Transformar la sociedad exige dejar de lado elitismos y esnobismos. Es indispensable reconocer los espacios de resistencia. Hay que romper con el atontamiento y la rutina que nos impone la vida cotidiana. La popular miniserie Chernobyl, producida por HBO este año, es un ejemplo provocador.
Esta miniserie narra el drama del accidente nuclear
acontecido en Ucrania en 1986. Los debates alrededor de la serie son variados,
desde qué tan preciso es el relato hasta la cantidad de influencers que visitan
el lugar para tomarse fotos en la zona de exclusión. También existen
discusiones más interesantes, como la influencia de la comunicación política de
la Unión Soviética en esta época de posverdades. En mi caso, encontré en Chernobyl un discurso político
que apela a la rebeldía contra los que no soportan el peso de la verdad.
El subtexto que presenta la serie es especialmente
enriquecedor en la discusión que los ciudadanos críticos tienen día a día con
los que ostentan el poder, ya sea estatal o económico, o con los fanáticos de
algún mesías político de turno: ¿está mal criticar? ¿Debemos parar de buscar la
verdad y aceptar sin objeción o sospecha la narrativa oficial del poder?
Chernobyl, además de contar la historia de la tragedia
nuclear, desarrolla la interacción entre los políticos de la Unión Soviética y
los científicos nucleares. Los políticos, por su lado, trataban de resolver el
problema de percepción; mientras que los científicos buscaban resolver la
tragedia nuclear. Esta es la dinámica más común en cualquier tipo de gobierno,
una dinámica en donde mantener el poder o la percepción del mismo no siempre va
de la mano con la resolución de problemas, ni mucho menos de la verdad.
El crimen de saber
En el primer minuto de la serie se escucha la voz del
científico Valery Legásov, quien estuvo a cargo del control de la crisis
nuclear, mientras habla a una grabadora y expone una situación social, en la cual
mentir se ha convertido en la forma más efectiva de hacer política: “¿Cuánto
cuestan las mentiras? El riesgo no es que las confundamos con verdades. El
peligro es que tras escuchar tantas mentiras ya no podamos reconocer la verdad.
¿Qué hacemos entonces? ¿Queda algo que no sea abandonar la esperanza y
contentarnos con historias, narrativas, cuentos?"
Sabemos que la dinámica comunicacional del poder consiste
en establecer una versión de la realidad que se acomode a sus intereses: su
verdad. El problema que figura en algunas formas de establecer percepciones es
cuando el poder pretende eliminar de forma violenta y antidemocrática cualquier
idea que no le sea funcional y desaparecer a toda costa las voces que reclaman
la verdad.
En épocas en que la sociedad está saturada de
frustraciones, informaciones y mentiras, las ilusiones de algo nuevo y mejor
son un narcótico potente para calmar ansiedad de una nación. Es entonces donde
exponer la inviabilidad de las propuestas de los supuestos salvadores del pueblo
se vuelve un atentado a los sueños de las mayorías, cuestionar el poder te
vuelve “enemigo del pueblo”, el conocimiento y la verdad se vuelven crímenes
contra las esperanzas de un “futuro mejor”.
Actualmente vemos periodistas en continuo enfrentamiento
con tropas digitales y políticos, la sustitución de especialistas en políticas
públicas o temas de Estado por personajes populares que actúan como meros
replicadores del discurso oficial o los intereses de una clase económica
dominante promocionados como “intereses de nación”. Ya no importa quién tiene
la verdad, sino quién logra repetir más veces su versión de la realidad.
La importancia de la disidencia
Unos minutos después de la grabación, Legásov se suicida.
Luego la serie nos mostrará que el oficialismo lo había matado socialmente años
atrás, por el crimen de saber y defender, desde la ética y humanismo, la
verdad. Con su suicidio pareciera que ha cedido a la desesperanza que trae
querer mostrar la verdad a una población o un grupo de políticos empecinados
con tener la razón. Pero en una acción de encantadora resistencia, decide dejar
un paquete de grabaciones contando la realidad de los hechos que provocaron la
crisis en Chernóbil.
A Legásov lo acompaña Ulana Khomyuk, una física nuclear
que se da la tarea de advertir los errores que se están cometiendo en el
proceso de control de la crisis. Recopila información para encontrar las
auténticas responsabilidades de la tragedia e insiste en la necesidad de contar
la verdad. Ambos representan la relevancia de quienes están dispuestos a
arriesgar todo por construir un camino de verdad hacia una sociedad justa.
Ninguno de los dos es retratado como héroe, los dos son víctimas de sus propios
miedos e impotencia, e incluso cometen errores propios en lo político, pero
revelan una forma de disidencia profundamente revolucionaria. No es una
disidencia mediática o superficial, que se resuma a entrar en conflicto con
personas o grupos de poder para quedar bien con otros grupos de poder; sino una
continua sospecha a cualquier poderoso; una visión crítica que, desde la
nobleza que involucra la preocupación por los otros, busca corregir lo que sea
necesario, las veces que sea necesario.
Una sociedad diferente requiere de disidencia al poder, a
cualquier tipo de poder. Personas que mantengan la esperanza en que la política
requiere, más allá de buenas intenciones o ideas aparentemente innovadoras, un
compromiso inalienable con la verdad y con el bienestar colectivo por sobre los
intereses de unos pocos.
Los científicos soviéticos que retrata Chernobyl tenían
claridad de que la sociedad que querían no era una en donde una mentira en
favor del poder pusiera en peligro a la humanidad entera. Expusieron el error
cometido por el gobierno en la central nuclear y alertaron que el mismo error
se había cometido en el resto de las centrales nucleares y que si no lo
corregían, la tragedia volvería a repetirse.
El compromiso ético mostrado por los científicos los
enfrentó no solo con el gobierno, sino contra ellos mismos y el amor compartido
por el proyecto político de la Unión Soviética. Su lucha por mostrar la verdad
no se reducía a un interés individual de figurar o venderse como “los
rebeldes”, tampoco asumían neutralidad ideológica ante el poder; los
científicos eligieron un lado, apostaron a la verdad teniendo como brújula
política su compromiso con la justicia social y la humanidad.
Hemos visto demasiados Chernóbil políticos como para que
ahora el poder nos quiera amenazar o convencer con que el silencio y la fe
ciega en ellos sea el mejor camino. A los gobernantes hay que cuestionarles
todo, las veces que sean necesarias.
***Carmen Tatiana Marroquín es feminista. Licenciada en
economía, con estudios de posgrado en finanzas. Posee experiencia profesional en supervisión del sistema
financiero y se desempeña actualmente como analista técnica en temas fiscales para el Órgano Legislativo.