En la primera página de la edición del The New York Times del pasado 9 de octubre se incluyó una noticia importante que, curiosamente, parece haber pasado bastante desapercibida entre nosotros. Al menos hasta hora. Me refiero a la que reveló que Rusia tiene en operaciones -desde hace rato- una unidad secreta, a la que Occidente ha bautizado como Unidad 29.155, a través de la cual conduce sigilosamente distintas operaciones de sabotaje y desestabilización que la Federación Rusa realiza a cada rato en el exterior, en escala mundial.
Una lista corta de esas operaciones incluye, entre ellas,
a algunas actividades subversivas aparentemente realizadas por el gobierno ruso
en Moldova, Bulgaria, Montenegro (un intento de asesinar a su primer ministro
antes de que este país se incorporara específicamente a la OTAN, como uno de
sus Estados miembros) y hasta en la bonita ciudad de Salisbury, en el sur de
Gran Bretaña.
Hablamos de incidentes graves, de todo tipo, que
incluyeron intentos de asesinatos de espías utilizando para ello distintos
agentes nerviosos o materiales (radioisótopos) radioactivos. Pero que, en buena
medida, terminaron fracasando efectivamente.
GUERRA EXISTENCIAL
El propósito común de todos esos incidentes sería una
campaña permanente de desestabilización lanzada contra Europa. Recordemos que,
para los rusos, existe una suerte de no declarada guerra existencial que está
aún abierta contra Occidente.
Entre sus actividades, el mencionado ente coordinaría
asimismo esfuerzos de difusión de noticias falsas y programas de desinformación
desarrollados con frecuencia a través de las redes sociales. Como el que fuera
realizado a lo largo de la última campaña electoral norteamericana, en el año
2016, con el que se revelara información delicada y confidencial, interna del
Partido Demócrata, referida a la fallida campaña presidencial de la Sra.
Hillary Clinton.
Según las informaciones recientemente difundidas, la
unidad secreta rusa habría operado orgánicamente por espacio de hace ya una
larga década. Su sede estaría emplazada en la propia ciudad de Moscú, dentro de
las instalaciones de la inteligencia militar rusa a la que se conoce por sus
siglas GRU.
Los británicos han revelado, a través de su M-16, los
nombres de tres de los agentes de la Unidad 29.155. Un tal coronel Cepiga y un
presunto Alexander Mishkin, además de un espía que utilizara en su momento al
alias de Sergei Fedotov. Nadie, en el exterior, está seguro de sus verdaderas
identidades.
Vladimir Putin, un ex espía el mismo, ha aparecido
-pública y personalmente- en algunas de las actividades provocadoras de la
referida Unidad 29.155, cuyo logo curiosamente es un clavel rojo y un granada
que, a su lado, está explotando. La Unidad 29.155 ha sido por lo demás, objeto
de menciones y premios oficiales por parte del propio gobierno ruso, que alguna
vez han tomado estado público.
El comando de la Unidad 29.155 está en manos del general
Averyanov, un condecorado militar de alta graduación, originario de Uzbekistán,
con una vasta experiencia de mando en acciones clásicas de combate realizadas
durante las recientes dos duras guerras de Chechenia.
QUE NOS TEMAN
Para muchos, la existencia misma de la Unidad 29.155 tiene
que ver con el deseo de la Federación Rusa de ser objeto de temores (y el
consiguiente respeto) por parte de los países con los que los rusos mantienen
alguna conflictividad.
Algunos de los incidentes provocados o protagonizados por
la llamada Unidad 29.155 han sido uno de los muchos factores que, en los
últimos tiempos, se han conjugado y han contribuido a fortalecer la presencia
política de los partidos de extrema derecha en el Viejo Continente. Porque está
claro que Rusia no está precisamente de brazos cruzados, cuando de influir de
alguna manera en el exterior se trata.
POBRES KURDOS
Mientras tanto, los Estados Unidos se están
sorpresivamente retirando militarmente de Siria. De esa manera abandonan a su
suerte a los kurdos, que fueran en su momento un factor fundamental en la
derrota de las fuerzas del presunto Califato al que se ha llamado Estado
Islámico, que -cual peligrosa hidra de mil cabezas- podría ahora, de pronto,
reaparecer.
Hablamos, claro está, del violento movimiento
fundamentalista islámico que en el 2014 se apoderara de buena parte de los
territorios de Irak y de Siria y de sus miles de seguidores que están
prisioneros y que ahora podrían ser liberados y de sus centenares de células
operativas dormidas, que de pronto podrían volver a la locura de la violencia.
Para los turcos, en esencia, casi todos los kurdos son
considerados terroristas. Y en Siria sus milicias han adquirido una
considerable experiencia militar y afirmado así su identidad propia, lo que
parece preocupar profundamente a muchos de quienes actúan en el corazón mismo
de los más altos círculos turcos de gobierno, en Ankara y Estambul.
Esto parece haber minado la confianza de los aliados de
Washington, algunos de los cuales ahora se preguntan si pueden confiar, o no, en
la palabra de sus presidentes. Incluyendo en las crecientes dudas también,
claro está, a las más altas autoridades de Israel.
Porque a todo esto naturalmente se agrega a la cuota de
confusión -e inestabilidad- recientemente provocada por la puesta en marcha del
proceso destitución desatado contra el presidente Donald Trump (el llamado:
impeachment) y las desagradables acusaciones de corrupción que, en Israel,
apuntan abiertamente -y desde hace ya un buen rato- contra el notable actual
primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
El presidente Trump, en medio de la dura tormenta
política que lo azota personalmente, advierte ahora a Turquía que, si de pronto
ese país se excediera en su conducta, los Estados Unidos no vacilarían en
causar "daños importantes" a su débil economía.
A todo lo que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan,
contestó, suelto de cuerpo, con otra fea amenaza con claro tono de chantaje: la
de levantar las compuertas, legales y de hecho, con las que hoy Turquía está
impidiendo que la ola constante de emigrantes que provienen de Medio Oriente se
transforme en un verdadero problema existencial para algunas de las ricas
naciones europeas a las que esos emigrantes apuntan en su comprensible porfía
por tratar de salir del ámbito de miseria e inseguridad en el que hoy viven.
Recordemos, para terminar, que la propia Turquía alberga
esforzadamente ya a unos 3 millones y medio de esos refugiados que ya están en
su propio territorio nacional. Lo que es toda una pesada -y abnegada- mochila
para su pueblo.
***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República
Argentina ante las Naciones Unidas