicas. De hecho la mudanza no se hizo, en parte por presiones de
productores de carne, especialmente de pollo, que temen perder sus
exportaciones a países árabes.
El vicepresidente también se puso en contra de la
ampliación del porte de armas en manos de civiles, que el presidente intentó
promover con decretos rechazados por el legislativo Congreso Nacional o el Supremo
Tribunal Federal.
Además dijo que le toca a las mujeres decidir sobre el
aborto, provocando la ira de los religiosos fundamentalistas que constituyen
una sólida base electoral de Bolsonaro.
“Traidor” fue como los bolsonaristas, incluso
parlamentarios, calificaron a Mourão en mensajes que proliferan en medios
digitales. No faltaron quienes veían en las manifestaciones del vicepresidente
una conspiración para destituir al titular y alzarse a la presidencia.
En las últimas semanas Mourão redujo su presencia en los
medios de comunicación, cumpliendo un pedido público del mismo Bolsonaro.
Rompió su silencio en el encuentro con los corresponsales en Río de Janeiro.
“Mi rol es ayudar al presidente en comunicación con
grupos que él mismo no puede alcanzar, como parlamentarios de oposición”,
definió.
Pero es en política exterior que sus funciones cobran
relieve, incluso por las visiones
sesgadas de sus “competidores” en esa área, el canciller religioso y
“antiglobalista”, el diputado Bolsonaro, activista del Movimiento de Bannon, y
el presidente alineado con gobiernos ultraderechistas como los de Hungría,
Israel, Italia y Polonia.
Mourão visitó China en mayo, donde trató de reactivar la
Comisión Sino-brasileña de Alto Nivel de Concertación y Cooperación (Cosban),
negoció la reanudación de las importaciones chinas de carnes de algunos
frigoríficos brasileños antes descalificados.
La misión también despejó desconfianzas chinas en
relación al gobierno de Bolsonaro, que durante la campaña electoral hizo duras
críticas a China, acusándola de pretender “comprar el país” en lugar de sus
productos, y visitó Taiwan.
China “no puede admitir inestabilidad social” al tener
1.400 millones de habitantes y es un mercado creciente para alimentos
brasileños, destacó Mourão. El comercio bilateral alcanzó 98.900 millones de
dólares en 2018, con superávit brasileño de 29.500 millones de dólares.
El problema es un intercambio totalmente asimétrico.
Brasil exporta casi solo minerales, petróleo y soja, mientras importa
principalmente bienes industriales y tecnológicos de China.
A Mourão le toca también restablecer comisiones
bilaterales con Rusia y otros países, como Nigeria.
***Edición: Estrella Gutiérrez