La exitosa película de Netflix cuenta la historia del irlandés Frank Sheeran (Robert De Niro), quien luego de servir en la Segunda Guerra Mundial- y acostumbrarse a los homicidios como algo “natural”, “legal” y hasta “necesario”- deja su trabajo de camionero para convertirse en soldado de la mafia a las órdenes del “Jefe” Russell Bufalino (Joe Pesci).
Frank será un personaje que a fuerza de algunos notables
asesinatos se inmiscuirá en la historia de EE.UU. El ascenso de Kennedy como
presidente y su asesinato, la invasión financiada por la CIA en La Bahía de
Cochinos, el escándalo de Watergate y la misteriosa desaparición del
sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino), son hechos que sirven de marco para una
trama atrapante y, sin dudas, con gran acierto histórico.
En buena parte gracias a la censura -de hecho- de los
gobiernos y su capacidad de ocultar acciones, se cree que la mafia es una
organización clandestina que ejerce su poder mediante el chantaje, la violencia
y el crimen. Sin embargo, como muestra la película, esta organización parece no
entrar en conflicto con los intereses del Estado y opera más bien dentro del
gobierno. La violencia y el crimen puestos a disposición de la política y, por
ende, de la burocracia sindical que responde al poder político.
Ahora, quizás por excesiva prudencia o por no polemizar
con las autoridades políticas, se olvidan de decir que el monopolio de la
violencia hoy es ejercido por el Estado -los políticos- de modo que no se
entiende la existencia de violencia si no surge del gobierno. Por caso, ¿cómo
se explica que siendo EE.UU. el país con las mejores fuerzas armadas “defensivas”
sea a la vez donde más drogas “ilícitas” se consumen? Es decir, ¿cómo se
explican tantos traficantes sin “autorización” de los políticos?
Y es lo mismo en todo el mundo. En estos días miles de
personas salieron a la calle en La Valeta, capital de Malta, para pedir la
renuncia inmediata del primer ministro, con fotos de Daphne al grito de
“¡mafia! ”Daphne Caruana Galizia, la más famosa periodista de Malta fue
asesinada con un coche bomba el 16 de octubre de 2017. Tenía 53 años e
información con la que destapó varios y complejos escándalos de corrupción.
Había recibido numerosas amenazas. Cuando la mataron investigaba una trama en
la que estaba envuelto uno de los principales empresarios del país.
El primer ministro anunció su dimisión, pero el hecho de
que su salida solo sea efectiva a partir del 12 de enero amenaza con prolongar
la crisis, ya que alimenta la sospecha de que pueda interferir en la
investigación dada, según la familia de la periodista, “la implicación de su
mano derecha [y jefe de Gabinete hasta hace unos días], en el asesinato de su
principal crítica”.
Este empresario, muy rico gracias a concesiones del
gobierno, está sospechado de financiar el asesinato y fue detenido. Pidió
inmunidad, a cambio de dar información, e implicó al jefe de Gabinete y dejó
serias dudas sobre el trabajo policial y la independencia de los jueces.
En fin, entre otros políticos, delegaciones del Consejo
de Europa han visitado Malta para revisar la situación encontrando “serias
irregularidades” … solo faltaría que lo envíen a Frank Sheeranque, al igual que
el Raskolnikov de Crimen y Castigo de Dostoyevski, al llegar el final de la
historia, develará en sus acciones y en su rostro un profundo sentimiento de
culpabilidad que ninguna condena podrá jamás borrar.
*Alejandro A. Tagliavini, Miembro del Consejo Asesor del Center on Global
Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini
www.alejandrotagliavini.com