Recuerda Allan Stevo que corría el otoño de 1989, y el muro de Berlín había caído. La gente del bloque soviético llegaba a Occidente a través de Hungría. La situación se le escapaba de las manos a los comunistas del Pacto de Varsovia que habían mantenido en “cuarentena” a sus poblaciones. ¿Se extendería la libertad a Checoslovaquia?.
El 17 de noviembre de 1989 era el Día del Estudiante, un
feriado, una oportunidad para festejar y soñar. La pequeña llama inicial
terminó en una “revolución” en la que no corrió sangre, “la revolución de
terciopelo”. Decenas de miles fueron llegando a una plaza de Praga y pidieron
la salida del gobierno, algunos sin siquiera decirlo, sacaron las llaves de sus
bolsillos y las tintinearon.
Imagine a decenas de miles de personas haciendo sonar sus
llaves, el horror en la cara de la burocracia comunista mirando por la ventana
a una multitud, visible hasta la donde alcanzaba la vista, y escuchando ese
estruendo. El gobierno se dio cuenta de que habían enajenado a la población a
tal punto que ya no les importaba que les tirarán los tanques encima. Y los
mismos burócratas ya se sentían desgatados.
El pueblo permaneció pacífico con la sabiduría y la
fuerza de quién tiene razón. A fines de año, el disidente Vaclav Havel, que
había estado en prisión, era instalado en el Castillo de Praga. Alexander
Dubcek, el héroe eslovaco de la Primavera de Praga de 1968 sería su mano
derecha.
Hoy, el accionar de muchos gobiernos -incluyendo en
algunos países la suspensión de sus poderes judiciales y legislativos, un
eventual golpe de Estado- imponiendo “cuarentenas” (arrestos domiciliarios)
para “cuidar la salud pública”, intenta ir más allá del comunismo soviético
que, en rigor, quería que su economía funcionara y mantenía las iglesias
abiertas, influyentes en la vida popular, posibilitando que Juan Pablo II fuera
un actor decisivo en la caída del bloque soviético potenciando la lucha de Lech
Walesa.
Las “cuarentenas” estalinistas actuales, en cambio,
exterminan al ser humano ya que cuando quiera salir de ese asilamiento aséptico
se contagiará de mil enfermedades, dada la caída en su sistema inmunológico,
además provocar un desastre económico tal que hasta la oficialista ONU admite
que 66 millones de niños podrían caer en la pobreza extrema con consecuencias,
sino la muerte, para el resto de sus vidas. Y, por si quedara algún ser vivo,
están casi exigiendo que no se tengan relaciones sexuales, sino “sexo virtual”,
de modo que la humanidad no se reproduzca.
Solo enajenado por el pánico no se advierte que el fin de
estas medidas estalinistas es la de destruir y debilitar para someter al
hombre. Algunos las impusieron sin que esta fuera su intención inicial y muchos
las apoyaron creyendo que eran para salvar la humanidad. Pero el Estado, es el
monopolio de la violencia con el cual impone “leyes”, o sea, es la violencia
que sabemos desde los filósofos griegos que siempre destruye. Hay que ser muy
ingenuo para creer que la policía está para encarcelar al virus.
De momento, estamos sumergidos en una bola de nieve en
donde los resultados negativos del arresto domiciliario son atribuidos a “la
pandemia” y, con esa excusa, se profundiza aún más la “cuarentena”. Pero a la
larga -aunque después de un altísimo costo- prevalecerá el sentido de
supervivencia del ser humano y los políticos de hoy correrán la misma suerte
que los estalinistas de la vieja guardia.
* Alejandro A. Tagliavini, Asesor Senior en The Cedar
Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de
Oakland, California
@alextagliavini
www.alejandrotagliavini.com