Macron, Johnson y Tusk alertan del riesgo de las escaladas de aranceles Las guerras comerciales en curso, que amenazan con arrastrar al mundo hacia una peligrosa recesión, se han colocado en el centro de las discusiones de la cumbre del G-7 que se celebra en Biarritz.
El anfitrión del encuentro de las siete potencias
económicas democráticas, Emmanuel Macron, trató ayer de apaciguar los ánimos,
en especial los de su homólogo estadounidense, Donald Trump, e instó al resto
de líderes a buscar soluciones en un espíritu de cooperación. También el primer
ministro británico, Boris Johnson, se dijo dispuesto a interceder ante Trump
para que rebaje su presión sobre China .
Alérgico al multilateralismo y a los formatos
diplomáticos que constriñen a la superpotencia norteamericana, Trump abandonó
Washington, la noche del viernes, con una de sus habituales provocaciones y
usando un lenguaje desabrido. En sus breves palabras antes de subir al
helicóptero en la Casa Blanca, el presidente advirtió a Francia de que si
persiste en su empeño de imponer un impuesto –equivalente al 3% de su
facturación en el país– a los gigantes de la economía digital, como Google,
Estados Unidos impondrá en represalia fuertes aranceles, “como nunca han visto
antes”, a los vinos franceses.
Macron reaccionó con elegancia al desafío de Trump. Tras
aterrizar este primero en Burdeos, a bordo del Air Force One, y luego en Biarritz
–tras cambiar a un avión más pequeño–, Macron y Trump almorzaron juntos, sin
consejeros ni intérpretes, en una mesa adornada por un bouquet de rosas de la
terraza del Hôtel du Palais, el histórico albergue de lujo, frente a la bahía,
donde pernoctan los líderes. Según el Elíseo, la comida fue “improvisada”,
aunque hubo interés en que tuviera repercusión mediática. Se permitió que se
acercara un pequeño grupo de reporteros, que grabaron las declaraciones a
distancia, con una calidad sonora discreta. A unos metros, en otra mesa,
compartieron mantel altos cargos de los dos gobiernos como el consejo de
Seguridad Nacional norteamericano, John Bolton, y el ministro galo de Asuntos
Exteriores, Jean-Yves Le Drian.
Al presidente francés, que habló en su idioma y también
en un fluido inglés, se le vio mucho más cómodo que a Trump en la distancia
corta. Macron resumió los objetivos de la cumbre y enumeró las crisis
internacionales que serían tratadas, como las de Siria, Ucrania e Irán.
“Hablaremos también de las cuestiones económicas para que las cosas puedan
apaciguarse”, dejó caer el inquilino del Elíseo, sin especificar. Macron
admitió que entre ambos mandatarios subsisten importantes divergencias, por
ejemplo sobre el cambio climático. Trump solía asentir con la cabeza, con
semblante un poco aburrido, y cuando le llegó su turno dijo vaguedades, con
cierta desgana. “Nos entendemos bien”, subrayó, y recordó el primer encuentro
que tuvieron, en el restaurante de la torre Eiffel, hace dos años. El líder
norteamericano elogió el buen tiempo en Biarritz y la belleza del lugar, y
recordó que a Estados Unidos le corresponde organizar el G-7 el próximo año.
Antes de la comida con Trump, Macron había remachado ya,
en una alocución televisada dirigida al pueblo francés, el mensaje de que la
reunión de Biarritz debería servir para frenar la actual dialéctica de
enfrentamiento en el ámbito comercial. El anfitrión expresó su deseo de querer
“convencer de que las tensiones comerciales con malas para todos” y de que lo
que deberían hacer sería tomar medidas para fortalecer el crecimiento.
También se refirió a las guerras comerciales el británico
Johnson. Abordará el asunto con Trump en la entrevista bilateral que mantendrán
esta mañana. El premier británico se mostró “muy preocupado sobre cómo va el
crecimiento del proteccionismo y de los aranceles”. “No olviden que el Reino
Unido está en riesgo de verse implicado en esto”, dijo Johnson al llegar a
Biarritz, y alertó de que quienes esgrimen los aranceles son los culpables del brusco
deterioro de la economía mundial. “Quiero ver una apertura del comercio mundial
–insistió Johnson–, quiero ver una disminución de las tensiones, quiero ver los
aranceles desaparecer”.
