El presidente pidió ayuda a Australia para investigar los orígenes del Rusiagate.
Su empeño en perseguir teorías de dudosa base sobre los
orígenes de la trama rusa en las elecciones del 2016 o pedir a gobiernos
extranjeros que le ayuden a buscar basura política contra sus rivales ha puesto
a Donald Trump en las puertas de un proceso de destitución pero el presidente
no está dispuesto a renunciar a esas tácticas, al contrario.
La Casa Blanca, en colaboración con el Departamento de
Justicia, ha intensificado sus gestiones para presentar cuanto antes al público
su propio relato de cómo se gestó el Rusiagate. A su juicio, todo fue un
montaje ideado por sus rivales políticos con ayuda de las cloacas del Estado
para perjudicar su candidatura en el 2016. La Administración Trump abrió hace
unos meses una “investigación a los investigadores” y la justicia está
interrogando a los empleados del FBI y la CIA implicados en las pesquisas
originales. Presentará los primeros documentos en unas semanas, a tiempo para
pesar sobre la opinión pública en pleno proceso de impeachment .
Pompeo bloquea las citaciones del Congreso para que
varios altos cargos testifiquen sobre Ucrania
En una reciente conversación telefónica, Trump pidió
ayuda al primer ministro de Australia, Scott Morrison, no para pedirle que la
justicia de su país indagara sobre rumores varios nunca sustanciados sobre Joe
Biden y las elecciones del 2016, como hizo antes con Kíev, sino para instarle a
colaborar con la investigación del Departamento de Justicia sobre el Rusiagate.
El detalle es relevante porque la demanda puede
justificarse en el marco de la cooperación judicial pero vuelve a situar a
Trump utilizando el poder de la presidencia de EE.UU. para defender sus
intereses políticos, además de dejar en un lugar comprometido al fiscal
general, William Barr. El portavoz del Departamento de Justicia ha confirmado
que fue Barr quien pidió a la Casa Blanca que intercediera ante varios países
–entre ellos, Italia, adonde viajó a finales de la semana pasada– para hacer
avanzar las pesquisas pero insistió en que Trump no le ordenó nada sobre
Ucrania, en contra de lo que éste decía en la transcripción de su llamada a
Kíev.
La oficina de Morrison confirmó ayer la llamada, revelada
por The New York Times , así como su disposición a colaborar. El interés de
Washington en Australia se debe a que fue el representante de este país en
Londres quien, tras charlar en un bar con un asesor de la campaña de Trump,
George Papadopoulos, avisó a EE.UU. de que el joven decía haber obtenido basura
política sobre Hillary Clinton de un profesor de origen maltés con lazos con
Rusia, Joseph Mifsud, actualmente en paradero desconocido.
Aquel chivatazo, sumado al pirateo del servidor del
Comité Nacional Demócrata, llevaron al FBI a abrir una operación sobre los
intentos de Rusia de injerir en las elecciones y sus contactos con la campaña
de Trump, pesquisas que continuó el fiscal especial, Robert Mueller. La teoría
alternativa dice que Misuf era un agente occidental colocado para tenderles una
trampa. Sobre el ataque informático y la injerencia electoral en general,
atribuida por EE.UU. al Kremlin, la teoría privilegiada por Trump –y Rusia– es
que fue obra de Ucrania.
Presentarse ante la opinión pública como una doble
víctima será una parte clave de su estrategia de defensa frente al impeachment
, que incluye rechazar frontalmente las acusaciones, cuestionar la credibilidad
del denunciante que alertó al Congreso y no colaborar con la investigación. El
secretario de Estado, Mike Pompeo, anunció ayer no permitirá ir a declarar a
los miembros de su departamento citados por los demócratas esta semana (entre
otros, la exembajadora en Ucrania, relevada antes de tiempo, y el representante
especial para el país, recién dimitido) ni les enviará los documentos
requeridos. Las peticiones del Congreso, dijo, son un intento de “intimidar” a
sus empleados que no tolerará.