Vientres de falsas embarazadas, pechos operados con bolsas de polvo blanco dentro, piernas de muñecos de tu bebé... Todos los lugares insospechados donde los correos humanos del narco esconden droga. El peluquín de Barcelona sólo es un escondite más.
A sus 67 años, el hombre del peluquín nunca había tenido
nada que ver con drogas. Natural de Buga, la ciudad que alberga al Cristo de
los Milagros, la imagen más venerada de Colombia, fue un apretón económico lo
que le empujó a buscar una salida que proporcionara dinero rápido. Se puso en
contacto con una de tantas redes que existen en el departamento del Valle del
Cauca, siempre ávidas de contratar novatos sin antecedentes judiciales y con
apariencia de no haber roto un plato en su vida para que les sirvan de correos
humanos.
El 17 de junio abordó el Avianca 28 de Bogotá a
Barcelona. A las 19.30 del día siguiente aterrizaba, cabeza erguida, en la
capital catalana. Se puso la gorra encima del abultado postizo, pero enseguida
a la Policía le llamó la atención «su notable estado de nerviosismo y el
desproporcionado tamaño del peluquín». Con un gesto, le pidieron acercarse.
Primera vez que viaja a España. Va en calidad de turista
«a pasar unos días», dice a los agentes, con algo menos de 1.000 euros en
metálico.
-¿Lleva peluquín? -preguntan.
-No -responde.
No le creen. Se quita la gorra, se levanta el postizo y
deja al descubierto «un paquete precintado, perfectamente adherido a su
cabeza», según el comunicado policial. Allí no aparecieron algunas expresiones
que se oyeronb: ¡Ahora sí que se le va a caer el pelo!
Lo cierto es que el hombre del peluquín ocultaba 503
gramos de polvo blanco, equivalente a 30.000 euros en el mercado español. Según
declaró al verse cazado, él es sólo una mula ocasional, «por necesidad».
-¿Tiene un contacto en España para recibir la droga? -le
inquirieron.
-No -contestó él. Y explicó que tenía que «esperar a que
alguien contacte».
Lo cierto es que el peluquín de Barcelona es sólo un
escondite más. Y ni siquiera su destino es el más buscado por quienes se
deciden a sacar cocaína de Colombia en pequeñas cantidades. «Madrid es la
capital de las mulas, con diferencia del resto», explica el patrullero
destinado a la unidad antinarcóticos de la Policía Nacional de Colombia del
aeropuerto Eldorado de Bogotá, Jairo Anaya, experto en cazarlas. Le siguen
Amsterdam y México DF, dos destinos «críticos». A mayor distancia, siguen
Barcelona y otras ciudades.
Pero es imposible atajarlas a todas. Por el aeropuerto de
la capital colombiana, principal punto de embarque de correos humanos del
planeta, pasaron 32 millones de pasajeros el año pasado. Tres mil personas por
los arcos de seguridad en los momentos de mayor afluencia. Es lógico que unos
coronen.
«Aquí vemos de todo», indica el teniente coronel Jhon
Chavarro. Entre las rarezas, el policía Anaya recuerda a la chica de la barriga
falsa. De por sí, explica a Crónica, el hecho de viajar con un embarazo
avanzado levanta sospechas.
«Siempre estamos pendientes de ellas. Con la rusa no fue
fácil, nunca lo es con las extranjeras», explica. Pidió la documentación para
probar que esperaba un bebé y le escamó que sólo había permanecido cuatro días
en Bogotá. Algo no cuadraba. La condujo a la sala que alberga el Body Scan
(escáner corporal). La radiografía la dejó al descubierto. «Estaba embarazada
de cuatro kilos de cocaína», rememora el sargento Romero, recién retirado y
testigo de incontables casos. «Como los mejores expertos cinematográficos, le
crearon una barriga de látex perfecta. Parecía una auténtica mujer encinta. La
detuvieron por la pericia del agente, hizo una buena identificación».
Más impresión causó el hallazgo de 1.434 gramos en los
pechos implantados a una ciudadana mexicana. «Siempre nos fijamos en su estado
anímico, la ansiedad, el aspecto físico, los gestos de dolor, la forma de
caminar, notorio todo cuando le han hecho una cirugía reciente para ponerle las
prótesis rellenas de droga», apunta el teniente coronel Chavarro. «Ponen en
riesgo sus vidas».
A la mujer, de iniciales G.P. L., debieron trasladarla a
un hospital y retirarle los implantes. Igual ocurrió con un homosexual que se
había operado los glúteos para rellenarlos con 250 gramos de coca líquida.
Y todo por cantidades ridículas en comparación a los
enormes riesgos que asumen. Por regla general rondan los 700 o 1.000 euros, que
debieron prometer al del peluquín, y pueden subir hasta los 2.500 si la
cantidad que transportan es mayor.
Quizá esa cifra es la que aspiraba a embolsarse A.R.G.,
mexicano de unos 35 años, estatura media, fornido, pelo negro, aspecto
deportivo. Pero le traicionaron los nervios. Uno de los «perfiladores» de la
Policía, encargado de escrutar filas de pasajeros, advirtió que era un manojo
de nervios, más de lo normal incluso entre quienes tienen miedo a volar. Le
abordó.
«¿Qué vino a hacer en Colombia?». Más inquieto aún.
«Bonitas las playas de Bogotá», balbuceó. Una sola frase, un estúpido desliz
sobre una capital en medio de los Andes, a 2.600 metros sobre el nivel del mar.
«Acompáñeme», ordenó el agente. Radiografía en el Body Scan y cacheo posterior:
1.580 gramos adheridos al cuerpo.
En febrero pasado condenaron en Nueva York a un veterinario
colombiano que utilizaba perros de buena raza para traficar heroína a
Norteamérica. Les inyectaba 250 gramos por vía subcutánea unos 15 días antes de
emprender el viaje, «y aplicaba a los animales azul de metileno para que la
herida no dejara rastro», contó a Crónica un experto antinarcóticos. Una vez
curados, los mandaban en avión a Estados Unidos con la fachada de asistir a
concursos caninos. Pero dos perros murieron en uno de los trayectos y la
artimaña quedó al descubierto.
Otros escondites: muñecas con forma de bebé, dentro de
colecciones de zapatos... «Ingenian de todo», comenta el patrullero Anaya, que
ha logrado capturar a 22 mulas. Las últimas, esta semana. Fue uno de los perros
que trabajan con ellos, el que olisqueó el equipaje de una pareja homosexual,
que viajaban de turismo a España acompañados de sus respectivas madres, y
señaló que había droga. Lo revisaron y encontraron cocaína líquida en frascos
de perfume. Las mujeres rompieron a llorar, sorprendidas por el hallazgo, y uno
de los chicos se abrazaba a su madre desconsolado, pidiéndole perdón. Al
parecer, ninguna de las dos sabía nada.
«Recuerdo un día que me fijé en un hombre que vestía
pantalón amarillo y lucía pelo largo. Le pregunté a qué se dedicaba y me dijo
que era actor», rememora quien ha visto muchas formas de esconder la coca,
hasta bajo el peluquín. No encajaba la profesión con su pasaporte novísimo, la
confesión de que era su primera salida al extranjero y que alguien
indeterminado le había costeado el vuelo. Lo mandó al Body Scan. «Había
ingerido 36 cápsulas y por llevarlas no le pagaban más del equivalente a 1.000
euros. Poco dinero y alto riesgo».
***Fotos:https://www.elmundo.es/cronica/2019/07/31/5d3b39effc6c833a108b4638.html