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25/10/2019 | Opinión - Occidente identifica a una unidad rusa secreta de espionaje y desestabilización

Emilio J. Cárdenas

En la primera página de la edición del The New York Times del pasado 9 de octubre se incluyó una noticia importante que, curiosamente, parece haber pasado bastante desapercibida entre nosotros. Al menos hasta hora. Me refiero a la que reveló que Rusia tiene en operaciones -desde hace rato- una unidad secreta, a la que Occidente ha bautizado como Unidad 29.155, a través de la cual conduce sigilosamente distintas operaciones de sabotaje y desestabilización que la Federación Rusa realiza a cada rato en el exterior, en escala mundial.

 

Una lista corta de esas operaciones incluye, entre ellas, a algunas actividades subversivas aparentemente realizadas por el gobierno ruso en Moldova, Bulgaria, Montenegro (un intento de asesinar a su primer ministro antes de que este país se incorporara específicamente a la OTAN, como uno de sus Estados miembros) y hasta en la bonita ciudad de Salisbury, en el sur de Gran Bretaña.

Hablamos de incidentes graves, de todo tipo, que incluyeron intentos de asesinatos de espías utilizando para ello distintos agentes nerviosos o materiales (radioisótopos) radioactivos. Pero que, en buena medida, terminaron fracasando efectivamente.

GUERRA EXISTENCIAL

El propósito común de todos esos incidentes sería una campaña permanente de desestabilización lanzada contra Europa. Recordemos que, para los rusos, existe una suerte de no declarada guerra existencial que está aún abierta contra Occidente.

Entre sus actividades, el mencionado ente coordinaría asimismo esfuerzos de difusión de noticias falsas y programas de desinformación desarrollados con frecuencia a través de las redes sociales. Como el que fuera realizado a lo largo de la última campaña electoral norteamericana, en el año 2016, con el que se revelara información delicada y confidencial, interna del Partido Demócrata, referida a la fallida campaña presidencial de la Sra. Hillary Clinton.

Según las informaciones recientemente difundidas, la unidad secreta rusa habría operado orgánicamente por espacio de hace ya una larga década. Su sede estaría emplazada en la propia ciudad de Moscú, dentro de las instalaciones de la inteligencia militar rusa a la que se conoce por sus siglas GRU.

Los británicos han revelado, a través de su M-16, los nombres de tres de los agentes de la Unidad 29.155. Un tal coronel Cepiga y un presunto Alexander Mishkin, además de un espía que utilizara en su momento al alias de Sergei Fedotov. Nadie, en el exterior, está seguro de sus verdaderas identidades.

Vladimir Putin, un ex espía el mismo, ha aparecido -pública y personalmente- en algunas de las actividades provocadoras de la referida Unidad 29.155, cuyo logo curiosamente es un clavel rojo y un granada que, a su lado, está explotando. La Unidad 29.155 ha sido por lo demás, objeto de menciones y premios oficiales por parte del propio gobierno ruso, que alguna vez han tomado estado público.

El comando de la Unidad 29.155 está en manos del general Averyanov, un condecorado militar de alta graduación, originario de Uzbekistán, con una vasta experiencia de mando en acciones clásicas de combate realizadas durante las recientes dos duras guerras de Chechenia.

QUE NOS TEMAN

Para muchos, la existencia misma de la Unidad 29.155 tiene que ver con el deseo de la Federación Rusa de ser objeto de temores (y el consiguiente respeto) por parte de los países con los que los rusos mantienen alguna conflictividad.

Algunos de los incidentes provocados o protagonizados por la llamada Unidad 29.155 han sido uno de los muchos factores que, en los últimos tiempos, se han conjugado y han contribuido a fortalecer la presencia política de los partidos de extrema derecha en el Viejo Continente. Porque está claro que Rusia no está precisamente de brazos cruzados, cuando de influir de alguna manera en el exterior se trata.

POBRES KURDOS

Mientras tanto, los Estados Unidos se están sorpresivamente retirando militarmente de Siria. De esa manera abandonan a su suerte a los kurdos, que fueran en su momento un factor fundamental en la derrota de las fuerzas del presunto Califato al que se ha llamado Estado Islámico, que -cual peligrosa hidra de mil cabezas- podría ahora, de pronto, reaparecer.

Hablamos, claro está, del violento movimiento fundamentalista islámico que en el 2014 se apoderara de buena parte de los territorios de Irak y de Siria y de sus miles de seguidores que están prisioneros y que ahora podrían ser liberados y de sus centenares de células operativas dormidas, que de pronto podrían volver a la locura de la violencia.

Para los turcos, en esencia, casi todos los kurdos son considerados terroristas. Y en Siria sus milicias han adquirido una considerable experiencia militar y afirmado así su identidad propia, lo que parece preocupar profundamente a muchos de quienes actúan en el corazón mismo de los más altos círculos turcos de gobierno, en Ankara y Estambul.

Esto parece haber minado la confianza de los aliados de Washington, algunos de los cuales ahora se preguntan si pueden confiar, o no, en la palabra de sus presidentes. Incluyendo en las crecientes dudas también, claro está, a las más altas autoridades de Israel.

Porque a todo esto naturalmente se agrega a la cuota de confusión -e inestabilidad- recientemente provocada por la puesta en marcha del proceso destitución desatado contra el presidente Donald Trump (el llamado: impeachment) y las desagradables acusaciones de corrupción que, en Israel, apuntan abiertamente -y desde hace ya un buen rato- contra el notable actual primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

El presidente Trump, en medio de la dura tormenta política que lo azota personalmente, advierte ahora a Turquía que, si de pronto ese país se excediera en su conducta, los Estados Unidos no vacilarían en causar "daños importantes" a su débil economía.

A todo lo que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, contestó, suelto de cuerpo, con otra fea amenaza con claro tono de chantaje: la de levantar las compuertas, legales y de hecho, con las que hoy Turquía está impidiendo que la ola constante de emigrantes que provienen de Medio Oriente se transforme en un verdadero problema existencial para algunas de las ricas naciones europeas a las que esos emigrantes apuntan en su comprensible porfía por tratar de salir del ámbito de miseria e inseguridad en el que hoy viven.

Recordemos, para terminar, que la propia Turquía alberga esforzadamente ya a unos 3 millones y medio de esos refugiados que ya están en su propio territorio nacional. Lo que es toda una pesada -y abnegada- mochila para su pueblo.

***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

La Prensa (AR) (Argentina)

 



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