El pacto de emergencia al que se ha llegado in extremis en el Eurogrupo esta semana permite afrontar los efectos inmediatos del virus, pero no la reconstrucción posterior de la economía europea. La amenaza a la supervivencia de la moneda común y al conjunto del proyecto de integración sigue muy presente. El problema no es solo el gobierno holandés, que ha dejado por los suelos la reputación y el «poder blando» o de atracción que aún pudiera tener su país. La mayor parte de su población -y la de varios Estados miembros más- de verdad piensan que esta es una crisis donde hay países malos y buenos y en la que unos pueden ganar y otros perder, gracias a su distinta capacidad de endeudamiento.

En el fondo son manifestaciones de un populismo que siempre busca culpables y prefiere el choque a participar en la dura tarea de forjar consensos continentales. Frente a la renuncia a estar a la altura de las circunstancias históricas, se hace más necesario que nunca un europeísmo robusto, despojado de beatería y de conformismo, inspirado en grandes ideales civilizatorios: dignidad humana, solidaridad, libertad, igualdad. La integración nació en tiempos de crisis, como un proyecto ético para unir personas y dejar atrás las terribles consecuencias del nacionalismo. Es el momento de subrayar esta finalidad.

Ante un shock externo y global como es el covid-19, la economía que comparten los Estados miembros deja de funcionar y la acción decidida y sin reservas de las instituciones europeas es esencial. El Banco Central Europeo, con verdadera capacidad ejecutiva, ha dado ejemplo, pero los instrumentos de política monetaria no bastan, por mucho que muten y sean creativos. Deben seguir encima de la mesa de negociación el fondo de recuperación esbozado por los ministros de Economía, la idea francesa de un presupuesto europeo contra el virus o la posibilidad de mutualizar y abaratar los costes a través de un instrumento fiscal europeo, los llamados coronabonos. Sitúan el listón de la ambición donde corresponde y retratan la miopía de algunos países europeos que imaginan volverse islas cerradas a cal y canto.