Difícil escribir esta columna, Claves de la Seguridad, cuando Argentina es hoy sinónimo de incertidumbre. Pensar el país que viene es incursionar en la ficción. Es cierto que unas elecciones que no fueron tales han dejado al Gobierno en plan de despedida, aunque -como la esperanza es lo último que se pierde- tirando manotazos de ahogado y rezando por un milagro en el que sólo creen los fanáticos.
No hay coherencia en el Gobierno, no la tuvo en casi
cuatro años pusilánimes de "no se puede porque vuelven", ni la tiene
ahora cuando la profecía parece autocumplida y el presidente Mauricio Macri,
después de tirar flores al río, rinde su tardío homenaje a los soldados
formoseños que, en defensa del estilo de vida de la Constitución Nacional,
enfrentaron el ataque perpetrado por terroristas montoneros el 5 de octubre de
1975.
Porque esa, como ninguna otra en la historia argentina,
es una cuenta pendiente que no se puede saldar queriendo quedar bien con Dios y
con el Diablo, entonces el gesto del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas
no pasa de ser oportunismo electoral si la televisión pública sigue dando
espacio a la propaganda constante de las madres de los esbirros de la dictadura
castrista.
PAIS IDIOTIZADO
Y en esto no hay nada que conciliar, es la Constitución
Nacional o esa tiranía totalitaria eternizada en Cuba a la que llaman
revolución. Es lo uno o lo otro. Es la Patria en la voz, ejemplo y sangre de
Hermindo Luna, o su negación absoluta en la miserable inconducta del traidor
Luis Mayol.
No hay otro país tan idiotizado que haya ensalzado como
víctimas a sus agresores y castigado a sus defensores; nada iguala ni se
aproxima siquiera a la imbecilidad argenta de lamentar, desde la libertad
ganada por nuestros militares, que los enemigos dirigidos desde La Habana no se
hayan salido con la suya confiscando para siempre todas nuestras libertades y
fusilado toda diestra desde la siniestra.
No hay tampoco ejemplo en el mundo del socrático
patriotismo que exhiben quienes están presos en Argentina por haber vencido al
terrorismo castrista, pues no han matado a los jueces que los condenan ni han
salido de la cárcel sobrepasando a las instituciones. ¡Hasta en eso mejores que
el enemigo!
Ahí, en esa línea de fractura moral, de principios y que
tiene origen en el pasado mal resuelto, se profundiza la grieta que divide a la
Argentina. Es desde el lado delictivo de esa grieta que Fernando Esteche se
permite decir con arrogancia que si a un juez se le ocurriera detener a
Cristina Kirchner podría aparecer muerto. La amenaza proyecta la sombra del
crimen del juez Quiroga y la aún no esclarecida muerte del fiscal Nisman.
Entonces se hace imprescindible llevar la atención a
Alberto Fernández, el presidente electo que aún no fue electo, quien en su
supuesta moderación promete cerrar la grieta. Una promesa de cumplimiento
imposible, porque por mucho que Alberto Fernández pretenda aparentar que su
bigote es el de Ned Flanders, el ancho de sus hombros no alcanza a tapar toda
la execrable pandilla que tiene detrás.
DOS ESTILOS DE VIDA
La grieta es en rigor de verdad la línea de fricción, por
ahora cultural, donde chocan dos estilos de vida enteramente incompatibles por
razones filosóficas, morales y éticas: la República y el kircherismo.
Mientras la República no se concibe sin decencia, el
kirchnerismo, un fraude en sí mismo, se repele con ella. Lo conocemos, lo
padecimos, lo enfrentamos, es ese proyecto totalitario de corrupción
estructural que justifica el robo y apela tanto al falseamiento de la historia
como al adoctrinamiento embrutecedor de la población desde el uso faccioso de
los recursos del Estado.
Desde esta columna, sostuve y sostengo que no están dadas
las condiciones para que esa fricción escale, en el corto plazo, a la condición
de guerra civil según el sentido clásico del concepto. Pero, siempre hay un
pero desde que Juan José Paso tomó la palabra en Mayo de 1810, sería un exceso
de buenas intenciones descartar por ello otros giros violentos.
La incertidumbre que la eventual presidencia de Alberto
Fernández trae consigo es la contracara de una certeza: su discurso conciliador
no es oído por el kirchnerismo militante. A tal extremo no es oído, que de la
impunidad de Cristina Fernández a formas de violencia política hay un paso y de
ahí al desmadre la mitad de otro. El punto es particularmente sensible, porque
el kirchnerismo puede ser analizado como la etapa superior de la infiltración
marxista al peronismo; y nunca el entendimiento del peronismo estuvo tan
desdibujado en la gente como ahora.
EL DILEMA DE ALBERTO F.
Si llega a sentarse en el sillón de Rivadavia, Alberto
Fernández tomará dimensión que va a necesitar optar entre el bigote de Ned
Flanders y la asociación ilícita. Entre construir poder propio o ser el títere
de una facción amoral que le presta los votos (como le advirtió Diosdado
Cabello). Esa disyuntiva, su opción de hierro, se manifestará rápidamente en su
política de seguridad: garantizar el estilo de vida propiciado por la
Constitución Nacional o la impunidad de la gavilla dirigida por Cristina
Fernández.
Otro problema, por si fueran pocos, es que la plataforma
del Frente para Todos en materia de Seguridad (examinada en esta columna el 20
de agosto) es mala, muy mala, pero empeora todavía más por los nombres que
hasta ahora se barajan para el área.
Es lo que hay.