Sobre las guerras comerciales también ofreció su opinión
el presidente saliente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, invitado
fijo en estas cumbres. A su juicio, este G-7 es “un difícil test de unidad y de
solidaridad”. Tusk alertó del riesgo que supone para la economía europea y
mundial el hecho de que Trump pueda estar empleando los aranceles “como
herramienta política”. Dejó entender con ello que gran parte de la polémica
podría atribuirse a intereses electoralistas de cara a la campaña de la
reelección en el 2020. Tusk sí reconoció que la agresividad económica china
supone un problema. “Es el mayor reto para todos nosotros, por muchas razones”.
El dirigente europeo aprovechó una pregunta de la prensa
para dar un toque a Londres y a su flamante primer ministro. Dejó muy claro que
la UE sólo escuchará, a propósito del Brexit, “ideas operativas, realistas y
aceptables”. Tusk lanzó el aviso al flamante premier Johnson para que “no pase
a la historia como Míster No Deal (No Acuerdo)”.
Los asuntos calientes a nivel planetario son tantos, y
los criterios sobre cómo encararlos tan diversos, que el formato del G-7
(integrado por Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia e
Italia) aparece hoy a todas luces insuficiente. Hay tres invitados invisibles
de los que todos hablan: China (por las guerras comerciales y su influencia
global), Rusia (por su condición de superpotencia nuclear y su papel en las
crisis de Ucrania, Siria e Irán) y Brasil (por el cambio climático y la
imparable deforestación de la Amazonia).
Sabedor de que el G-7 es un foro cuestionado, y de las
molestias que su organización está causando a los habitantes y comerciantes de
Biarritz, Macron trató de justificar la cumbre en su mensaje televisado.
Prometió “una reunión útil e importante” y resaltó que sus participantes
“comparten los mismos valores democráticos” a pesar de sus discrepancias
puntuales. Según el presidente, uno de los objetivos del encuentro es “proteger
la paz en el mundo”, trabajando para buscar una solución a situaciones como la
de Siria, Ucrania o Libia, o al menos para evitar que se deterioren aún más.
Macron querría que esta cumbre dejara huella en el
terreno del medio ambiente. Anunció, por sorpresa, dos iniciativas tendentes a
reducir la contaminación y a eliminar los desechos en los océanos. La primera
sería el compromiso de los grandes buques cargueros a aminorar la velocidad
para emitir menos gases de efecto invernadero y a evitar la ruta del Polo
Norte. La otra concierne a la industria textil, a la que responsabilizó de
contaminar más que el transporte aéreo y de una parte muy significativa de los desechos
en los océanos.
Sobre la rápida deforestación de la Amazonia, Macron
enfatizó que ese pulmón verde del planeta “es nuestro bien común” y que Francia
se ve directamente afectada y es muy sensible al problema porque uno de sus
departamentos de ultramar, la Guayana francesa, comparte selva amazónica y es
fronteriza con Brasil. “Somos amazónicos”, afirmó el presidente, en una
intervención al aire libre, con el océano atlántico y los elegantes edificios
de la bahía de Biarritz a sus espaldas.
Cena en el faro y playa vacía de surfistas
Emmanuel Macron es muy detallista a la hora de cumplir
con el protocolo y de organizar actos internacionales. Para la cena informal de
bienvenida de los líderes del G-7, ayer, escogió el faro de Biarritz, situado
en un promontorio rocoso, en la punta de Saint-Martin, que domina la ciudad. El
faro, en servicio desde 1834, tiene una altura de 47 metros. Su haz luminoso
puede verse a una distancia de 48 kilómetros. Algunos han visto la elección del
faro como simbolismo sobre la necesidad de que los mandatarios encuentren la
luz ante las múltiples crisis mundiales que acechan. La cena de hoy sábado, con
los cónyuges y otros invitados –entre ellos Pedro Sánchez– tendrá lugar en el
Hôtel du Palais, el albergue de lujo donde se alojan, un edificio muy suntuoso,
en el que acaban de hacerse unas obras de rehabilitación. El edificio fue
levantado en la época de Napoleón III para su esposa, Eugenia de Montijo. Se
rumoreó que Donald Trump no quería pernoctar allí y prefería hacerlo en un
portaaviones, pero resultó ser falso. El presidente estadounidense durmió en
una de las suites más bellas, en el ala sur, con vistas a la playa, estos días
totalmente vacía de bañistas y surfistas, una imagen inédita, forzada por la
extrema seguridad.