Ya no es cuestión de cambiar algunos nombres. Lo que se requiere es un marcado giro cultural, algo que sólo puede surgir desde la conciencia ciudadana, exigiendo la ética y la estética para la conducta del bello gesto.
En La Reconquista de Buenos Aires el pintor francés
Charles Fouqueray glorifica la victoria de 1806 sobre los británicos. El óleo
refleja el preciso instante de tensa y repentina calma que sucede al violento
combate, pero entre muertos y heridos destaca el gesto caballeroso de Don
Santiago de Liniers al rechazar el sable que el General William Beresford le
ofrece en señal de rendición.
Lo pose erguida de Liniers, frente al vencido Beresford,
ostenta una magnifica dignidad. Cada vez que pienso en esa imagen no puedo más
que sentir admiración por Liniers porque, aunque altiva, su mano rechazando el
trofeo tanto conserva la propia humildad como preserva la integridad del
enemigo. Y en la firmeza de carácter que trasmite la pose no hay indicio de
vacilación o duda: enseña que un caballero siempre es dueño de sus acciones.
EL BELLO GESTO
A mis sentidos, el cuadro de Fouqueray sintetiza la
conjunción de ética y estética que produce "la conducta del bello
gesto". O si se quiere, simplemente, la austera decencia. Si en estos días
viene a la memoria es por contraste. Pues en lugar de ver emulada la conducta
del bello gesto, estamos viendo exhibirse obscena la indecencia de la casta
política.
El lunes 20 de enero, Alberto de la Fernández recibió en
Casa Rosada a dos personajes que representan todo lo opuesto a la conducta del
bello gesto. Primero se reunió con Baltazar Garzón, que siendo juez en España
fue destituido por prevaricato. Es repudiable que alguien que deshonró la
dignidad judicial sea recibido por quien hace de Presidente de la Nación
Argentina.
Y luego de reunirse con el prevaricador, recibió
Fernández a Hebe de Bonafini, quien además de ser emblema de corrupción al
amparo de los derechos humanos, es una constante propaladora de odios.
Alguien sin escrúpulos, capaz de abrazarse al dictador
Fidel Castro y ensalzar a sus hijos como guerrilleros para utilizar sus muertes
de manto de impunidad justificando al terrorismo totalitario en cualquier lugar
del mundo. Alguien cuyo rencor hacia la humanidad le hizo celebrar el atentado
contra las Torres Gemelas.
Si la más alta autoridad de la República convoca a la
Casa de Gobierno a personajes que representan todo lo contrario del estilo de
vida propiciado por la Constitución Nacional, va de suyo que no ha de conducir
el Estado en la orientación ética y estética propuesta por los constituyentes.
Queda claro, para quien esto escribe, que la cabeza del gobierno está podrida,
pero no es una afección individual sino del conjunto de quienes mal gobiernan
el país desde hace al menos dos décadas.
DRAMAS IRREPARABLES
Toda esa casta política desprecia los valores del Himno
Nacional y la Constitución de 1853, tanto los desprecian que en la mezquindad
de anteponer sus intereses al bienestar general no trepidan en buscar que les
resulte redituable la muerte de cualquier argentino.
Así ha ocurrido con el homicidio de Fernando Báez Sosa en
Villa Gesell, uno de esos dramas irreparables que produce la estupidez humana.
Frente a tales hechos cabe esperar de los políticos un
mínimo respeto por la víctima y sus deudos. Pues bien, no existe ese respeto
cuando lejos de mejorar la respuesta institucional del Estado, salen como aves
carroñeras intentando garronear o picotear algún grado de protagonismo para su
conveniencia. Entonces sobreviene el show del horror, convencidos que todo se
trata de ellos y sus negocios de ocasión salen a vendernos algo bajo el
reflector de la infamia.
Sergio Berni nos vende su personaje de Súper Berni, un
clásico merodeador de escenas del crimen.
Axel Kicillof nos insta a superar el infortunio y
comprar, como mérito suyo, la mejor temporada en las playas bonaerenses de los
últimos cinco años.
Patricia Bullrich, en plan mercachifle, vende su solución
de pistolas eléctricas; olvidando que sin un policía presente no sirven de
nada.
Nicolás Trotta vende al por mayor educación sexual
integral, porque la imposición cultural de la ideología de género nunca
descansa y todo lo malo es cosa de machirulos.
Y finalmente, por si no ha quedado claro que la fábrica
de estupideces nunca se detiene, Daniel Lipovetzky nos vende la prohibición de
las manos del rugbier.
Sirva este muestrario atroz para entender que la casta
política está podrida en su totalidad. Ya no es cuestión de cambiar algunos
nombres, está probado que kirchneristas y cambiemitas son más parecidos que
distintos, lo que se requiere es un marcado giro cultural, algo que sólo puede
surgir desde la conciencia ciudadana, exigiendo la ética y la estética para la
conducta del bello gesto.
***Ariel Corbat, Periodista. El lector podrá encontrar
más artículos del señor Corbat en sus dos blogs: plumaderecha.blogspot.com y
unliberalquenohabladeeconomia.blogspot.