Varios estudios muestran que las mujeres son más altruistas y cooperativas , más reacias al riesgo y menos confiadas, e implican menos corrupción si ocupan los parlamentos. Cuando acceden a cargos de poder, sus políticas invierten más recursos en salud y educación.
“El hombre, como buen simio, es animal social y en él
priva el amiguismo, el nepotismo, el chanchullo y el comadreo como pauta intrínseca
de conducta ética”, argumentaba.
Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento
El mundo ha recorrido un largo camino desde el movimiento
sufragista: hoy las mujeres no sólo votan, sino que ocupan posiciones de poder
en muchas partes del mundo. Varios países están dirigidos por mujeres: Sheikh
Hasina en Bangladesh, Angela Merkel en Alemania, Saara Kuugongelwa en Namibia y
Jacinda Ardern en Nueva Zelanda, por nombrar unas pocas.
Se trata de un cambio bienvenido, pero queda mucho para
alcanzar la igualdad de género en los gobiernos nacionales de todo el mundo. En
el 2019, menos de un tercio de todas las parlamentarias del mundo son mujeres.
Solo tres de 193 países (Ruanda, Cuba y Bolivia) tienen al menos un 50% de
mujeres en el Parlamento. España (más de un 40%) ocupa el décimo tercer lugar
en esa lista.
¿Son los hombres y las mujeres tan diferentes?
Charles Darwin, en su libro El origen del hombre, no sólo
observa que los dos géneros son diferentes, sino que elogia a las mujeres por
ser menos egoístas que los hombres: “La mujer parece diferir del hombre en
cuanto a disposición mental, principalmente en su gran ternura y su menor egoísmo
(...), el hombre (...) se deleita en la competencia, y esto lo conduce a la
ambición, la cual se convierte fácilmente en egoísmo”. A menudo se saca a
colación la naturaleza acogedora de las mujeres y se habla de solicitud
maternal.
Sea cierto o no ese rasgo, un importante número de
investigaciones proporcionan pruebas científicas de que las mujeres se
comportan de modo diferente a los hombres en muchos entornos socioeconómicos.
Por ejemplo, una serie de estudios ha documentado que las mujeres son más altruistas
y cooperativas, menos competitivas y más oportunistas, más reacias al riesgo y
menos confiadas. Según sostiene el gran éxito de ventas de John Gray Los
hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, la mayor parte de los problemas
de las relaciones interpersonales surgen porque hombres y mujeres tienen
diferentes disposiciones psicológicas.
Sin embargo, la pregunta es si esa diferencia es lo
bastante grande como para que veamos un cambio en lo que respecta a la
corrupción de un país cuando ponemos a las mujeres en el poder. Al fin y al
cabo, como observa Ruiz Zafón, la corrupción es parte intrínseca de nuestra
conducta ética. En octubre del 2018, el primer ministro etíope Abiy Ahmed
anunció que la mitad de su Gabinete estaría formado por mujeres porque “las
mujeres son menos corruptas que los hombres”. El Gobierno peruano, convencido
de ello, empezó en el 2000 a reclutar mujeres para la policía encargada del tráfico.
Un estudio realizado al cabo de diez años proporcionó algunas pruebas de que la
medida funcionaba; los entrevistados respondieron que consideraban a las
mujeres menos corruptas que a los hombres y que las agentes habían reducido
realmente la corrupción. De modo interesante, algunas de las agentes de policía
respondieron que aceptar un soborno equivalía a un acto de prostitución y que
nunca lo harían.
No hay ningún país del mundo libre de corrupción. Nueva
Zelanda y Noruega son los menos corruptos; y Guinea Ecuatorial y Somalia, los
más corruptos
El estudio también puso de manifiesto que las promociones
y los ascensos seguían siendo difíciles para las agentes. Esto ha conducido a
algunos estudiosos a sostener que semejante estrategia quizá no funcione a
largo plazo. Por ejemplo, Anne Goetz escribe: “las mujeres no se amoldarán
pasivamente a las nociones idealizadas de una mayor naturaleza moral cuando
tengan familias que alimentar y puedan ganar dinero con cargos públicos”.
Además, ¿no podemos nombrar todos a unas cuantas políticas corruptas de todo el
mundo cuyos nombres han aparecido en la prensa? Con todo, lo probable es que
también sea cierto que por cada una de esas políticas corruptas seamos capaces
de nombrar a varios varones. No es nuestro objetivo dejar la pregunta sin
responder, ofreceremos nuestro veredicto, pero antes necesitamos hablar de qué
es la corrupción y de cómo medir-la.
El problema con la corrupción
En realidad, la corrupción definida como el “abuso del
poder público para beneficio privado” no es fácil de medir. Resulta difícil conseguir
datos significativos sobre cualquier tipo de actividad delictiva, ya sea
tráfico de drogas, inmigración ilegal, robos o corrupción. Si se le pregunta a
un delincuente, no es probable que admita que está involucrado en ese tipo de
actividades. En consecuencia, es muy posible que, al analizar las estadísticas
de diferentes países, un país con una mayor aplicación de las leyes y mejores
servicios de información acabe mostrando más delitos o más corrupción que un
país donde los hábitos relacionados con el cumplimiento de la ley no sean tan
buenos.
Una de las mejores fuentes de datos sobre corrupción es
el Banco Mundial. Todos los años asigna una puntuación a más de 200 países del
mundo, el llamado Índice de Control de la Corrupción (ICC). Para establecer esa
puntuación el Banco Mundial utiliza datos procedentes de encuestas diseñadas
para detectar las percepciones de familias, representantes empresariales,
organizaciones no gubernamentales y organismos del sector público en relación
con la prevalencia de la corrupción en diferentes sectores del país, como la
política, la judicatura, la policía, diversas oficinas gubernamentales, las
aduanas y los impuestos, y otros ámbitos más. Algunas de las preguntas
utilizadas para confeccionar ese índice son: “¿Está generalizada la corrupción
del Gobierno?” o “¿Cuántos jueces y magistrados considera que están implicados
en casos de corrupción?”.