De Chile a Hong Kong o Beirut, la frustración se hace global y abre un largo ciclo de protestas. La crisis chilena marca el agotamiento de un modelo que entusiasmó a la derecha de finales del siglo XX. En las protestas, el común denominador es la tecnología de internet, que las extiende y amplifica.
La reunión duró 45 minutos. Milton Friedman, que acudió
acompañado de su esposa, Rose, agradeció al general Augusto Pinochet la
hospitalidad y prometió enviarle una carta con su diagnóstico sobre la economía
chilena. Era el 21 de marzo de 1975. Friedman había sido invitado a impartir
una serie de conferencias en Santiago de Chile, donde el economista contaba con
un puñado de seguidores. La Universidad de Chicago, de la que era uno de los
profesores más populares, mantenía un convenio de colaboración con la
Universidad Católica de Chile, gracias al cual jóvenes economistas habían
ampliado estudios en EE.UU. En la carta que envió semanas después al dictador,
Friedman aconsejaba reducir de forma drástica el gasto público (un 25% en seis
meses) y reducir el peso del Estado. Friedman añadía que las medidas iban a
provocar “un periodo de transición de severas dificultades”. Pero Pinochet
quedó convencido y la junta militar accedió a que los Chicago Boys tomaran el
control de la política económica.
Hacía menos de dos años, el 11 de septiembre de 1973, los
militares chilenos, con la ayuda de la inteligencia estadounidense, habían dado
un golpe de Estado que acabó con el gobierno de izquierdas de Unidad Popular y
con la vida del presidente democráticamente elegido, Salvador Allende. La
represión fue brutal, con miles de desaparecidos. El país estaba en estado de
shock. Las reformas provocaron más dolor y sacrificios y no funcionaron hasta
seis años después. En 1982 Chile se abrió al exterior, se recuperó e inició una
etapa de crecimiento y estabilidad.
Chile fue importante para todo lo que vino después.
Friedman era el economista más representativo de la llamada Escuela de Chicago;
el más brillante de los economistas neoclásicos (liberales o neoliberales),
partidario radical del laissez faire, y del repliegue del sector público. El
encuentro con Pinochet persiguió a Friedman hasta la muerte. Allí donde iba le
asaltaban voces que le reprochaban su apoyo a la dictadura. Friedman rechazó
esa acusación. Pero nunca renegó de sus consejos. “Chile es un milagro
económico” decía.
El thatcherismo no hubiera sido posible sin el referente,
lejano pero intenso, de Chile. Margaret Thatcher ganó las elecciones británicas
en mayo de 1979. Cinco meses después, el país protagonista de la revolución
industrial activaba la privatización de empresas como British Gaz, British
Airways o British Petroleum... En la decisión fue clave una entrevista entre
Thatcher y Friedrich Von Hayek, otro Nobel como Friedman y entusiasta del
modelo chileno. Las ideas de Friedman influyeron también en las políticas de
Ronald Reagan, simpatizante de la causa chilena y la última persona en el
gobierno en dejar caer al dictador a finales de los 80, cuando el Departamento
de Estado forzó a Pinochet a dimitir para no perpetuarse en el poder.
De entre las reformas de los Chicago Boys destacó la
privatización de las pensiones. El sistema obliga a los trabajadores a
descontarse un 10% del salario bruto, que es gestionado por empresas externas.
El sistema se publicitó como un éxito de las reformas, pero la escasa
capitalización, los tipos de interés próximos a 0% y la falta de competencia
entre gestoras lo han convertido en un fiasco. Las pensiones chilenas están hoy
por debajo del salario mínimo. Muchos perceptores las completan con trabajo
precario. Y la falta de un mecanismo de solidaridad (para quien no cotiza o
cotiza poco) ha acentuado la desigualdad.
El fin de semana del 19 de octubre estallaron en Chile
las protestas por la subida de los precios del metro (que suman ya 18 muertos).
Los transportes, con la vivienda, absorben una parte importante de los bajos
sueldos chilenos. Y las protestas reflejan el malestar de los sectores más
desfavorecidos, pero también de las clases medias angustiadas por la pérdida de
poder adquisitivo en una sociedad muy jerarquizada y en la que los servicios
públicos, como la salud, son malos. El miércoles, Sebastián Piñera, el
presidente , admitía que “los problemas se acumulan desde hace décadas y los
distintos Gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocerlo”.
El “milagro chileno” de Friedman, que tanto entusiasmó a
la derecha del último cuarto del siglo XX, está agotado. Lo que no significa
que el adelgazamiento de la clase media sea privativo del país andino. Lo
comparte con otras democracias en las que el fenómeno es fuente de malestar
político desde hace una década. Quien mejor lo ha descrito es Branko Milanovic,
ex economista jefe del Banco Mundial, que ha advertido que las políticas
públicas que hasta ahora corregían la concentración de riqueza ya no funcionan.
Como también que las clases medias son hoy demasiado débiles para influir en
los gobiernos.
La novedad de las últimas semanas es la sucesión de
protestas relacionadas con ese malestar. Hay explosiones sociales en los países
andinos (además de Chile, protestas por los precios en Ecuador, barricadas en
Bolivia tras las elecciones, cierre del Congreso en Perú), que denotan una
seria crisis de representación política en la región. Hay también un ciclo de
protestas que forma un extenso cinturón geográfico que va de Francia al Líbano,
de Hong Kong hasta Barcelona. En todas ellas hay clases medias en marcha hacia
alguna parte y por diferentes razones: la subida de precios del metro, un
impuesto a los WhatsApp, más democracia, una sentencia judicial... En todas
ellas, también, el común denominador es la tecnología de internet, la red a
través de la cual se organizan y amplifican las protestas y se hacen más
difíciles de prevenir por parte de los Estados (como lo demuestran las apps del
movimiento democrático de Hong Kong o la del Tsunami Democràtic en Catalunya).
En una imagen que parece literatura futurista, pero que
en realidad era un informe sobre infraestructuras, Vladímir Ilich Uliánov,
Lenin, escribió en 1922 que el comunismo era la electrificación más los
soviets. Hoy tenemos internet y tenemos ese malestar. Pero desconocemos cuál
será la incógnita final de esa ecuación.